Compartimos el texto de la Homilía de Mons. Daniel Sturla, en la toma de posesión de la Arquidiócesis.
Domingo I de Cuaresma. 9 de marzo de 2014
Queridos amigos:
Un día como hoy uno tendría ganas de decir muchas cosas… Inicio de la Cuaresma, palabra de Dios desafiante, nuevo arzobispo, tanta gente buena que está aquí presente… ¡el micrófono es también una tentación!, pero hoy es un día para vencer la tentación como el Señor en el evangelio… Así que quiero subrayar dos palabras que me gustaría compartir con ustedes en esta homilía:
La primera palabra es AMISTAD… La palabra de Dios desde el libro del Génesis que escuchamos en la primera lectura es una constante invitación a la amistad… El Señor se paseaba en el paraíso en diálogo con Adán y Eva. Irrumpió el pecado, que vino de fuera del hombre, de mano del tentador astuto. Éste quiso quebrar definitivamente esa amistad, no pudo, pero ciertamente la dañó, al punto que una ruptura ente Dios y el hombre marcó, desde el comienzo, la marcha de la humanidad. Toda la historia de salvación es la historia de una amistad no siempre fácil, en la que Dios toma la iniciativa, nos “primerea” como dice el Papa, pero donde el hombre, en su libertad, tiene la potestad increíble de poner un freno al Creador Todopoderoso. Porque ser amigos es una elección y una elección mutua, una elección que de nuestra parte es frágil, y necesita siempre renovarse.
Desde Abraham y los Patriarcas, hasta la cumbre de Moisés, aquel que habló “cara a cara con el Señor como un amigo habla con su amigo”, como dice con asombro el libro del Éxodo (Ex 33,11), las páginas de la Biblia no dejan de narrarnos esta historia de amistad. Pero llegó el día en que la “Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14) y aquel que era la Palabra y que habitaba en el seno mismo del Padre, Jesús de Nazaret, dijo en su despedida: “a Ustedes los llamo amigos” (Jn 15,15). El discípulo amado, que en la última cena puso su cabeza sobre el pecho de Jesús, es todo discípulo que en intimidad con el maestro puede conocer, por el don del Espíritu, el misterio de Dios, amigo de los hombres…
El relato de las tentaciones de Jesús en el desierto, que escuchamos hoy, primer domingo de cuaresma, narra el intento desesperado de un vencido que gasta sus últimos cartuchos tratando de impedir que la amistad entre Dios y los hombres vuelva a florecer… El demonio es un vencido, no lo olvidemos. La amistad con Dios es una fuente de la que surge el agua fresca de la amistad humana. Amistad que es expresión de la vocación más íntima de todo hombre y que da sentido a su misteriosa aventura.
Nuestra vida es amistad…encuentro, mesa compartida, esposos que se eligen, familia reunida, también es compañía en el dolor, mano tendida al que cae, comprensión y perdón. Lo sabemos, los amigos lo son “en las buenas y en las malas”, son los que están en las fiestas y en los velorios, los que “no nos dejan en la estacada”. Los amigos “se hacen el aguante”, como dicen los jóvenes.
La iglesia existe para ello. Para ser principio y germen de esa mano tendida de Dios al hombre, lugar de encuentro de dos amigos. Presencia en las buenas y en las malas. Vaya si la Iglesia “nos hace el aguante” tantas veces en la vida. La iglesia es la mesa donde los amigos se encuentran: Dios y el hombre, los hombres entre sí. La Iglesia es la rueda del mate compartido con el mejor Cebador. Lo decimos con una expresión cargada de significado teológico: “Iglesia: sacramento de comunión”. Por supuesto que en esta familia hay normas que cumplir, como hasta en la mateada tenemos ritos y reglas, pero ante todo hay una alegría que compartir.
