Compartimos el punto de vista del periodista Hugo Machín, respecto a la situación de Colombia y la postura del senador y ex presidente José Mujica.
«Ateniéndonos a su trayectoria, verborragia y resultados concretos de su gestión presidencial en el Uruguay (2010 -2015), no ameritaría que se tomara en serio su juicio acerca de una situación dolorosa, compleja, difícil, como ha sido la peripecia de Colombia durante más de medio siglo y su presente pleno de expectativas. Pero su juicio ofende a la ciudadanía colombiana.
La esquizofrenia es una disociación de las funciones psíquicas. En el lenguaje popular, tan caro a Mujica, se asume como tener dos opiniones contrapuestas sobre un mismo fenómeno. La mejor interpretación uruguaya de esa patología pertenece a Mujica: “Como te digo una cosa, te digo la otra”, frase a la que apela sistemáticamente, desde su relativismo crónico, cuando aspira a describir alguna situación.
Mujica definió, y como ya es costumbre su opinión se amplificó en el mundo, de que el resultado del plebiscito realizado en Colombia el 2 de octubre pasado, obedeció a la “esquizofrenia” de la ciudadanía colombiana.
Ateniéndonos a su trayectoria, verborragia y resultados concretos de su gestión presidencial en el Uruguay (2010 -2015), no ameritaría que se tomara en serio su juicio acerca de una situación dolorosa, compleja, difícil, como ha sido la peripecia de Colombia durante más de medio siglo y su presente pleno de expectativas.
Pero su juicio ofende a la ciudadanía colombiana.
Mujica, como sobre casi todos los temas que aborda, cree que puede perorar sobre Colombia, sin detallar cómo desarrollaría una estrategia viable para el futuro de ese país, aunque es rotundo al afirmar que él tiene la solución.
Ocurre que Mujica es considerado como una especie de gurú de la política contemporánea, fruto de la ficticia necesidad de encontrar emoticones que puedan ser viralizados al instante, sin profundizar mucho en sus reales contenidos.
Mujica es uno de los frutos del desprestigio in crescendo que desde hace décadas en Occidente viene afectando a los políticos en general; a los latinoamericanos en particular, y a los de izquierda, específicamente. Un contexto tal, en el que, simplemente por no haber multiplicado de manera exorbitante su patrimonio durante su pasaje por el gobierno –como sí lo hicieron los Kirchner, Hugo Chávez, Lula, Daniel Ortega, por mencionar los más notorios progresistas-, Mujica se hace acreedor de la simpatía, cuando no de la admiración, de millones de personas. Lo que no habla muy bien del concepto de democracia que se tiene cuando se reputa como un valor extraordinario ser decente en la función pública. Solón enrojecería.
Si alguien piensa que existe animadversión de este cronista, puede remitirse a mi artículo “Por las urnas sí, por las armas, no”, publicado hace siete años en diferentes periódicos latinoamericanos, luego de que Mujica ganara las elecciones uruguayas de 2009. Podrá constatar si hay prejuicios, o consignación de hechos.
Empecemos por la verborragia. Mujica ha dicho en cuanta oportunidad se le presenta, a veces alentado por algún periodista uruguayo que en realidad actúa como vocero, que podría participar como facilitador de las negociaciones entre el gobierno colombiano y las Farc. Podrá haberse auto propuesto; podrá habérselo pedido unilateralmente a las Farc, pero no hay evidencia de que formalmente la administración Santos haya tenido interés en su concurso. Es más, Henry Acosta, el emisario plenipotenciario durante seis años entre el Gobierno y Timochenko (Timoleón Jiménez, jefe de las Farc), dijo en agosto a la emisora La W de Bogotá que si el Chile de Sebastián Piñera no fue considerado en su momento buen ámbito para las negociaciones, tampoco el Uruguay de Mujica lo era.
