México tiene miles y miles de encantos. En esta oportunidad, Johana y Washington, la pareja de “Uruguayos Trotamundos”, nos transportan a un universo especial: unas cataratas petrificadas.
Todo este título suena surreal: ¿cataratas petrificadas en un lugar que se llama “Hierve el Agua”?
Sí, así como lo leíste.
Tiempo atrás nos habían contado que en el mundo sólo hay 2 cataratas petrificadas, una de ellas está Turquía, mientras que la otra se encuentra precisamente, en territorio Mexicano; ante semejante maravilla de la naturaleza, y tan escasa además, no dudamos un segundo en marcar ésta último en nuestro mapa.
El momento de visitarla sería estando en Oaxaca, ya que desde aquí se podía llegar fácilmente a Hierve el Agua, el pueblito que albergaba en su interior estas famosas cataratas de piedra.
¿Cómo llegar?
En principio, una de las personas que nos estaban compartiendo su techo en Oaxaca, nos había ofrecido el tour que realizaba un amigo suyo, en el cual por 250 pesos mexicanos per cápita podía llevarnos a varios puntos turísticos de la zona, entre ellos, las cataratas petrificadas, Monte Alban, el árbol de El Tule, y algunos lugares más.
La verdad es que el costo no era caro, si tomamos en cuenta que era un recorrido que duraba unas 12 horas, pero lo cierto es que no todos los destinos del tour eran de nuestro interés particular (y algunos probablemente cobrarían entrada), e ir hasta ellos para quedarnos esperando en la puerta mientras las demás personas del tour entraban no nos tentaba demasiado. Además, siempre nos había gustado eso de encontrar la forma de llegar por nuestra cuenta a todos lados y permanecer en ellos el tiempo que nosotros queramos sin que alguien nos esté esperando.
Básicamente, lo que extrañaríamos en un tour es la libertad, y la sensación de aventura y “arréglate como puedas” que tiene el ir por nuestra cuenta.
Así que lo que hicimos fue buscar una parada de bus, en el centro de Oaxaca que nos dejara en Mitla, un pueblito relativamente cercano a Hierve el Agua. Después de mucho preguntar llegamos a una parada de buses, cerca de una cancha de béisbol, y por 20 pesos mexicanos cada uno (aprox. 1 dólar) llegaríamos a Mitla, precio para nada mal si consideramos que el recorrido era de unos 44 kms.
Una vez llegados a Mitla, vimos como unas chicas estadounidenses que venían en el mismo bus con nosotros, se bajaban, y aceptaban enseguida subirse a una camioneta estilo mini van.
Sin saber a dónde dirigirnos para seguir rumbo a Hierve el Agua, consultamos con los señores del lugar de donde salían las mini van. Nos dijeron que, efectivamente, esas eran las camionetas que transportaban personas directamente hacia el parque de Hierve el Agua, y que podían llevarnos por 50 pesos mexicanos cada uno, lo cual nos pareció precio de turista, así que dándole las gracias, nos alejamos del lugar.
Es cierto que no podíamos recorrer los 28 kms que nos separaban de las cataratas a pie, pero antes de averiguar este precio habíamos buscado un almacén alejado de la parte a donde llegaban los turistas, justamente para consultarle cual era el precio normal de un transporte a Hierve el Agua, y el almacenero, nos contó que hay camionetas que por no más de 35 pesos nos dejan allí, motivo por el cual rechazamos los 50 pesos de las mini van.
Continuamos buscando… a lo mejor había alguna terminal de segunda con costos menores.
Así dimos, efectivamente, con otra terminal, alrededor de la cual había únicamente personas locales, y fue en este lugar donde pudimos comprobar nuevamente que la empatía latinoamericana es cosa real. El diálogo fue más o menos así:
-Disculpe, ¿sabe dónde podríamos encontrar buses económicos que vayan a Hierve el Agua?
-Sí, a unas cuadras hacía atrás, salen unas mini van que cobran 50 pesos por persona.
-Si, las vimos, pero nos habían dicho que podían conseguirse opciones más económicas.
-¿Más económicas? -dudó unos momentos- ¿de dónde son?