La mesa está servida, el Señor aguarda, pero parecería que, como en la parábola del evangelio, faltan comensales…. quizás cómo en los bares que tienen en la puerta personas que invitan a entrar, tenemos que salir a invitar. Sí, tenemos que hacerlo porque muchos hermanos nuestros necesitan de esa mesa, están hambrientos del pan sabroso que allí se comparte, pero no dan con la puerta. Otros buscan saciarse en la comida chatarra de la sociedad consumista y no encuentran lo que en el fondo todo hombre busca: el pan de la amistad y la alegría. La iglesia es casa de puertas abiertas, mate pronto, mesa tendida. No tengamos miedo de ser misioneros y de salir a invitar, vayamos especialmente a los jóvenes y a los pobres. Los vamos a encontrar en tantas esquinas de nuestros barrios donde no siempre lo que reúne, construye. Nosotros les compartimos nuestra alegría, o mejor aún, queremos ayudarles a que aflore su propia alegría.
En el relato evangélico, haciendo el contrapunto al libro del Génesis, el Señor venció la tentación. Son tres tentaciones, pero en el fondo es sólo una: la de siempre. Es la tentación constante, desde la rebelión de los ángeles: volverse sobre sí mismo y creérsela, olvidándose del don, de la gracia, de ser un enviado…y allí entra la derrota, la tristeza, el pesimismo. ¡Líbranos del mal, Señor! ¡No nos dejes caer en la tentación!
De ahí que la segunda palabra que quería compartir con Ustedes es GRACIAS.
Hoy en esta Iglesia Catedral hay creyentes de otras religiones, hay hermanos cristianos, pero también no creyentes que han venido a acompañar. A Ustedes, junto con el gracias más profundo por compartir esta celebración con nosotros, la seguridad de nuestra amistad… La Iglesia no es para sí misma. La Iglesia, fiel a Jesús, es experta y servidora de humanidad. Agradezco la presencia de las delegaciones de la colectividad judía, ¡nuestros hermanos mayores!, y de las diferentes denominaciones cristianas, así como de otros grupos religiosos…
Agradezco con profunda emoción la presencia de las autoridades civiles, del Señor Presidente, Vicepresidente, Intendenta de Montevideo, legisladores y de muchos representantes de los diversos partidos y corrientes de opinión, así como de los señores embajadores presentes. Un profundo gracias. Esta catedral testigo de tantos acontecimientos históricos de nuestra patria hoy es lugar de encuentro, y de un encuentro histórico, en el marco plural de nuestra sociedad, este gesto es señal de una laicidad positiva.
Guarda la catedral tumbas de varios de nuestros héroes. Se encuentra la pila bautismal en la que fue bautizado Artigas. El próximo 20 de junio serán los 250 años de ese acontecimiento. En la lápida de Larrañaga, escrita por Pivel Devoto, se dice de un modo hermoso: “el culto a su memoria armoniza los sentimientos colectivos”. Jacinto Vera, nuestro primer obispo, camino a los altares, murió rodeado del afecto de todo el pueblo y respetado por sus mismos adversarios. Fueron signos de una Iglesia servidora de su pueblo. ¡Qué bueno es estar hoy aquí envueltos en la historia y queriendo construir el presente! Nos mira desde el lugar más alto de la catedral la imagen que se titula “el Ángel Custodio de la República”. ¡Estamos bien cuidados!
Este agradecimiento viene de lo profundo. La vida cristiana es amistad y gratitud. Este gracias arranca por el Buen Dios que en su providencia me pone hoy al frente de la Iglesia de Montevideo; en un gracias al Papa Francisco, al querido y admirado Papa Francisco, que me eligió para este servicio. Un gracias que recorre mis raíces, mis entrañables raíces familiares, las de mi colegio, las de Castores, mis queridas raíces salesianas. Un gracias a tantos hermanos sacerdotes y diáconos, laicos y laicas, consagrados y consagradas, un gracias a los jóvenes que fueron por tantos años el centro de mi atención pastoral. Un gracias especial a mis hermanos obispos y a los que han rezado y rezan por mí… Especialmente a las monjas contemplativas y a los enfermos que ofrecen sus dolores por mi ministerio.
