“Si miramos nuestra realidad tendemos a afirmar que es la más compleja y difícil de todas las épocas y muchos pruebas podríamos poner para reforzar esta afirmación. Las situaciones que se nos plantean a diario nos superan pues el mundo corre a una velocidad que va más allá de las capacidades del ser humano. Sin embargo, lo paradójico es que en este mundo humano, somos mujeres y hombres los que lo componemos y, en definitiva, los acontecimientos dependen, de una u otra manera, de nosotros. Pero a su vez tendemos a creer que hay situaciones que escapan a nosotros.
Afirmamos que “el mundo está loco”, los más experientes creen que “el tiempo pasado fue mejor” y que ya está todo perdido: los valores, el respeto, la juventud; mientras los jóvenes no se preocupan tanto y tratan de ser felices en medio de esta locura. La mayoría de adolescentes y jóvenes no saben lo que sucede en el resto del mundo pues no miran los teleinformativos. Muchos te dicen: “no miro pues me da miedo lo que pasa por ahí”. La ignorancia es la postura más común que se puede tener hoy en día. Mejor no saber qué pasa a mí alrededor, pues bastante tengo con mis problemas.
Pero situaciones como estas se han reiterado a los largo de la historia universal. Siempre hubo novedades, cambios, desafíos y crisis. Las crisis son parte de ese mismo proceso humano de maduración que nunca es completo, pues la madurez no es un estado, una meta alcanzable en un cierto momento y en la cual se puede permanecer allí. Nunca podemos decir que estamos o somos maduros. La idea de la madurez de una fruta no es la misma que la de la madurez humana. Desde la psicología podemos decir que la madurez tiene que ver con cierta capacidad de la persona para asumir compromisos y responsabilidades, de hacerse valer por sí misma y de hacerse cargo de otros. Pero tampoco es todo esto, pues aún en cierto estado de vida, en cierta función o rol social, con cierta expectativa de vida, somos sorprendidos por sucesos que nos pueden desestabilizar y hacernos dar cuenta que no estamos preparados.
Muchas veces se confunde madurez con saber, o incluso con conocimiento en términos de cantidad. Muchas son las personas que creen que por estudiar mucho o por leer en cantidad, son más maduros. Es verdad que la lectura nos abre muchas posibilidades a conocer aspectos de la vida que, sin ello, no siempre son accesibles al ser humano, no solo por las informaciones que se adquieren, sino por el ejercicio cognitivo que se realiza, lo que hace predisponer a la mente humana a acoger los acontecimientos de otra manera, con mejor apertura y recepción. Pero saber mucho de algo, o saber de todo un poco, o leer mucho, no nos hace más maduros.
Otro error recurrente es creer que la madurez viene dada por la cantidad de estudio o lectura (y sumemos cantidad de títulos, libros y aplausos) que se tenga. La madurez en la vida no proviene solamente de los libros y, hasta estoy convencido que proviene de muchas dimensiones, menos de los libros. La madurez, como la sabiduría, es un don que se desarrolla por muchos caminos pero que tiene dos aspectos principales: una parte más teórica, y la otra -la principal- que es la práctica. En esta última radica la sabiduría para saber actuar en cada momento de la vida con madurez, y de ella la apertura a nuevo momentos de maduración humana. No hay libro que me prevenga del dolor que me causará la muerte de mi madre. Mi relación con ella, nuestros recuerdo y vivencias, no pueden ser presupuestos de ningún discurso que exceda el ámbito de la intimidad entre ella y yo.
Estos dos errores cometidos -a menudo modo personal- de confusión y mala comprensión de lo que es la madurez, dan paso a otros errores a nivel social o cultural. Si bien somos testigos de una época de relatividad intelectual, donde un académico es valorado por el grado de cientificidad de sus escritos (y esto aún en cuestiones tan complejas como Dios, el ser humano, el dolor, el sufrimiento, etc.) dentro de la “academia” (llámense la facultad, la universidad, etc.), no sucede así en el común de las personas del pueblo. En este mundo todos somos expertos en “opinología”, donde las redes sociales, los programas de televisión, dan lugar a tantos y tantas que esbozan sus teorías del mundo a partir de su ombligo. El gran escritor Humberto Eco decía hace un tiempo que las redes sociales le dan lugar que muchos idiotas, donde su palabra vale lo mismo que la de un premio Nobel.
