La actividad tuvo lugar en la Kehilá con un nutrido marco de público, entre quienes se encontraban el expresidente Luis Alberto Lacalle, y el presidente de la Suprema Corte de Justicia, Jorge Chediak.
Fue la edición número 28 del Premio Jerusalem que fue instituido por la Organización Sionista Mundial y Alcaldía de Jerusalem, como forma de expresar el reconocimiento del pueblo judío a las personas que han bregado por la vigencia de los Derechos Humanos y la convivencia pacífica entre los pueblos, respetando sus creencias y culturas.
Compartimos el discurso pronunciado por Amarilla luego de recibir tan importante reconocimiento.
“Señor Presidente de la República Luis Alberto Lacalle,
Señor Presidente de la Organización Sionista Mundial,
Señor Presidente y demás integrantes de la Organización Sionista del Uruguay, Sami Mylsztejn.
Señora embajadora del Estado de Israel, Nina Ben-Ami,
Autoridades Nacionales, señores senadores y representantes nacionales,
Autoridades académicas, eclesiásticas, familia, amigos y miembros de la comunidad israelita del Uruguay.
En primer lugar deseo realizar el agradecimiento a la Organización Sionista del Uruguay por este Premio que fuera instituido en 1990 por el señor Alcalde de Jerusalén y la Organización Sionista Mundial.
Cuando me fuera comunicado por los integrantes de la Organización que me sería otorgado este premio me sorprendió, ya que considero que tal vez hubieran otras personas con mayores méritos y jerarquía en el quehacer nacional para recibir este tan significativo galardón. Este reconocimiento tiene en particular para mí un aliciente para continuar trabajando en esta causa con la que estamos convencidos y comprometidos.
Deseo también agradecer a aquellos que desde mi infancia me enseñaron e instruyeron en los valores que son los cimientos sobre los cuales se construye una personalidad y que tienen que ver con una cosmovisión de una cultura, de una civilización.
Cimientos que como tales deben tener esa solidez que le brinda a la sociedades las seguridades sobre las que se afirma. Recordando al sociólogo polaco Zygmunt Bauman cuando habla de los aspectos sólidos y líquidos de una sociedad, y la necesidad de preservar a los primeros en tiempos donde todo parece licuarse. Fui criado en el seno de una familia y entorno que valora lo perdurable, la unión, la tradición y la capacidad de comprometerse a largo plazo.
Agradezco especialmente a Dios haber nacido y crecido en ese contexto.
Soy grato especialmente a aquellos que desde mi niñez en mi familia pero también en el seno de la Iglesia Cristiana Evangélica me enseñaron la importancia de la fe y a abrevar en la sabiduría de las milenarias escrituras. Elementos que me fueron de vital importancia para entender el propósito de por qué estamos en este mundo, el sentido que tenemos de la existencia misma, las razones del porqué vivir, la paz interior de tener un sentido de “misión” y la felicidad de levantarnos cada día con las respuestas a las interrogantes existenciales.
Fue en ese proceso iniciado desde la niñez donde aprendimos el valor de Jerusalén y el propósito especial que tenía desde sus orígenes el pueblo judío.
Supe tempranamente la importancia de descubrir en los cimientos de la civilización occidental los valores que nos lega el judaísmo. Estos valores que como siempre recuerda Luis Alberto Lacalle Herrera son cimientos del cristianismo más allá de lo religioso, en su impronta cultural que abarca los principales distingos de toda una civilización.
Aprendí desde niño el impacto que tuvo en la vida de Abraham el pacto con Dios, la promesa de un hijo y de un gran pueblo tras de sí. El ejemplo de Vida que nos dejara le valió el título de “Padre de la Fe”. Abraham nos deja un legado que tiene que ver con un concepto que tal vez en occidente nos parezca algo común y por ello no nos detenemos en eso. Es el legado constituido por el concepto de progreso y desarrollo, innovado por el patriarca cuando por la Fe salió de Ur de los Caldeos y rompió para siempre con el fatalismo y determinismo de nacer, vivir y morir en el mismo lugar, como sucedía con sus antepasados. Creyó en una promesa, en una familia cuya descendencia sería como las estrellas de cielo, que de ella haría una gran Nación y con una tierra que le sería entregada para su descendencia.