Este gracias quiere ser también un reconocimiento de todos nosotros a los quince años de trabajo pastoral al frente de la Arquidiócesis de Mons Nicolás. Gracias por su servicio generoso, su entrega a la misión, gracias por sus iniciativas misioneras, por el sínodo arquidiocesano, por las obras que quedan como herencia para el futuro, la Radio Oriental, la Casa Vianney y sobre todo el Liceo Jubilar, que ha sido modelo de trabajo educativo para el Uruguay entero.
Gracias a Mons. Milton, a partir de ahora mi obispo auxiliar; pero ya de antes hermano y amigo, cuya presencia y consejo siempre es fuente de inspiración, que da serenidad y paz. ¡Qué alegría saber que cuento contigo!
Gracias Sr. Nuncio Apostólico, por su cercanía en este tiempo, por transmitirme los deseos del Santo Padre. Gracias queridos hermanos todos… pero quiero agradecer de modo especial a los sacerdotes de la Arquidiócesis que en estos dos años de ministerio como auxiliar me han recibido como hermano entre hermanos y en estas semanas como su pastor.
Mi vida es la amistad que el Señor me regaló desde el seno de mi hogar… La más hermosa aventura de la vida humana es ser su amigo. Y esta aventura crece al ser elegido como testigo de la Resurrección de Cristo, para hacer eco de las palabras de los apóstoles de quien soy sucesor, y poder decir con su misma convicción y alegría: Verdaderamente ha resucitado el Señor. Sí ha resucitado y está vivo en su Iglesia. Es el anuncio gozoso de los amigos de Jesús. Es el anuncio que estamos llamados a proclamar, en esta Iglesia de Montevideo y en el Uruguay entero, con renovada esperanza: “Alegría mía, Cristo ha resucitado”. El mal y la muerte han sido vencidos. Su cruz y su tumba vacía han dado paso a la luz. Esta luz disipa toda oscuridad, alivia todo dolor, sana nuestras heridas.
“No hay proporción entre el don y la falta” decía San Pablo en la segunda lectura. En la vida cristiana siempre es mayor el don de Dios. Cuando lo descubrimos nuestra vida se hace acción de gracias. Así, sólo desde la gratitud y la amistad, se entiende la vida cristiana, esta vida en la que aún el dolor está llamado a ser eucaristía, ofrenda, acción de gracias. Es fácil decirlo hoy, no lo será tanto cuando se sienta el peso de la cruz. (En mi casa había un cuadro que decía: “este hogar no desconoce el peso de la cruz que por nosotros debiste soportar”). Sé que en el camino vendrá la fatiga, que sabremos compartir. Por eso sigamos la recomendación de San Agustín: “Cantar es propio del que ama … Por tanto, hermanos míos, cantemos ahora, no para deleite de nuestro reposo, sino para alivio de nuestro trabajo. Hagamos como suelen cantar los caminantes; canta, pero camina;… consuela con el canto la fatiga, canta y camina.”
Ninguna criatura en su peregrinar sobre esta tierra cantó tan alto su alegría como Aquella jovencita de Nazaret que un día escuchó las primicias del evangelio: “Alégrate, llena de gracia”. Era la fuerza de una amistad que irrumpía definitivamente en la historia humana, haciendo diminuta, en el seno purísimo de una mujer, la misma GRANDEZA. Ella, la pequeña y dulce muchacha galilea tiene bajo sus pies, casi sin darle importancia, a la serpiente venenosa. Quisiera hoy con ustedes cantar su canto de amistad y gratitud, para recorrer juntos este camino y prepararnos a “consolar la fatiga”:
Mi alma glorifica al Señor, mi Dios
Gózase mi espíritu en mi Salvador,
Él es mi alegría, es mi plenitud,
Él es todo para mí.
Fuente: Iglesia Católica. http://iglesiacatolica.org.uy
Últimos Comentarios