“El discurso bélico que Trump emplea para asuntos civiles, como ya se ha anotado por otros autores, es similar al de líderes fascistas como Mussolini o Pinochet; pero también al empleado por Chávez, Maduro, o Cristina Fernández de Kirchner y opera los mismos perniciosos efectos divisorios sobre la ciudadanía más vulnerable.
¿Y si por un momento en lugar de analizar la evidencia de su xenofobia, sus fantasías paranoicas, sus inconstitucionales promesas electorales, sus incongruencias, o falsedades y demás dislates de Donald Trump, se intenta ver las causas que lo han potenciado?
Y más que el fenómeno Trump, tratar de entender por qué concita el apoyo de ese sector de sus compatriotas que vota en las primarias.
Hay explicaciones referidas a que su base electoral son personas anglosajonas, racistas, de clase media, edad madura. Bien, demos por asumido ese segmento y veamos otro enfoque.
En marzo de 2011, el gobernador del estado de Wisconsin, Scott Walker, republicano, retiraba casi todos los derechos de negociación colectiva a la enorme mayoría de empleados públicos estatales que ya habían cedido a su demanda de aportar más para las pensiones y de duplicar su contribución al seguro de salud.
Walker movilizó a la Guardia Nacional para reprimir la protesta sindical y se salió con la suya.
El presidente de la central sindical AFL-CIO, Richard Trumka, líder de la mayor federación laboral, dijo entonces que la medida del gobernador era una «corrupción de la democracia».
El Premio Nobel de Economía Paul Krugman escribió al respecto que Walker, con el argumento de la responsabilidad fiscal, intenta “hacer que Wisconsin – y eventualmente Estados Unidos- sea menos una democracia que funciona y más un oligarquía al estilo del tercer mundo”.
Cuatro años después, Walker declaró que si era electo presidente de los EEUU, podría combatir eficazmente al Estado Islámico (EI), gracias a la experiencia adquirida cuando enfrentó a los sindicatos de trabajadores en su estado.
No se precisa hilar muy fino para deducir que Trump propone esa práctica para el al ámbito nacional
¿Por qué es aceptado? Quizás parte de la respuesta la aporte un prestigioso investigador en educación, el norteamericano Henry Giroux, cuando analiza lo que denomina “la crisis del valor público”.
En la medida que el sentido de la democracia es desvirtuado por su transformación en una exclusiva sociedad de mercado; que el poder de las corporaciones parece no tener límites en su decisión de privatizar, desregular y aniquilar todo vestigio de vida pública, se puede desentrañar la avalancha de Trump.
Despojar a los trabajadores estatales -especialmente a los docentes de la enseñanza pública y superior- de sus derechos de negociación; desmantelar los programas de servicios públicos, como han impulsado los republicanos desde principios del siglo XXI, explica parte del invento que hoy asusta a los mismos líderes republicanos como Mitt Romney y John Mc Cain, a quienes se les vuelve intolerable la idea de que Trump represente al partido de Abraham Lincoln.
Grandes franjas de estadounidenses, -que además sufrieron la grave crisis de 2008- sometidos a la pérdida del sentido de ciudadanía social, han sido ganadas por la desesperanza, el sentimiento de ser descartables y sufren ante la imposición de una ética de la supervivencia del más apto, que remplaza cualquier noción razonable de solidaridad, responsabilidad social y compasión por el otro, sostiene Giroux.
Parte de esos estadounidenses compran el slogan de Trump: “Me propongo a hacer de EEUU nuevamente un gran país”. Necesitan creer.
Paradojalmente, esa inyección de fortaleza que aplica Trump incide en quienes padecen desde tiempo a la creciente cultura de la humillación y crueldad dirigida contra las minorías, los minusválidos, los necesitados de programas sociales. Es un discurso que sugiere que quien no cree en la búsqueda del interés material para sí, en la competencia desenfrenada en el exclusivismo del mercado, es un candidato adecuado para ser humillado.
El discurso bélico que Donald Trump emplea para asuntos civiles, como ya se ha anotado por otros autores, es similar al de líderes fascistas como Mussolini o Pinochet; pero también al empleado por Chávez, Maduro, o Cristina Fernández de Kirchner y opera los mismos perniciosos efectos divisorios sobre la ciudadanía más vulnerable.
Datos: Las preferencias de votos para elecciones presidenciales en esta etapa son de 54% para Hillary Clinton; 41% para Donald Trump y 5% de indecisos, según sondeos de ORC International /CNN (ORC es la Corporación de Opinión e Investigación Internacional)
El 87% de los latinos tiene imagen desfavorable de Trump, según un sondeo de Latino Decisiones realizada en todo el país. Son 11 millones de mejicanos que votan.
En un cuarto de siglo la incidencia del voto latino pasó de un 3,9% a un 10%, según estudio de la Universidad de Nueva York y la CNN, porcentaje definitorio en la elección general de noviembre”.
Fuente Contenido e Imagen: Análisis Latino. www.analisislatino.com