“En la búsqueda de encontrarle cada año un nuevo sentido a la Semana Santa, le preguntaba a mis alumnos qué sabían acerca de ella y de qué manera la pensaban vivir. Yo tengo bastante claro lo que significa para mí, pero me preocupa cada vez más como viven la semana Santa las demás personas en Uruguay. En el caso de mis alumnos, pocos de ellos retenían en su memoria para qué se celebra la semana Santa. Apenas recordaban algunos sucesos que allí rememoramos, y la Pascua…más allá del conejo y el huevo de chocolate, alguno se acordaba que se festeja la Resurrección de Jesús. Acerca del cómo la piensan vivir escuchaba que para la mayoría es una semana de vacaciones, de descanso, de paseo y de estar en casa. Es como un “descanso” luego del comienzo de clases.
Dije “me preocupa”, pero en buen sentido: me interesa escuchar a los adolescentes, no sólo por su transparencia al responder, sino porque ellos son los verdaderos portavoces de los adultos que conocen. A ellos les faltará aún saber de muchas aspectos de la vida, pero son los destinatarios de los mensajes de los adultos vivimos. Basta preguntarles acerca de la seguridad en las calles y rápidamente repiten todo lo que uno escucha en los teleinformativos, en los comercios, en el barrio. Por eso me preocupa, pues a través de ellos se pueden sondear por dónde van sus familias y parte de la sociedad en algunos aspectos.
Con ello seguimos percibiendo que la semana Santa católica permite a la mayoría de los uruguayos un tiempo de descanso, vacaciones, familia, disfrute. Aquellos que no logran salir de licencia en los meses de verano o en la época de carnaval, aprovechan la semana Santa para irse de viaje. Por eso es una semana muy conocida y ansiada. La llamamos también semana de “turismo”, de “de la cerveza”, de “las criollas”, de “la vuelta ciclista”, entre otras. De muchas maneras la llamamos y de muchas más la vivimos. Lo que sí genera es un clima de movimiento de gente hacia muchos lugares del país, de muchos movimiento de dinero: alquileres, pasajes de ómnibus, de avión; en fin de mucho consumismo generalizado. Quien se queda en casa sin poder salir la vive hasta con cierta culpa de no poder ser uno de los que se va de vacaciones.
Todo eso me hace pensar en muchas cosas. Por un lado pienso en que mientras en la Iglesia Católica vivimos los acontecimientos centrales de nuestra fe, parece que la gran mayoría de la población está de espaldas a todo ello, y los mismos católicos entramos en tensión por si nos adherimos al común denominador o cumplimos con los preceptos religiosos. Mientras los curas, religiosos y las religiosas están en plena “faena religiosa”, poca es la gente que está dispuesta a participar de las celebraciones de la semana. Mientras la Cuaresma nos invita a la oración, la limosna y el ayuno, la semana de turismo es la oportunidad para comer, beber y gastar dinero invirtiéndolo en descanso y disfrute. Mientras las parroquias se preparan limpiando los templos, adornándolos con muchos símbolos para que ayuden a los fieles a meterse más en los misterios de la fe cristiana, quizá es un tiempo donde menos gente acude a ellos. Mientras los clérigos preparan sus vestiduras sagradas para mostrarlas en las procesiones y ritos públicos, la mayor parte de la población está atenta a otras cosas.
No me meteré aquí a buscar las consecuencias de que todo esto pase, del proceso de un laicismo histórico y militante que ha ido en contra de la Iglesia y que en estos últimos tiempos muchos católicos defienden. Con motivo de la colocación de la imagen de la Virgen en el puerto del Buceo muchos son los católicos que saltan a defender su libertad de poder venerar a la Virgen en un espacio público (y de cierta manera está bien y coincido en calidad de ciudadano y defensor de la democracia). Todo esto deja seguir percibiendo que, mientras los cristianos seguimos peleando por mantener ciertas costumbres o prácticas religiosas que han dado históricamente sentido a nuestra fe, la mayor parte de las personas y gran parte del mundo entero, pareciera caminar por otro sendero, dando valor a otras cosas tan necesarias para la vida.
Que no se me acuse de no defender mi fe, todo lo contrario. Una forma de defenderse es cuestionarse a sí mismo, acerca de que si estamos yendo al compás de los demás. Por eso me pregunto: ¿sigue siendo la Semana Santa, un tiempo propicio para la celebración de los misterios más importantes de la fe católica? ¿No es cuestionable que la Iglesia deba repensar todas estas prácticas religiosas a la luz de la realidad sociohistórica? Debemos preguntarnos esto junto con otras cosas. Mientras las gentes andan por otros lados nosotros nos encerramos en nuestros templos y realizamos alguna procesión por la calle, y hacemos nuestros sacrificios religiosos…para qué? Dios está en todos lados, también en las vacaciones de las personas que trabajan todo el año…
Desde hace muchos años se dice que la Iglesia siempre va detrás del mundo y eso lo estamos confirmando en este tiempo donde el Concilio Vaticano II, recién se está poniendo en acto. Muchas ideas y proyectos vislumbrados en el aquel 1962 recién se están actualizando con el pontificado de Francisco. Ojalá en algunos años más podamos rever todo esto de la semana Santa, si es que queremos que nuestra Iglesia y todos los cristianos en su conjunto, podamos acompañar los pasos de la historia, estando con los que necesitan escuchar la Palabra mientras también disfrutan de sus derechos al descanso y al tiempo familiar. A veces me parece que la Iglesia sigue muy a contramano del mundo…
Mi invitación es es que en esta semana Santa podamos hacernos un tiempo para celebrar con gozo todo el amor que Dios nos tiene y que es tan grande que lo llevó a entregarse a la muerte por nosotros. Pero, esa misma fuerza del amor, lo llevó a Resucitar por el amor del Padre y el poder del Espíritu Santo. Pero también no perder de vista: si celebramos el amor entregado, hagamos lo mismo. Todos tenemos amor para dar y qué bueno sería poder darlo cada vez más, estemos donde estemos, acampando en algún lugar, en la termas del norte, en la fiesta de la cerveza, en la vuelta ciclista, de viaje, o quedándome en casa y viviendo la semana Santa con mi comunidad de base.
En fin, estoy convencido que los que realmente viven la semana Santa son los más pobres, los que no pueden irse de vacaciones, los que tienen que trabajar y -con mucha suerte- librar el viernes Santo. Ellos son los que actualizan la pasión, muerte y Resurrección de Jesús. Ellos no pueden escapar del sistema y, mientras otros gozan y disfrutan las ventajas de un sistema que explota a muchos y privilegia a otros, son ellos los que reciben los latigazos de la injusticia y es en sus cuerpos y sus almas donde Jesús vuelve a ser crucificado. Mientras muchos miramos hacia un costado el sufrimiento de nuestros semejantes y nos vamos de viaje, los pobres no pueden escapar del mal que los busca para matarlos. Ojalá la resurrección de Jesús nos renueve el compromiso social con los más débiles y los más vulnerables”.
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