-De Uruguay, América del Sur.
-¡Uruguay! Uy vienen desde lejos. Si quieren pueden esperar acá en frente una camioneta que pasa una vez cada tanto, y los deja en Hierve el Agua por unos 25 o 30 pesos.
Y así fue como, nos encontramos esperando una camioneta, frente a la terminal donde trabajaba el pelado, sentados al lado de un señor bien viejito con un bastón y una bolsa.
Cada tanto, el pelado cruzaba, se sentaba al lado nuestro y nos preguntaba cosas sobre el viaje, sobre Uruguay, o me tiraba uno de los mejores elogios de mi vida, al decirme que yo le recordaba a una luchadora de “Street Fighter” por la ropa y los guantes.
Cuando una camioneta pasaba y se detenía donde nosotros esperábamos sentados, el pelado corría desde donde estuviera e intercambiando unas palabras con el chofer nos daba el visto bueno o no.
Finalmente, uno de los choferes le comentó que se dirigía a San Lorenzo y que podía llevarnos por 25 pesos cada uno.
Aceptamos y nos subimos.
La camioneta, medio de transporte bastante utilizado en pueblos pequeños de Latinoamérica, usaba la caja para transportar personas, y tenía una lona a modo de techo, y un par de asientos largos a los costados para que la gente pudiera sentarse; íbamos en compañía de 3 señores de bigote, y una señora cargada con bolsas. Todos vestían de forma muy campechana y humilde con la prolijidad que los años les inculcaron; los hombres tenían bigote blanco, y al menos 80 años en su haber. La señora, que rondaba los 60, se bajó a medio camino, pegando un salto con una agilidad que ni Bambi, mirá.
Fábricas de Mezcal
En el camino hacia Hierve el Agua no vimos una, ni dos, ni tres fábricas de Mezcal, sino al menos 10, y todas con ese estilo tan rudimentario y clásico que habíamos presenciado en nuestro camino hacia Oaxaca; la rueda de piedra, con un cilindro que encajaba en ella, y el cual era movido en círculos por un burrito que caminaba sin pausa pero sin prisa a su alrededor.
Seguro que alguna vez oíste hablar del mezcal. Más te digo, probablemente habías oído hablar de él sin saberlo… te lo pongo más fácil ¿alguna vez habías oído el rumor de que existía una bebida alcohólica con un gusanito en su interior?
¿Sí? Entonces felicitaciones, ya conocías algo del mezcal.
Para nosotros, el mezcal es esa bebida que confundíamos con el tequila (siempre tan expertos en el tema de las bebidas alcohólicas nosotros) pero nos enteramos que no, que es otra cosa, y que cuando probamos sentimos que tenía gusto a humo.
Oaxaca es el estado con mayor producción de mezcal de todo México, así que un paisaje bastante típico y que pudimos apreciar mucho en esos kilómetros que nos separaban hasta Hierve el Agua, fue el de las plantaciones de Ágave, las cuales son fácilmente reconocibles por parecerse mucho a la planta del ananá (piña) que tanto habíamos visto en Costa Rica, con al diferencia que cada “piña de ágave”, como suelen llamarse, puede pesar hasta 100 kg.
El proceso de creación del mezcal es bastante particular y a día de hoy se realiza de forma artesanal en muchísimas zonas de Oaxaca: se hace un hoyo en el suelo, se ponen piedras en el, y allí se quema la piña durante 4 días, lo que hace que el mezcal tenga ese sabor ahumadito tan característico. Luego, se muele la piña en ese molino de piedra tirado por un burrito que tanto llamó nuestra atención. Luego vienen las etapas de fermentación y destilación tan típicas de las bebidas alcohólicas, y finalmente, se embotella.
Ahora, en cuanto al gusanito, déjame que te corrija: no es un gusano, sino una larva, la larva del Ágave (o maguey). Y no, no todos los mezcales lo tienen. De hecho, sólo el mezcal joven abocado es el que suele tener a este desdichado animalito que le tocó ahogar un poco más que sus penas en alcohol.
