¿Que deja la peripecia de Lula en Brasil?
De ser un niño pobre del noreste brasileño, la región más mísera, llegó descalzo a vender helados en las playas paulistas, en la ciudad más dura y competitiva de ese país.
Demostró que aun nacido en la casi indigencia, se puede llegar a presidir un país como el gigante latinoamericano; y no solamente eso: demostró que fue posible mejorar la condición de pobreza de veinte millones de sus compatriotas durante su gobierno. ¿Es poco? En absoluto, es un fenómeno nunca registrado en Occidente desde la Revolución Francesa: cincuenta millones de ciudadanos votando por un obrero, en elecciones democráticas, para colocarlo en la jefatura de Estado.
No analicemos ahora que la gestión de Fernando Henrique Cardoso (1995 2002), pese a la crisis económica mundial que llegó a Brasil en 1998, dejó un país preparado para que Lula desarrollara su gestión. No es el tema.
Lula inicialmente no incurrió en el desatino de Hugo Chávez, o de los Kirchner: dividir a la sociedad desde el poder, mediante un discurso excluyente, sectario, agresivo para con la ciudadanía que no le había votado.
Lula fue presidente de Brasil, no de los petistas. Cierto es que últimamente,
acorralado por las evidencias, su discurso degeneró hasta acusar de “golpistas” a quienes no le toleran su corrupción. Aunque se manifiesten por centenares de miles en las calles.
El Brasil de Lula fulguró con luz propia en el concierto mundial de naciones. A Lula le favoreció un contexto iberoamericano con cambios políticos que llegaban hasta el populismo de izquierda; y una coyuntura económica internacional positiva para Latinoamérica, que instaló a Brasil como uno de los principales países emergentes (Brics), aunque eso no significara haber derrotado la exclusión, el racismo, la violencia, el crimen organizado: recuérdese cuando en mayo de 2006 el Primer Comando Capital se tomó Sao Paulo durante una semana.
Advertencias. La relección directa, ese mecanismo pernicioso, resultó un búmeran.
Hubo avisos: la ciudadanía le obligó a ir a una segunda vuelta en 2006. Fue una sanción moral a los escándalos que comenzaban a conocerse sobre el PT.
«La derecha brasileña no consiguió en décadas lo que un pequeño núcleo de líderes petistas logró en pocos años: desmoralizar a la izquierda…” escribió en aquel momento Frei Betto, el célebre dominicano que rápidamente renunció a dirigir el programa “Cero fome” (Hambre cero) de la primera administración petista.
No fue el único crítico. También el teólogo católico, Leonardo Boff, en la misma época, advirtió acerca de la degradación ética del PT y de las consecuencias negativas de querer jugar en política “con los mismos métodos de la derecha”.
Después se supo de su familia enriquecida, también los integrantes de su círculo íntimo, y luego, todo lo que ese sabe: mensalao, compra de votos en el Congreso, Petrobras, hasta llegar a la debacle de Marcelo Obederecht, ahora en prisión.
Su legado lo recibió Dilma Rousseff, ex presa política y torturada durante la dictadura brasileña (19641985), vencedora de un cáncer, cuya gestión no resistió tanta herencia negativa.
Despidió siete ministros acusados de corrupción en su primer año de gobierno (20102014), luego que la Defensoría General de la Unión corroboró que al menos 37.700 millones de dólares fueron desviados de las arcas públicas entre 2003 y el Suman 38 los funcionarios gubernamentales procesados por la justicia.
Ya dentro del pantano, “después de que ganara la reelección a costas de una clamorosa estafa electoral; después de que su gobierno provocara la peor recesión de la historia” como editorializó “Folha de Sao Paulo” el 2 de abril conocerse que manipuló las cuentas presupuestales fue un hito en el desbarranque de su popularidad que hoy se ubica en un 10 por ciento.
Se apruebe o no en el Senado el juicio político, y eso está unido a si se le
comprueba, no un maquillaje presupuestal, sino su eventual participación en Lava Jato o negligencia funcional durante su gestión en Petrobras, que son otros casos investigados judicialmente, su suerte ya está echada.
El senado podrá revertir el impeachement o no, pero el PT como esperanza de los más desposeídos tocó fondo.
Lula tuvo como ejemplo, que no quiso ver, la luz de Mandela. El sudafricano fue la persona para el momento que su país necesitó. Cumplida su extraordinaria gestión política en el sentido ciudadano de conciliar intereses tan opuestos como los racistas afrikáners y los indignados del Consejo Nacional Africano, única forma de viabilizar el país, supo dar el paso al costado.
Sudáfrica no alcanzó las metas de Mandela. Hoy su Presidente aparece implicado en los “Papeles de Panamá”, pero Mandela sigue siendo el referente ético y político – mal que le pase a los maquiavelistas que pudo haber tenido Brasil.
El PT tuvo la oportunidad de refundar la vida política brasileña, pero ya perdió la capacidad para revitalizarla, pues su degradación interna la trasladó al resto del sistema político al punto que el mismo vicepresidente Michel Temer (PMDB), si accediera a la jefatura de Estado, lo hace desprestigiado; como también el presidente de la Cámara de Diputados Eduardo Cunha, clave en las denuncias de corrupción contra el PT, pero acusado él también y hoy reo ante la Suprema Corte de Brasil.
Y no solo eso: el 60% de los diputados y senadores brasileños tiene causas con la justicia. Esa degradación fue ambientada por Lula.
http://www.analisislatino.com/notas.asp?id=8867
Lula ya no simboliza las aspiraciones de desarrollo, democracia y justicia que en 2002 representó para millones de latinoamericanos.
Lula defraudó la esperanza.
Fuente Imagen: www.latribuna.hn
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