¿Mujica pretendía o pretende participar en una negociación de paz, cuando él durante sus cinco años de gobierno azuzó el enfrentamiento entre sus conciudadanos? Desde su audición radial semanal varias veces dejó de ser el presidente de todos los uruguayos, para emprenderla contra los trabajadores, los maestros, los académicos, los bachilleres, los periodistas, u otro sector de la ciudadanía, descalificándolos.
Verdad, Justicia y no repetición, son elementos primordiales en el presente y el futuro de Colombia. ¿Qué opina Mujica?: —“Yo quiero saber la verdad, pero en la Justicia no creo un carajo”. Por esa razón apoyó la propuesta de su esposa –senadora- de crear una corte de mayor jerarquía que la Suprema Corte de Justicia para realizar un juicio político a los miembros que conformaban este órgano.
Tampoco ha sido honesto con la verdad. No solamente porque no ha reconocido ante la sociedad uruguaya el daño generado durante la década en que atentó con las armas contra la democracia, sino que ha contribuido a enredar la historia reciente, haciendo creer a sus audiencias que él fue un luchador contra la dictadura que imperó en Uruguay entre 1973 y 1985. La realidad es que ni él, ni los tupamaros nada hicieron contra los militares uruguayos en el poder. Lo que sí propiciaron fue darle más pretextos a la dictadura para reprimir al conjunto de la sociedad uruguaya, cuando desde Buenos Aires crearon en 1974 la fatídica Junta Coordinadora Revolucionaria junto a las guerrillas argentina, boliviana y chilena.
Más allá de que Mujica haya padecido especialmente duras condiciones de cárcel durante la dictadura, ¿sería capaz de sincerarse y decirle a los colombianos que él no solamente recibió varios impactos de bala en un enfrentamiento armado, como repite cada vez que se presenta la oportunidad – y omite recordar que se le respetó la vida y fue curado en un hospital militar-, sino también que de manera mafiosa, ordenó matar a un funcionario policial que en los sesenta simplemente cumplió con su obligación de denunciar la presencia de tupamaros en un sitio público cuando delinquían?
¿Mujica estaría en condiciones de participar del período del postconflicto colombiano, en el que se debe planificar estudio y trabajo para miles de ex guerrilleros? Él ha propuesto como sistema de vida para los uruguayos -a los que califica de perezosos- el de los bosquimanos de la tribu africana Kung San, porque son “el ideal del hombre que se manda a sí mismo y que labura [trabaja] dos horas por día”.
Una cosa es hablar de la imperiosa necesidad de mejorar la educación que tienen los países latinoamericanos, y otra, es la realidad. Mujica, en 2010 anunció un cambio “radical” en la deteriorada educación uruguaya “Vamos a invertir primero en educación, segundo en educación, tercero en educación. Un pueblo educado tiene las mejores opciones en la vida y es muy difícil que lo engañen los corruptos y mentirosos” y terminó reclamándole a los maestros uruguayos que si quieren“ganar más” [que] “se consigan otro empleo”, para agregar “hay que juntarse y hacer mierda a los gremios (de la enseñanza), no queda otra. Ojalá logremos sacarlos del camino”.
Uruguay, junto a Colombia, ocupa la peor ubicación en la lista de países en las pruebas PISA y Mujica ya no puede responsabilizar, como hacía desde la oposición, a los anteriores gobiernos: su partido gobierna desde hace 12 años el país; y hace más de un cuarto de siglo que lo hace en la capital, Montevideo.
No ha sido un buen ejemplo. Su desaseo personal, su regocijo porque al parlamento uruguayo accedieran menos graduados universitarios que en otras legislaturas; su definición de que “lo político está por encima de lo jurídico”, para justificar el espurio ingreso venezolano al Mercosur, no configuran algo positivo para el posconflicto colombiano.