Hay quienes dicen que realza el sabor, otros dicen que esta costumbre nació en una fábrica que buscaba diferenciar sus botellas de mezcal con la de tequila y luego se hizo una costumbre popular, mientras que otros lo consideran una simple estrategia de ventas.
Desconocemos cuál es la versión real, pero es innegable que la dichosa larva da ese toque exótico que tantos turistas buscan en los países latinos, ayudando a incrementar sus ventas a aquellos que quieran demostrar su valía.
Una característica muy triste de esta planta la hace ver como una verdadera mártir: luego de dar un fruto, la planta muere. A lo mejor, ahora cuando tengas un vasito de mezcal, quieras dedicar un brindis a esa planta que murió para que vos te estés tomando ese trago.
Llegamos a San Lorenzo… ¿y ahora qué?
Cuando el chofer anunció que habíamos llegado a destino, nos encontramos de repente en un pueblo muy chiquito, donde no había ni rastros de turistas.
Siguiendo un poco el mapa y otro poco los letreros que señalizaban los caminos de tierra, encontramos el que nos llevaría a Hierve el Agua.
Cuando llegamos a la parte que parecía salir del pueblo, o al menos de la zona más “urbana”, por llamarle de alguna manera, nos encontramos con una casetita de madera y una cuerda en el piso… sí, los tan famosos retenes hechos por locales, que ya habíamos conocido en Chiapas. Esos retenes que no son controlados ni por el gobierno ni autoridades policiales, sino que simplemente alguien decide poner una cuerda en el camino y pedir dinero, a veces justificado con algún buen motivo y otras veces sin justificación alguna.
Estos retenes se cobran únicamente a las personas que van en auto, sobre todo porque cuando te dan un motivo, suele ser el arreglo de las carreteras, y eso fue exactamente lo que nos dijeron a nosotros, cuando nos detuvieron saliendo de San Lorenzo.
La diferencia es que nuestro vehículo eran nuestros pies.
Escuché como la señora al costado del camino le preguntaba a otro señor sentado en una silla de jardín blanca: “¿a ellos les cobro?”, y giré la cabeza ante esta pregunta para ver el momento justo en que el señor afirmaba con la cabeza. Un segundo después, la señora nos cobraba 10 pesos a cada uno para poder pasar. Si ya de por sí cobrar a los peatones era algo sumamente inusual en estos casos, mucho mas lo era si tomamos en cuenta que a los rodados se les cobra la cuota por vehículo, no por pasajeros que vayan dentro.
Dicho de forma clara y directa: sí, nos vieron la cara de turistas y quisieron aprovecharse de la situación.
Luego de pagar la “cuota”, nos dieron un papelito prolijamente impreso, formato ticket (como esos papelitos que te dan cuando comprabas una rifa en la escuela) donde decía que la cuota era para el mantenimiento de las carreteras. Carreteras que no existían porque eran caminos de tierra, pero bueno, esto es creer o reventar. Quiero creer que también llevan mantenimiento.
La caminata hacia las cataratas
Unos 4 kilómetros de caminata nos separaban del Parque Hierve el Agua, así que, aun con el sol en la cara, aprovechamos a disfrutar el paisaje.
Un paisano que trabajaba la tierra nos hacía señas con las manos, y nos acercamos a conversar. Nos preguntó si íbamos a las piscinas, a lo que respondimos que sí, suponiendo que el parque sería conocido de esa forma por allá, y con la excusa de señalarnos el camino ya bastante bien señalado y marcado, nos dio un poco de charla.
El señor no sabía que Uruguay estaba en América del Sur, y se sorprendió cuando entendió que veníamos de bastante lejos.
Estas pequeñas conversaciones son siempre agradables, porque de alguna manera el intercambio de palabras alegra el día tanto de este señor en su rutina laboral, como de estos viajeros que gustan de ver el mundo a través de los ojos de las demás personas.
Además de las plantaciones de mezcal que abundaban por todos lados, también nos encontramos con unas palmeritas muy simpáticas que, a día de hoy, seguimos sin saber cuales son y para qué se plantan en masa.
La tierra se nos pegaba al sudor, pero seguro valía la pena.
