Los obispos del Uruguay, en esta Cuaresma “tan especial, con el ‘coronavirus´ afectando a tantas personas en el mundo entero” animan a recibir esta situación que estamos atravesando como un llamado a la humildad, a la confianza, a la oración, al amor, a la gratitud y a renovar el amor a la Eucaristía.
En Vísperas de la Solemnidad de San José, los obispos dirigen una reflexión para acompañar la Cuaresma, cuya elaboración habían adelantado en el comunicado del domingo 15 de marzo en el que que anunciaron la suspensión de la actividad pública con fieles, inclusive la Misa, por dos semanas, ante la pandemia de “coronavirus”.
“Suspender por dos semanas las misas con asistencia de fieles causa un profundo dolor”, expresan en su mensaje, al tiempo que afirman que les “consuela saber que los sacerdotes las celebran en forma privada, teniendo bien presentes a sus fieles, y que nos podemos unir de corazón al sacrificio de Cristo, haciendo la comunión espiritual, es decir, manifestándole al Señor, realmente presente en la Eucaristía, el deseo de recibirlo sacramentalmente: la Comunión espiritual es una gran fuente de gracias”.
Al concluir su reflexión, los obispos invitan a “encontrarnos en la oración constante e insistente de la mano de María”. “María es ‘vida, dulzura y esperanza nuestra´. En estos momentos de dolor y ansiedad Ella, como buena madre, pone alivio y calma. San Bernardo dice en una hermosa oración: ‘Tú, quien quiera que seas, que te sientes lejos de tierra firme … si no quieres zozobrar, no quites los ojos de la luz de esta estrella, invoca a María… En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María’”, subrayan.
18 de marzo de 2020
Vísperas de la Solemnidad de San José
Queridos amigos y hermanos:
La Cuaresma es siempre, para todos los miembros de la Iglesia, un tiempo de conversión. Esta cuaresma tan especial, con el “corona virus” afectando a tantas personas en el mundo entero y a nosotros mismos, la queremos vivir desde nuestra fe y nuestro corazón creyente.
Los Obispos del Uruguay, en sintonía con lo que han hecho el Papa y otros obispos y acompañando las decisiones del gobierno, hemos tomado medidas que son inéditas y muy dolorosas para los hombres y mujeres que tenemos fe. Suspender por dos semanas las misas con asistencia de fieles causa un profundo dolor. Nos consuela saber que los sacerdotes las celebran en forma privada, teniendo bien presentes a sus fieles, y que nos podemos unir de corazón al sacrificio de Cristo, haciendo la comunión espiritual, es decir, manifestándole al Señor, realmente presente en la Eucaristía, el deseo de recibirlo sacramentalmente: la Comunión espiritual es una gran fuente de gracias.
En estas circunstancias, compartimos con ustedes algunas reflexiones. La experiencia que estamos atravesando puede ser recibida como:
Un llamado a la humildad. Un virus, un organismo microscópico, aparece de pronto y hace tambalear a la humanidad; hace colapsar sistemas de salud de países desarrollados; pone en jaque la economía; hace temblar a las bolsas y nos coloca a todos ante la fragilidad que padecemos frente a la enfermedad y ante la posibilidad de la muerte. ¿Verdad que pocas veces, como ahora, tenemos tan presente esta realidad, la más humana y, paradójicamente, en la que muchas veces preferimos no pensar? No deja de ser todo esto un fuerte llamado a la humildad de nuestra condición humana limitada.
Un llamado a la confianza. Para los hombres y mujeres de fe, tomar conciencia de nuestra fragilidad no nos desasosiega. Por el contrario, nos anima a confiar más en Dios. En la Biblia encontramos infinidad de pasajes donde se nos repite: “No tengan miedo”… La respuesta creyente está maravillosamente expresada en numerosos salmos que invitan a la confianza en Dios: “El Señor es mi pastor, nada me falta… aunque cruce por cañadas oscuras ningún mal temeré” (Salmo 22,1.4). “Yo pongo mi esperanza en Ti, Señor, y confío en tu palabra” (Salmo 129,5).
