Compartimos la columna de Diego Pereira. pereira.arje@gmail.com
Existen varias razones para encontrarse a reflexionar sobre diferentes aspectos de la vida humana. Nos congregan temas políticos, económicos, estudiantiles, sindicales; regionales o locales; grupales o también más generales. Pero también existen motivos que tienen que ver con el intento de un reflexionar con otros el actuar de Dios en la historia humana. Por eso en la semana del 26 al 30 de octubre nos reunimos personas de varios países, de varios continentes, de diferentes religiones, convencidos de que el motivo que nos reunía fue ponernos a la escucha del Espíritu Santo. Conscientes de la promesa de Jesús de que cuando dos o más nos juntemos en su nombre él se hará presente (Mt 18, 20) nos convocamos en Belo Horizonte, Brasil, en un Congreso organizado por Amerindia Continental, una red de católicos abiertos al diálogo ecuménico e interreligioso.
Como todo encuentro hay una organización, una propuesta de trabajo, unos horarios a cumplir, un precio establecido de gastos, pero siempre se escapan cosas que no podemos prever.
Sobre todo cuando nos convoca la necesidad de escuchar a Dios que se manifiesta en la vida de las mujeres y los hombres de nuestro tiempo y con los cuales nos une la fe en un mismo Dios, al cual le podemos llamar de diversas maneras. Muchos lo describen como el Dios escondido (Is. 45,15) -para quienes lo quieren encasillar en fórmulas- y sin embargo lo experimentamos como el Dios amor, de la alegría, de la paz, como frutos de su Espíritu (Gál 5, 22). Esos mismos sentimientos fueron los que afloraron a lo largo del encuentro donde la experiencia de las grandes teólogas y teólogos latinoamericanos se entremezclaron con la sangre joven, de ardiente corazón y de mirada esperanzadora.
Los que participamos del Congreso, sea como conferencistas, talleristas o participantes, tuvimos la oportunidad de convivir en un clima de fraternidad donde el compartir sencillo fue la gran característica. El signo de los hijos de Dios es la profundidad de su convivialidad. Jesús nos mandó amarnos los unos a los otros como el mismo nos amó (Jn 13, 34) y por ello sentimos que es el mismo Espíritu Santo que habitó entre nosotros y tocó nuestros corazones. Es el Espíritu que armoniza búsquedas, intenciones, esperanzas, sueños de tantas personas llegadas de tantos lugares diferentes pero unidos en un mismo sentir: hacer que otro mundo sea posible desde la fe en Dios. Por eso el título de congreso fue: “Iglesia que camina con Espíritu…”. Queremos ser la familia de Dios que sigue los pasos del Maestro bajo la guía del Espíritu Santo.
Pero también nos reconocemos herederos de una tradición humana de fe, desde los pueblos latinoamericanos, que han descubierto y experimentado un sujeto principal en la manifestación de Dios por algunos de sus hijos más débiles y despreciados en todas las épocas.
Por eso el lema del congreso termina: “…y desde los pobres”. Creemos que el Dios de Jesucristo ha manifestado desde su Encarnación una clara predilección por aquellos que no caben en ningún sistema económico ni político, ni en la era judía y romana, como tampoco hoy.
Los pobres de hoy son los mismos que seguían a Jesús porque los amaba con un amor entrañable, porque los defendió de su maltrato, les devolvió su dignidad y les hizo salir de su propia concepción de ser olvidados por Dios. Jesús manifestó la fuerza del Espíritu cuando se sintió tocado por él y enviado a liberar a los pobres, ya que él mismo se hizo pobre por nosotros (Cor 8,9).
De allí el lema del congreso: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres” (Lc 4,18). Jesús no sólo logró discernir los impulsos del Espíritu, sino que lo acompañó con acciones claras de preferencia por los más pobres. Así lo mostró con el recaudador (Lc 19, 1-10), con el paralítico (Lc 5, 17-26), con el ciego
(Lc 18,35 43) o con la mujer adúltera (Jn 8, 1-11); todos ellos pecadores antes la sociedad, pero sobre todo integrantes del círculo de “los que no cuentan”. Y por ello en nuestra Patria Grande hemos vivido no sólo el ser parte del “tercer mundo”, sino que nuestra experiencia de fe también ha sido minusvalorada por sus manifestaciones propias, fruto de una enmtalidad que no es la de la iglesia occidental y romana. Nuestros pueblos latinoamericanos han vivido también la persecución por levantarse en rebelión contra los poderes imperantes y eso marca una experiencia de Dios muy diferente. Por muchas de estas razones nos sostiene la primera de la Bienaventuranzas: “Felices los pobres de corazón, porque el Reino de los cielos les pertenece” (Mt 5, 3).
Siguiendo los pasos del preclaro Gustavo Gutiérrez, padre de una teología que revaloriza la experiencia de Dios de los pobres y excluidos -que no es más que la insistencia en la búsqueda de una fidelidad al mensaje de Jesús y de su propuesta- nos reunimos para seguir experimentando que Dios se manifiesta en los más sencillos y pequeños. Esto también lo ha revelado Dios a otros hombres, como el Papa Benedicto XVI que decía sobre la sabiduría de Dios: “…los destinatarios de su comunicación son concretamente los pequeños. Esta es la voluntad del Padre y el Hijo la comparte con alegría”. (Catequesis del 7 de diciembre de 2011). Quizá por ello esta teología desarrollada y vivida por unos y anhelada por otros nos lleva a creer que el Espíritu nos sigue hablando y, desde la elección del Papa Francisco, creemos que es posible una nueva reforma eclesial. La historia nos pone a prueba pero también nos muestra esa posibilidad con el ejemplo de Lutero, acción de la cual celebraremos 500 años en 2017. Por eso seguimos caminando en el Espíritu creyendo firmemente que Dios actúa en el mundo y da pruebas de su amor por los más pequeños.
Le dejo el link oficial del congreso donde encontrarán fotos, videos de las conferencias y noticias en los medios de comunicación: http://www.amerindiaenlared.org/congreso2015/
Fuente Imagen: mgsps.org
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