Nada se nos cruzaba en el camino, más que alguna lagartija que se delataba con el movimiento repentino de la vegetación al costado del camino, o con algo que veíamos moverse rápidamente por el rabillo del ojo.
Ya no se veían campesinos trabajando, ni personas de ningún tipo. Los animales de granja no son particularmente populares en la zona tampoco; todo lo gobierna el Ágave.
Bueno, el Ágave y esas palmeritas misteriosas.
Finalmente, el último cartel que anunciaba “Hierve el Agua” apareció con un fondo de casitas perdidas entre el pasto.
PARQUE HIERVE EL AGUA
Apenas llegar, justo al lado de la entrada hay una caseta en donde se puede comprar la entrada al parque.
La misma tiene un costo de 25 pesos mexicanos (1 dólar) por persona, invariablemente si seas nacional o extranjero.
Con esa entrada tenés acceso a todo el parque, podés meterte en cuanto charco te encuentres (salvo aquellos en los que está prohibido entrar claro) y hacer todos los trekkings que encuentres.
Un precio excelente para un lugar tan lindo.
Lo primero que encontramos fue lo que el paisano denominó “piscinas”, que no eran otra cosa que manantiales naturales de agua templada y cristalina, donde varios turistas disfrutaban sentaditos dentro, y alguna chica modelaba mientras otro chico le sacaba fotos.
Las cataratas petrificadas se veían de fondo, decorando el paisaje. Aunque no dejaban de ser impresionantes, nada tenía que ver con la imagen que tendríamos un rato después, cuando hiciésemos el trekking que te permite estar a su lado.
Al ser un parque, hay baños públicos… lo que no estamos seguros es ¿si se puede entrar o si son de pago (no encontramos información actual que diga si se cobra o no para entrar, pero recomendaría llevar cambio en moneditas, por las dudas).
Aunque como en todo parque hay tiendas para comprar comida y bebida, recomendamos llevar una botellita de agua propia para evitar precios más elevados.
Y además, si querés hacerlos trekkings, la vas a necesitar.
Nosotros hicimos todos los trekkings que vimos, uno de ellos nos llevó justo encima de la cascada petrificada, desde donde obviamente no se veía la susodicha (a menos que te acercaras peligrosamente al borde del acantilado, arriesgando el pellejito) pero se podía observar un ojo de agua con la curiosa particularidad de estar burbujeando sin parar, lo que hacía que a su alrededor hubiera siempre agua, mojando el piso, y un cartel alertando de la peligrosidad de una resbalada en semejante altura.
Ver este pequeño manantial burbujeante nos hizo sumar 2 + 2 y nos dimos cuenta… “Parque Hierve el Agua”… aunque esta agua no estuviera hirviendo, creo que todos sabemos que ocurre cuando el agua llega a su punto de ebullición… exacto, burbujea.
Ahora es también cuando el misterio se presenta: ¿por qué burbujea el agua si no está caliente?
Aparentemente, si algo abunda en todo el territorio ubicado sobre la Sierra Mixe, donde estos caprichos naturales se encuentran, son diversos minerales, muchos de ellos en forma de gases.
Estos minerales fueron los culpables (dicho con todo el cariño del mundo porque OH POR DIOS LO QUE HAN CREADO) de prácticamente todas las cosas que nos hacen suspirar y frotarnos los ojos en el parque del bien llamado, Hierve el Agua.
De hecho, se dice que el agua de los manantiales está tan cargada de minerales que las propiedades curativas de pegarse un bañito en ellas es bastante considerable.
Ok, todo muy lindo con los manantiales, el agüita verdosa, las burbujitas, pero ¿y las cascadas para cuando?
Justo después de algunos kilómetros de caminata, kilómetros llenos de escalones amplios, de esas que nos hacen sudar la gota gorda porque son demasiado amplios para saltarlos de un paso y demasiado chicos para caminar sobre ellos cómodamente sobre ellos, nos vamos a chocar de lleno con la catarata petrificada.
Si desde lejos era impresionante, de cerca es increíble.
