Una injusticia. El coronavirus golpea fuerte en el mundo, y también en Uruguay, en donde cada muerte, duele mucho.
Desde el 13 de marzo del 2020, a un año de los primeros casos en nuestro país, casi 700 compatriotas perdieron la vida como consecuencia de esta pandemia.
Todos debieran doler de la misma forma: cierto.
Pero cuando se trata de una persona pública adquiere otra relevancia la repercusión del fallecido. Hay gente buena y mala, hay de todo en la viña del Señor.
Pero en Andrés Abt era diferente. ¿Por qué? No solamente por su carisma especial, el haber sido electo diputado por su querida Lista 71 del Partido Nacional (allí en la toma gráfica cuando asumió el 3 de marzo de 2020), y por dos veces electo como Alcalde del Municipio CH de Montevideo, un lugar tan especial e influyente.
Andrés era diferente. Antes que todo, era un gran tipo, afable, humilde, siempre dispuesto a dar una mano, muy buena gente.
Amante de su familia, a la que muchas veces le restaba horas ante su labor en el servicio público. Amigo de sus amigos.
Un político con un olfato especial. Uno de los grandes responsables del “fenómeno” Laura Raffo y esa bocanada de aire fresco para el Partido Nacional en Montevideo.
Independientemente de la ideología de cada uno, del partido político que cada ciudadano haya optado, sí se tiene, la muerte de Andrés, tiene que zarandearnos de alguna manera, hacernos reflexionar sobre lo efímero de la vida, y que tantas veces nos detenemos en cosas menores y sin sentido, en lo que no edifica.
Que el legado de Andrés perdure en el tiempo, en las generaciones, por encima de banderas políticas, porque supo enarbolar la razón de vivir, con amor, con justicia, con el servicio público con altura en la búsqueda de la felicidad común, en cada lugar en donde pisaron las plantas de sus pies.
Descanso eterno para su alma, y un apretado abrazo para sus familiares, afectos, amigos, y compañeros de ruta.
(Marcelo Márquez – Sociedad Uruguaya).
Muy buena semblanza de un gran ciudadano.