Esa promesa siguió alumbrando a la descendencia de Abraham, a un pueblo que a pesar de los avatares de una historia marcada por persecuciones, destierros e intentos de exterminio, mantuvo intacta la esperanza y el sentido de propósito como Nación.
Y en esa larga historia de Israel, permitió Dios que en un mismo tiempo con diferencia de apenas unos años, se dieran dos acontecimientos trascendentes, por una lado el Holocausto, la Shoá, el aberrante intento de eliminar a toda una nación que la desgarró ferozmente y le costó la vida a millones de personas. Pero como en la noche, a la hora de mayor oscuridad, la sucede el resplandor del amanecer, a pocos años de la mayor tragedia, alumbró la esperanza para ese castigado y dolido pueblo que pudo encontrar en la misma tierra de sus ancestros, en la misma tierra de aquella promesa y donde tuvieron lugar hechos históricos de significativa importancia en su conformación misma como nación, el hogar largamente anhelado para sus hijos.
En ese proceso denominado de creación del Estado de Israel, que no es más que el retorno de un pueblo después de largo peregrinar a la tierra de sus padres, nuestro país ha tenido y mantenido una misma posición. Esa posición es claramente el fruto de una política de Estado. Ésta no sólo representa el consenso de los actores políticos sino el más genuino sentir del pueblo uruguayo.
Con todas las dificultades que enfrentó y las adversidades que tuvo que superar, claramente el Estado de Israel es un modelo, un faro de luz, en una zona de demasiadas penumbras, con violaciones permanentes a los DDHH, con limitaciones y cercenamientos de derechos de toda índole, Israel constituye un ejemplo de libertad, de democracia, de respeto por los derechos humanos de todos los habitantes de su territorio, donde existe libertad de prensa, libertad de expresión, respeto e inclusión de los distintos independientemente de su sexo, etnia, edad o religión.
Especialmente me gustaría enfatizar la Libertad de Religión que el Estado de Israel profesa y practica entendiendo a la libertad religiosa en toda su extensión imaginable, como lo afirmaba nuestro prócer José Artigas en las instrucciones del año XIII. Conscientes de que están en un lugar al cual por lo menos las tres principales religiones monoteístas del mundo le asignan un especial y sagrada importancia, hacen posible la convivencia en tolerancia y respeto, con plena vigencia de la libertad religiosa tanto en el ámbito privado como en el público, asumiendo ese desafío de que los creyentes en su diversidad celebren su fe públicamente, en tolerancia con los demás.
Porque Israel demostró -como en otros casos de nuestra historia- que los conceptos de Justicia, Paz y Libertad no tienen por qué ser contrapuestos, ni limitarse o coartarse la plenitud de alguno de ellos en una sociedad fundamentándose en la necesidad de preservar alguno de los otros.
Como dijera Wilson Ferreira Aldunate y fuera citado en la entrega de este premio en más de una ocasión “están indisolublemente unidos Jerusalén, el Estado Judío y los judíos, porque ninguno de los tres puede entenderse sino referido a los otros dos”. Y de esta misma manera, concluyeron en oportunidad de este premio personalidades mucho más legitimadas y representativas que este humilde servidor, los presidentes Lacalle y Batlle, el General Líber Seregni, entre otros, que Jerusalén es la capital milenaria, indiscutible, indivisible de los judíos y por lo tanto del Estado de Israel.
Estuve por primera vez en Jerusalén en 2015 por especial gentileza de la señora embajadora Nina Ben Ami, quien además de realizar un excelente trabajo diplomático en nuestro país, también ha logrado generar fuertes lazos de afecto y cariño con la comunidad local, y quien especialmente se ha ganado un lugar en el corazón de mi familia.
Cuando llegué frente a la muralla de esa ciudad sagrada, que es vigilada por la emblemática torre de David y dorada por el sol temprano de una mañana clara de invierno, me sentí emocionado y puedo decir que en ese instante me apasioné por aquella ciudad donde transcurrieron tantos episodios que nos marcan, nos enseñan, nos inspiran.
Allí, sobre aquel monte fue el lugar donde Abraham cumplió su acto de fe al entregar en sacrificio al hijo de la promesa, donde el rey David decidió unificar a la nación y establecer allí el Arca del Pacto, donde Salomón ordenó la construcción del Templo, donde reyes y profetas celebraron y sufrieron junto al pueblo, triunfos y derrotas, momentos de felicidad y alegría, pero también zozobras, escasez, tristeza y hasta el destierro.