Aunque todos sepamos que una catarata, para ser llamada como tal, necesita tener agua fluyendo y nos hayamos negado a llamarle “catarata” a lo que parece únicamente un pedazo de piedra enorme con formas inusuales, cuando estemos al lado no vamos a tener alternativa: sí, esto es una catarata. No sé cómo, pero es una catarata.
¿Y cómo puede ser que la piedra tome esta forma tan… acuosa?
Por mucho que me guste pensar que la https://es.wikipedia.org/wiki/Medusa_(mitolog%C3%ADa) Medusa del mundo mitológico estuvo haciendo de las suyas por este rincón del mundo (y por Turquía), la realidad es mucho menos mágica pero igualmente impresionante desde un punto de vista científico.
Según leímos, lo que hoy vemos como piedra fue, efectivamente, agua en algún momento muy lejano en el tiempo.
Dicha agua estaba tan cargada de minerales (sí, otra vez los minerales en acción) que al hacer contacto con el aire, generaban una reacción química que desconozco, solidificando el líquido.
Tampoco te vayas a creer que esto fue una cosa instantánea, que un día los niveles de minerales llegaron al punto justo donde si eran tocados por el aire toda el agua se solidificaba de sopetón y chau agua.
No.
Se supone que para que la cascada quede como la vemos hoy, con semejante cantidad de agua solidificada, tuvieron que pasar muchos, muchísimos años… siglos, para regalarnos esa vista de un mundo casi onírico, donde el agua se convierte en piedra y el agua hierve estado fría.
Rebotes y patinadas dentro del camión
Para irnos de Hierve el Agua teníamos dos opciones: volver como fuimos, es decir, caminar los 4 kms que nos separaban de San Lorenzo, y una vez allí conseguir una camioneta local que por 25 pesos nos lleve a Mitla, y de Mitla tomar un bus hasta Oaxaca, o… hacer dedo.
Caminando de regreso, fuimos haciéndole dedo a todo lo que pasara, y más rápido de lo que imaginábamos, un camión se detuvo y nos invitó a subir en la parte trasera.
Se trataba de uno de esos camiones cuya parte trasera es una gran “caja” de maderas altas, como las que se usan para transportar grandes cantidades de frutas.
Iba casi vacío, siendo únicamente una silla el pasajero que estaba a bordo de la caja, y en la cual nos dijeron podíamos sentarnos si queríamos; como el piso estaba manchado de aceite quemado, uno de nosotros se sentó en ella, mientras el otro disfrutaba del paisaje. Así lo hicimos en un turno cada uno.
Vimos como el chofer pasaba el retén donde nos habían cobrado 10 pesos a cada uno, pero obviamente, el chofer pagó únicamente 10 pesos por el vehículo, y más nada.
El viaje fue muy divertido, tomando en cuenta que ante los frenazos y los múltiples lomos de burro (bumps, topes) aquel que fuera sentado en la silla volaba de una punta a otra del camión, en una suerte de patinaje sobre el piso aceitoso, mientras el que iba parado podía disfrutar del paisaje con los mofletes al viento.
El chofer detuvo el camión luego de un pozo bastante profundo en la ruta que nos hizo saltar, para preguntarnos si estábamos bien (en inglés, porque el estaba convencidísimo que nosotros no podíamos ser hispano parlantes), y nos dijo que le avisemos cuando queramos parar.
Nuestro aviso llegó cuando, según el mapa de Wa, estábamos a poca distancia de El Tule, una zona de Oaxaca donde teníamos algo muy interesante de visitar.
EL ARBOL DE EL TULE
El árbol que se ubica en el jardín de la Iglesia Santa María del Tule es conocido por una cosa…
es una bestialidad.
Esta es la forma más sincera y descriptiva que encontramos para referirnos a este enorme árbol con alrededor de 2000 años de antigüedad.
Se dice que son necesarias unas 30 personas tomadas de las manos para abrazar los 44 metros de diámetro que tiene su tronco, porque sí, el árbol de El Tule es conocido por ser aquel con el tronco más ancho del mundo.
Acá no hay ombú que le compita. Este árbol es enorme y punto.