Tampoco el ex presidente uruguayo es el mejor ejemplo de “no repetición”. Hasta una década después de recuperada la democracia en Uruguay, los tupamaros mantuvieron latente la posibilidad de retomar la vía armada para hacer su revolución. Lo ha confesado un ex compañero de Mujica, el también exjefe tupamaro Jorge Zabala, cuando relató cómo en 1994, armados, planificaron el bloqueo a una decisión de la justicia uruguaya para extraditar a tres etarras que se habían ocultado en Uruguay. En esa provocación tupamara, en que Mujica barajó la posibilidad de enfrentar con armas de fuego a la policía, perecieron dos uruguayos y hubo decenas de heridos fruto de la represión policial.
Mujica emplea horas en sus interminables discursos hablando de la solidaridad y el amor, pero en mayo pasado confesó en Argentina que los cinco ex presos de la cárcel norteamericana de Guantánamo llegados a Uruguay durante su presidencia en 2014, en realidad fue un acuerdo comercial: «Para venderle unos kilos de naranja a Estados Unidos” [me tuve] que “bancar a cinco locos de Guantánamo”.
Sobre los refugiados sirios, cuya llegada a Uruguay en plena campaña electoral de 2014 también fue altamente promocionada como un logro “del Pepe”; terminó con críticas de Mujica a los inmigrantes; y estos, hastiados de la incompetencia administrativa y carencia de previsión -como casi todas las medidas de Mujica – acampados ante la Casa de Gobierno de Montevideo, prefiriendo regresar a Siria antes que permanecer en Uruguay.
El periodismo colombiano es digno de respeto y solidaridad. Así lo expresé en Santiago de Chile ante colegas latinoamericanos durante el encuentro de la Asociación de Periodistas de Economía y Finanzas (Aipef), en noviembre de 2013, en ocasión de ofrecer un panorama de la situación de libertad de prensa en Colombia, en la sala de actos de la CEPAL. Desde ese posicionamiento, sugiero a los colegas colombianos que profundicen sobre aspectos tratados en esta columna y sobre los logros del gobierno de Mujica.
¿Qué ocurrió con la educación, con la salud, con la seguridad ciudadana, con la que iba a ser “la madre de todas las reformas”, o sea la reforma del Estado, al que ingresaron miles de funcionarios públicos durante su gobierno, cuando dispuso de cinco años de bonanza económica internacional?
Fracasó en su iniciativa de aumentar la contribución impositiva a la concentración de tierras, que terminó siendo declarada inconstitucional por la Suprema Corte de Justicia.
Quizás sea prudente, en lugar de presentarlo ante la audiencia o lectores colombianos como “viejo sabio”, preguntarle a “Pepe” sobre la herencia que legó al actual gobierno, también del Frente Amplio, que debe resolverse mediante un ajuste fiscal. O, acerca de la desastrosa administración del ente estatal monopólico petrolero uruguayo (Ancap), sobre la que la justicia investiga si hubo fraude, incompetencia, o ambas cosas. También sobre empresas de sus correligionarios cuyos negocios con Venezuela son objeto de investigaciones parlamentarias.
“No traguen entero” sobre su presunta pobreza: no es tal, el sueldo de su esposa, senadora y frustrada aspirante a sucederle en la presidencia, así como derrotada candidata a la intendencia montevideana, es de 11.950 dólares, equivalentes a 33 salarios mínimos. Similar al sueldo de un legislador colombiano. Posee unas hectáreas de tierra- de las que nunca dio razón de compra- y, por otra parte, él mismo niega ser “pobre”.
Tampoco se dejen engatusar por su juego de palabras vacías, cuando no irrespetuosas: en setiembre de 2015, hablando delante de miles de jóvenes que en Medellín asistieron a la VII Conferencia del Centro Latinoamericano de Ciencias Sociales CLACSO, utilizó definiciones de estadista: ”Nuestros países deben dejar de bajarse los pantalones” con los poderosos del mundo. En setiembre afirmó en España que Argentina y Brasil «están cagando arriba de la mesa de los vecinos. La puta que los parió. ¡Qué desastre! Parecen dos repúblicas bananeras”.
Naturalmente que comparado con los exabruptos y confesiones de delitos de Donald Trump, lo de Mujica pasa desapercibido».
Fuente Contenido e Imagen: analisislatino.com