Un llamado a la oración. Reza el que espera, el que se sabe necesitado. Y tiene esperanza el que reza. La oración es intérprete de la esperanza. En este momento de fragilidad y de confianza volvemos el corazón a Dios Todopoderoso. Pedimos que venga en nuestro auxilio. Confiamos que en todas las circunstancias de nuestra vida la providencia de Dios está presente y actuante. Es tiempo para meditar en su Palabra, alimentarnos de ella. Los invitamos a escuchar, meditar y hacer oración con la Palabra de Dios de todos los días. A frecuentar la oración de los salmos que reza la Iglesia y a dejar que la Palabra vaya evangelizando nuestra forma de sentir y de pensar, ayudándonos a discernir lo que Dios nos pide en este momento concreto de nuestra historia.
Un llamado al amor. Hay numerosos testimonios de amor al prójimo en estos días, y sin duda la necesidad de muchos nos alienta a todos a dar una mano, a ser generosos. De un modo especial, es un llamado para los que tienen responsabilidades de gobierno, para los médicos y personal de salud. Pero este llamado es para todos. Llamado a no caer en actitudes egoístas de acopiar para mí sin tener en cuenta al otro, sino compartir lo que tengo con el hermano más afectado por esta situación. Llamado a sembrar esperanza y confianza a través de tantos medios que hoy tenemos para expresarnos y comunicarnos. Queremos ver en el otro a un hermano, ver en el que sufre al mismo Cristo.
Un llamado a renovar el amor a la Eucaristía. Precisamente en el año de nuestro V Congreso Eucarístico Nacional, nos toca vivir estas semanas en las que, como sucede en otros países por el mismo motivo, no hay misas con participación de los fieles. La ausencia de la celebración comunitaria nos llama a valorar más la vida fraterna de nuestras comunidades. Esta situación dolorosa nos invita a redoblar nuestro amor a la Eucaristía, sacrificio de Cristo que renueva el mundo, “remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre». Esta abstinencia nos puede hacer sentir hambre de Eucaristía y aumentar nuestro deseo de volver a encontrarnos en la celebración comunitaria con Jesús sacramentado, don al que nunca podemos acostumbrarnos.
Un llamado a la gratitud. Muchas personas están haciendo un enorme esfuerzo para aportar soluciones, para atender a los enfermos, para prestar diversos servicios a quienes lo necesitan. Es una oportunidad para ser agradecidos. La lista sería interminable, empezando por el personal de la salud hasta el familiar o amigo que nos alienta en la circunstancia en que nos encontramos. El “gracias” termina dirigiéndose a Dios en la certeza de que, junto a Él, podremos cosechar dulces frutos de este tiempo doloroso.
Queridos amigos y hermanos, el camino cuaresmal culmina en la Pascua, victoria definitiva de Cristo sobre el pecado y la muerte. Él es el Señor de la historia, en Él fijamos nuestra mirada dolorida pero llena de esperanza. Dice la Palabra de Dios que los apóstoles, después de la resurrección, perseveraban en la oración junto con María, en la espera del Espíritu Santo prometido. Los invitamos a encontrarnos en la oración constante e insistente de la mano de María.
María es “vida, dulzura y esperanza nuestra”. En estos momentos de dolor y ansiedad Ella, como buena madre, pone alivio y calma. San Bernardo dice en una hermosa oración: “Tú, quien quiera que seas, que te sientes lejos de tierra firme … si no quieres zozobrar, no quites los ojos de la luz de esta estrella, invoca a María… En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María.”
Hacia Ella dirigimos nuestra mirada y la invocamos: Purísima Virgen de los Treinta y Tres, ruega por nosotros.
Los Obispos del Uruguay.