Allí Nehemías con un grupo de valientes nos enseñó que con arrojo y determinación, enfrentando burlas, dificultades y asedios, se pudieron reconstruir los muros y a su vez defenderlos, organizándose en familias. En toda la historia del pueblo de Israel desde Abraham, está señalada la importancia de la familia como institución básica de la sociedad. Lamentablemente hoy asistimos a su crisis y parece que tenemos otras prioridades, cuando deberíamos tener como política de estado la revalorización y fortalecimiento de ese legado que también nos llega desde nuestros orígenes como civilización.
Allí nació y vivió el profeta Isaías quien profetizó la venida del Mesías y allí llegó siglos más tarde Jesús de Nazaret, quien tuvo una breve pero intensa presencia en Jerusalén, que sin duda además de cambiar la vida de alguno de nosotros como a mí, cambió para siempre por sus enseñanzas, sus actos y su sacrificio de amor, la historia de la humanidad.
Fue con profunda emoción frente a esas murallas que recordé el Salmo 122 cuando dice “Pedid por la paz de Jerusalén; Sean prosperados los que te aman. Sea la paz dentro de tus muros, y el descanso dentro de tus palacios. Por amor de mis hermanos y mis compañeros diré yo: la paz sea contigo. Por amor de la casa del Señor nuestro Dios procuraré tu bien”.
Y para que realmente haya paz el compromiso tiene que ser excepcional y de todos. Excepcional por que no se trabaja por la paz, no se alcanza la misma con la tibieza o indiferencia ante quienes la amenazan, ante quienes desde el fanatismo religioso o ideológico siguen pregonando el odio, el racismo, la discriminación. La educación sigue constituyendo un factor clave para avanzar y nos consta que hay instrucción y formación que tristemente sigue sembrando el odio, el antisemitismo y la muerte en la mente de niños y jóvenes. Y de todos porque debe ser una paz inclusiva y desde la cuna, debemos construir una cultura de paz.
Yo quiero dedicar este premio – y aunque parezca una devolución- quiero tributarlo a la colectividad judía que emigró hacia nuestro país. Desde que llegaron aquí los judíos no han hecho más que beneficiarnos como sociedad, nos han enriquecido, con su cultura, con su música, con su pintura, con su poesía, con su literatura, con su trabajo, con su comercio y su industria, con su arte, con su periodismo, con sus conocimientos, con su
investigación, con su intelectualidad, con su deporte, con su culinaria, con sus obras sociales, con su participación en la política y tantas otros aportes más a lo largo de nuestra historia.
Cuando el profeta Jeremías les escribía aconsejando a los que estaban siendo llevados como cautivos a Babilonia (en el capítulo 29 de su carta) les dice: “Edificad casas y habitadlas; y plantad huertos y comed del fruto de ellos. Casaos y engendrad hijos e hijas; dad mujeres a vuestros hijos, y dad maridos a vuestras hijas, para que tengan hijos e hijas; y multiplicaos ahí y no os disminuyáis. Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Dios; porque en su paz tendréis vosotros paz”. Y eso es lo que la diáspora judía, en las diferentes migraciones, obligadas o elegidas -lamentablemente muchas veces más de las primeras- es lo que han hecho a lo largo y ancho del mundo. Se han integrado, han enriquecido a las sociedades donde han recalado, han procurado la paz. Y eso fue lo que paso con la comunidad judía en Uruguay, realmente los uruguayos nos hemos sentidos bendecidos por la comunidad en nuestro país y fue justamente eso lo que ha generado a través de los años ese amor entrañable de pueblo a pueblo, de nación a nación, de Estado a Estado, que no se podrá debilitar por tristes y excepcionales episodios que intentaron apartarnos de ese rumbo.
También están dentro de las promesas a Abraham “bendeciré a los que te bendijeren y maldeciré a los que te maldijeren y en ti serán benditas todas las familias de la tierra” y por eso hoy nos brota desde lo profundo de nuestro ser un deseo de paz y explícito pedido de que el Dios de Abraham, Isaac y Jacob bendiga a Jerusalén, bendiga a Israel, bendiga a la comunidad judía en nuestro país y bendiga a Uruguay.
Shalom y muchas gracias”.