Compartimos la columna reflexiva de Diego Pereira pereira.arje@gmail.com bajo el título “Seamos uno, en el amor de Dios, para que el mundo crea en Jesús”.
El pasado domingo 6 de diciembre participé en una celebración de la Iglesia Nueva Apostólica en Juan Lacaze, departamento de Colonia. El motivo fue la fiesta del bautismo de un familiar cercano. En un día soleado y veraniego, con un poco de viento, fuimos testigos de un acto más de fe de ciudadanos uruguayos que le piden a Dios la bendición de su pequeño bebé y que se comprometen a educarlo en un camino de fe. Como católico que soy, allí participé con un corazón abierto a vivirlo activamente, abierto a lo que el Espíritu quería decirme al llevarme hasta allí. Sobre ello quisiera contar la experiencia, compartir unos datos y luego hacer una pequeña reflexión.
a- El hecho: sin saber nada acerca sobre ella, me encontré a las 9:30 de la mañana entrando en el templo de la Iglesia Nueva Apostólica, muy sensibilizado por el ensayo de los cantos para la celebración. Unas veinte personas con carpetas de cantos con sus respectivas notas unían sus voces conformando un coro muy hermoso, acompañados por un antiguo órgano, alabando a Dios por la vida y a tono con el tiempo de Adviento que estamos viviendo. Un señor muy amable nos recibió en la puerta y luego de saludarnos nos indicó donde sentarnos. En un clima cálido y fraterno fui entrando también en clima de oración. Hacia el altar del templo se preparaban cuatro pastores que, vestidos de traje y corbata, saludaban a los fieles y se preparaban para el culto detrás de un altar de madera que ocupaba un poco menos que el ancho del templo. Sobre la pared del fondo se elevaba la cruz de Jesús y a su alrededor, una especie de rayos conforman el signo de la Iglesia. Los fieles llegaban a tiempo y también un poco tarde. El culto comenzaba. Un pastor (a los que llaman apóstol) inició con oraciones simples, pidiéndole a Dios su presencia entre nosotros. Alternadas con salmos cantados, las peticiones de este pastor casi siempre se iniciaban con: “Amadísimo Dios…” No fue un detalle menor para mí. Me pareció lindo, cercano, como acto que reconoce la necesidad del amor de Dios, pero a la vez refleja alabanza, respeto, honor y gloria. Luego de la lectura de la Palabra de Dios de Mateo 17, 10-13 se sucedieron cuatro prédicas: el pastor principal, luego los tres pastores que lo acompañaban también se dirigieron a los fieles. Al terminar sus mensajes todo decían “Amén”, a los que todos respondíamos con “Amén”. En el momento central se sucedió el bautismo donde con agua y oraciones se pidió la bendición de Dios para el bebé que desde ese momento pasó a ser hijo de Dios. Momentos después, con la disposición correspondiente, el pastor le pedía el perdón a Dios de todos los pecados de los presentes, de manera de disponernos a participar de la Santa Cena, compuestos por pan y vino. Los fieles comulgaron con profunda reverencia y devoción, para luego dar gracias y terminar un con canto.
b- Una mínima investigación: con el propósito de informarme consulté algunas páginas de internet para saber un poco más acerca de la Iglesia Nueva Apostólica y encontré páginas de su pertenencia de las cuales tomé apuntes. Solamente quiero compartir su origen y detalles de su doctrina. “La Iglesia Nueva Apostólica es una iglesia cristiana y de carácter internacional. La base de su doctrina es la Sagrada Escritura. Se desarrolló en 1863 de la Comunidad Católica-Apostólica y desde ese tiempo, así como también en las primeras comunidades de cristianos, es guiada por apóstoles.” “La Iglesia Nueva Apostólica conoce tres sacramentos: el Santo Bautismo con agua, el Santo Sellamiento y la Santa Cena. El bautismo con agua es la primera y fundamental muestra de gracia del trino Dios a los hombres que creen en Cristo. Con el Santo Sellamiento el creyente es llenado con el Don del Espíritu Santo. Esto sucede a través de la oración e imposición de manos de un apóstol a los bautizados con agua. En la Santa Cena son alcanzados cuerpo y sangre de Cristo”. Esto está tomado del sitio web http://www.inasud.org/
c- Una reflexión como fruto de la oración: Confieso que todo el tiempo que estuve compartiendo el culto con estos mis hermanos sentí la gran tentación de observar las diferencias en lo referente a la liturgia y la doctrina católicas pero, por Gracia de Dios, no perdí tiempo en eso sino que me dediqué a unirme a la oración y al momento presente. Al lograr eso sentí muy cercana la oración de los pastores y sus predicas, los cantos me llenaron los ojos de lágrimas y por momentos no me sentí un extraño a la fe de esos hermanos. Por lo contrario sentí en mi pecho al mismo Dios y mirando la Cruz de Jesús, sentí que nos abrazaba a todos por igual, sin distinción, sin escalafones. Fui testigo de un bautismo y sentí a ese niño como mi hermano de fe y oré por él y le pedí a Dios que bendiga su familia y su hogar. En el momento de pedir perdón hablé con Dios y pedí perdón por mis pecados y por los de mis hermanos presentes para que Dios los bendiga y llene de su paz. Y al momento de la Santa Cena comulgué espiritualmente con Dios y mis hermanos, me sentí uno de ellos, y los sentí muchos de los míos. Somos hijos de Dios, creemos en Cristo Jesús, Nuestro Señor y él nos ama a todos.
Pero una pregunta se extendió a la largo de la celebración, como una espina clavada, como una llaga que quiere cerrar y no puede: “Señor, ¿Por qué estamos separados? Nos unen tantas cosas…”. En todo momento le hablé a Dios y repetí muchas veces esta pregunta buscando cierto consuelo…me duele tener que hacérsela pues de alguna manera ya se la respuesta. Pero aceptarla me desespera, ya que me compromete…nos compromete. El Dios del amor y de la misericordia, el que ama a todos por igual, nos quiere unidos. Los que nos separamos somos los hombres. A lo largo de la historia los que siguen a Jesús se han visto tentados por intereses personales y comunitarios, por búsquedas de poder y de reconocimiento. Esto ha llevado a tanta separación de un mismo cristianismo en diversas iglesias que hoy defienden sus intereses y buscan un lugar en el mundo. Pero si viéramos cuántas cosas nos unen! Muchos principios de fe, muchas de nuestras prácticas nos muestran que nuestra necesidad de Dios es la misma, que todos queremos estar con él y compartir con los hermanos la lucha por el Reino de Dios y una vida más justa para todos.
Un día después de vivir esto, vengo a mi lugar de encuentro con Dios y busco en su Palabra una respuesta. Debo tener más fe y esperanza, pero también debo poner mi granito de arena en esta tarea que es buscar la unión de los cristianos. Vengo a mi Biblia y busco en las palabras de Jesús algo que fortalezca mi fe y de sentido a esta inquietud. Y es en el Evangelio de Juan donde encuentro una pista, pero no a modo de solución, sino como oración. Los invito a orar juntos con palabras de Jesús, palabras donde él pide al Padre por nosotros. Esta oración es conocida como la oración de intercesión de Jesús donde ejerce su ministerio sacerdotal, orando a Dios por nosotros, sus hijos. Es una parte de una oración más larga, pero que me ayuda a encontrar consuelo. Se las regalo para que juntos la recemos, deseando profundamente que Dios nos una a él en esta tarea de unir a todas las ovejas de su rebaño; “Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti; que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17, 21).
Fuente Imagen: http://apostol-totustuus.blogspot.com.uy
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