Para ingresar al jardín de la Iglesia y verlo de cerca es necesario pagar una entrada, pero sino, igualmente puede verse desde afuera; la única diferencia es que vas a tener 1 reja más en medio (y digo una porque además, el árbol está rodeado por una pequeña valla de metal) y que no hay banquitos del lado de afuera para que puedas sentarte a apreciar las caras que según dicen, se distinguen en él.
Y semejante árbol viene acompañado de una copa frondosa no, frondosísima.
Es gracioso tomar una fotografía de la iglesia con el árbol al lado, y comprobar lo pequeñita que se ve la iglesia a su lado.
Éste árbol, pertenece a la especie de los Sabinos (también conocido como ahuehuete), y no es el único plantado en el jardín de ésta iglesia, ya que mientras éste se ubica a su izquierda, si miramos contra el lado derecho de la iglesia vemos que allí se levanta otro sabino, igual de frondoso pero con un tamaño considerablemente menor. Se trata de nada más ni nada menos que la descendencia de su vecino de la derecha, su hijo, del cual se espera igualmente un tamaño considerable dentro de unos cuantos cientos de años.
Como suele suceder, en torno a las grandes maravillas naturales, ahí estamos los humanos para encontrarles explicaciones esotéricas, mágicas, que nos hagan soñar un poquito más.
Es así como las leyendas alrededor de este Sabino son varias.
Rebuscando en internet, son varias las versiones que pueden encontrarse, pero hay dos que resaltan muchísimo más: una de ellas cuenta que el árbol fue plantado hace 1400 años por un sacerdote de nombre muy gracioso. Pechocha, que además de sacerdote era conocido también como “dios del viento”, denominó a este enorme Sabino como el “árbol de la iluminación”.
Otra versión muy conocida es la de Condoy, el rey nacido de un huevo y perteneciente a la civilización mixe. Cuenta la leyenda que éste encargó la construcción de la ciudad de Mitla, la cual se puso manos a la obra. Pero un mal día un gallo cantó, y como era considerado de mal augurio, el rey mismo emprendió camino hacia Mitla para detener la construcción, y en su regreso, de tan cansado que estaba se detuvo a descansar en el camino, clavando su bastón en la tierra. Para su sorpresa y la de quienes le acompañaban, del bastón brotó un árbol de dimensiones descomunales.
Lo más lindo de esta versión es que se cuenta que este árbol creció para proteger al rey que se había sentado a descansar, y que mientras siga en pie, todo el pueblo permanecerá bajo su protección y la del Rey Condoy, que según dicen, continúa viviendo a día de hoy, en su escondite favorito… alguna parte del cerro Zempoaltepetl (o Cempoaltépetl).
Otra creencia que germinó en torno a este árbol y te dejé entrever unos párrafos más arriba, es la posibilidad de distinguir rostros animales en él.
Nosotros hicimos el intento pero no descubrimos ninguno, supongo que nos faltó enfocar con el lente de la imaginación.
El Tule
Aunque opacada por el brillo del Sabino, no podemos dejar de mencionar la belleza de El Tule como pueblo.
A pesar de su cercanía con la ciudad de Oaxaca, todo en él se siente pueblo; las plazas extremadamente limpias, los monumentos bien conservados, los mercados con tejidos locales que nos tentaron más de una vez haciéndonos cuestionarnos qué tan necesaria era una mantita en nuestra mochila (incluso bajo los 30 grados que achicharraba nuestras cabezas), y por supuesto, su gente, siempre amable y sonriente.
Claro que un punto con una atracción tan única como puede ser el árbol más ancho del mundo conlleva a la creación de varios lugares pensados especialmente para el turista, como mercados, restaurantes de precios algo elevados, etc.
Pero de todas formas, no sentimos ese agobio tan característico de las zonas abarrotadas de turismo, al contrario, se respiraba un ambiente bastante pueblerino, como si todos los que rondásemos la zona viviésemos allí hace años.
El Tule es uno de esos lugares que recomendaríamos visitar, con árbol o sin él.
Aunque le deseamos de todo corazón, larga vida al Sabino protector del pueblo.
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