“Ya anciano y enfermo desde tiempo atrás, inició su viaje rápido a la Casa del Padre, Uberfil Monzón, sacerdote y militante del cambio social.
Se fue a juntar con Cacho Alonso, con la Hermana Marta, con Partelli, Haroldo Ponce, Pedro Suárez, Rivas, Emilio Castro, Spadaccino y tantos otros que compartieron la hermandad en la fe y la acción pastoral con un testimonio de vida coherente con la cercanía de los más humildes, honrando el espíritu evangélico de la opción preferencial por los pobres. O más sencilla y radicalmente, la opción exclusiva por y con los pobres.
Compromiso cristiano que nos marcó muy fuerte a varias generaciones que encontramos en ellos o reafirmamos con ellos el valor de la fe y la confianza en la Iglesia – las iglesias – como pueblo de Dios en marcha con espíritu ecuménico y coherencia plural de encuentro con todas las corrientes del humanismo.
El cura Monzón, desde siempre en las parroquias de barrios humildes, en el Uruguay o en el Paraguay de dictaduras que temían con razón a los curas progresistas que eran fermento en la religiosidad popular mucho más extendida que en estos pagos, fue un referente auténtico.
Fue siempre un militante. Primer sacerdote en ejercer en nuestro país un cargo público en un gobierno de izquierda.
No abundaban en el comienzo del camino de las transformaciones populares, aquellos capaces de desempeñar una gestión desde el espacio de las políticas públicas, que conjugaran la planificación teórica del trabajo con la experiencia de conocer muy de cerca las carencias de la población destinataria de un vigoroso impulso de planes sociales, en situaciones de emergencia. Empezando por la alimentación básica, aquella sin la cual no hay ningún desarrollo humano posible.
Dejó toda su energía y compromiso en el Instituto Nacional de Alimentación, uno de los buques insignia de una política social de inclusión y recuperación de la dignidad de los pobres.
Y luego, en el Patronato de Liberados y Encarcelados. Dos instituciones para las que precisamente no sobraban candidatos, tan lejos de luces y brillos de éxitos atrayentes para los grandes medios de comunicación.
Monzón no dudó en asumir los riesgos sin calcular los costos, que -como todos sabemos- debió pagar por su opción.
Compartía con Juan Pablo Terra, aquel concepto fundamental que «para quienes conocemos bien la situación de injusticia social de nuestros pueblos, no es posible conciliar fe cristiana con posiciones conservadoras». Y por ello fue un militante del cambio y caminó junto a una gran columna de creyentes y no creyentes, extendiendo su mano y compartiendo ideales y luchas por un país más justo y solidario.
El mejor homenaje a su memoria será ser fieles a su legado y seguir trabajando con convicción y humildad por todo lo que aún queda por hacer al servicio de los humildes de la tierra.
Que descanse en paz y nos siga ayudando.
Publicado en VECINET, 28 octubre 2015.
Fuente Imagen: www.entornointeligente.com