Aquí percibo una ambigüedad: por un lado creemos que aquellos que tienen títulos reconocidos, doctorados y muchas conferencias, son los sabios que pueden decirnos cómo vivir y qué hacer en tal o cual situación. En el fondo los vemos como personas maduras capaces de aconsejarnos. Por eso asistimos a conferencias con la necesidad de aprender de psicólogos de moda, líderes políticos, maestros de espiritualidad, líderes empresariales, doctores en letras, grandes pensadores, como también seguimos algún consejo de un cantante de rock o de cumbia (en el fondo la necesidad es la misma). Desde nuestra ignorancia le adjudicamos un poder erróneo a aquellos que han estudiado, profesionales o expertos, pero que en definitiva, no lograrán responder nuestras interrogantes. Muchas veces los vemos con mayor madurez y nosotros somos los ignorantes.
Por otro lado la crítica de Eco me hace valorar esa necesidad que tiene el pueblo, o la masa más popular, de poder decir lo que piensa, de expresar sus ideas lejos de un lenguaje académico, lejos del rigor científico necesario para ser admitido, que deja en “jaque” a muchas teorías científicas, filosóficas o teológicas. ¿Quién le puede decir al Papa Francisco que lo que él publica en su cuenta de Twitter está mal? Pero en el fondo, si bien es un líder espiritual con un mensaje a la humanidad, no desmerece lo que pueda poner cualquier otra persona a la hora de expresar sus ideas. Esto es bueno que suceda. Más allá de lo malo o superfluo que muchas personas expongan en las redes sociales, hay un reclamo de la gente común de ser escuchadas. Consiente o inconscientemente, el ser humano muestra un cambio, una necesidad, una rebelión que busca denunciar las diversas situaciones de la vida.
Para terminar diremos que es muy bueno que esto suceda. La madurez humana implica confusión y crisis, y es desde ellas que siempre surge algo nuevo. La realidad se nos escapa y nos pone de cara a decidir jugar un papel en la vida que puede ser protagónico o de simples espectadores. Para ser protagonistas no hay estado de madurez que se logre, siempre estaremos en formación, pero para ser espectadores se necesita aceptar ser llevados siempre por otros. Encarar la vida con madurez es abrir la mente y el corazón a lo nuevo, no sólo a mi alrededor, sino dentro de mí misma vida, pero para ello debemos decirle SÍ a la vida, tomar las riendas y encaminarnos hacia nuestros propósitos. La madurez es un camino con otros donde todos somos protagonistas y todos podemos pensar juntos. Nadie es más que nadie.
A muchos les gusta etiquetar y etiquetarse. Hablamos de tolerancia pero a menudo los discursos y opiniones no son tolerantes. Muchos comparten sus ideas de forma contraria hacia los que piensan diferente a ellos. No son capaces de presentar sus posturas y abrir la posibilidad de un diálogo con los diferentes actores del medio. Pasa esto en política, economía, en lo social y hasta en lo religioso. En el fondo es falta de madurez, pues creerse que se tiene la verdad absoluta en algún campo implica creerse en un estado del cual no puede haber cambios. Sin embargo quien abre la posibilidad de un diálogo a partir de la realidad, se acepta inmaduro, pero en proceso de maduración. Muchas instituciones humanas aún están cerradas al cambio y por ello no acompañan el proceso humano de maduración. Esto las deja por fuera de la credibilidad social. Ojalá nos animemos nosotros a dar un salto cualitativo y logremos encaminarnos hacia la madurez de la humanidad”.
Fuente Imagen: www.desmotivar.com