Wanderers derrotó 3-2 a Zamora sobreponiéndose a un pésimo arranque sin renunciar jamás al estilo y redoblando su apuesta por el buen juego.
Hay una manera de ganar a lo Peñarol? Claro. Con alma y vida, con tintes milagrosos. ¿Y a lo Nacional? También. De atrás, con corazón pero también con fútbol. Pero hay otra forma de ganar a este juego tan maravilloso. ¿Cómo? A lo Wanderers. Con el sello de su entrenador Alfredo Arias. Con ideas incanjeables. Con una identidad de juego a la cual no se renuncia ante la adversidad de un trámite ni ante la impaciencia de una tribuna. Así le ganó el bohemio anoche a Zamora en su debut en la Copa Libertadores.
¿Fue la mejor exhibición de los bohemios en este ciclo de Arias? Para nada. Pero difícilmente un hincha de Wanderers se vaya a olvidar de este triunfazo.
Porque se tuvo que sobreponer a los nervios del debut, a sus propias imprecisiones, a los méritos que expuso el rival, al parcial desencanto de sus hinchas. Y todo lo hizo con su libreto. Con paciencia. Y con una emocionante convicción.
Porque Zamora sorprendió desde su postura inicial. Salió a presionar arriba, a hacer sentir la personalidad de su doble 5 (Vargas-Flores) en la marca. Y a atacar a través de un volante externo –Jhon Murillo– dotado de una aceleración diferente.
Apenas arrancó el partido, Murillo cruzó media cancha con quinta a fondo y disparó cruzado forzando a una primer atajada clave de Leonardo Burián.
A los 25’ no perdonó. A pesar de que los venezolanos ya se habían quedado con 10 por la expulsión de Farías. Falló Colombino y Murillo se fue expresó. Esta vez no perdonó y la clavó cruzada por abajo.
Asfixiado por la presión rival, y forzado a la imprecisión en sus transiciones de defensa a ataque, Wanderers se quedó con 10 por la expulsión de Colombino, quien no supo interpretar a un árbitro que se mostró dispuesto a sacar tarjeta al mínimo roce desde un inicio.
El juego de Wanderers, que era un manojo de errores, quedó reflejado a los 34’ en una incidencia en la que Paulo Lima rechazó de punta contra Bueno quedándole el rebote servido al 9 rival, Pluchino, de cara al arco. Pero Burián estuvo segurísimo toda la noche.
A los 42’ comenzó a torcerse la historia. Salió limpio del fondo por primera vez el bohemio. Se adelantó el zaguero Bueno poniendo un pase filtrado entre líneas. Olivera la cruzó al medio y Gastón Rodríguez –en su único pero crucial acierto del partido– decretó el empate.
Está tan convencido este equipo de lo que hace que el segundo gol tomó fue producto de un intento de salida prolija desde el fondo. Bueno la jugó a Rodríguez y el rival tiró la presión exacta en el momento preciso. Flores respondió con un bombazo de larga distancia que se incrustó en el ángulo.
Cuánto hincha habrá dicho: “Vamo’ a pegarle para arriba y a dejarnos de jugar lindo”…
Pero el equipo no se inmutó. Y la figura de Santiago Martínez comenzó a crecer como para tapar las partes vacías del cemento del Parque Central. El 5 se ofreció a todas. Fue bandera, emblema y símbolo. Pase, pase y pase. En total, Wanderers hizo 220 de 224 según Data Factory, un 99% de acierto. Números europeos. Zamora 84 de 96. Números terrenales.
El lateral Alex Silva se contagió y Nico Albarracín asumió la responsabilidad ofensiva. El 10, zurdo que juega por derecha (otro guiño europeo de don Alfredo) empezó a desnivelar.
Generó un penal que tiró con la categoría con la que predicó el Chapa Blanco no mucho tiempo atrás.
Y después, en un córner rápido con el cual el bohemio sorprendió a los venezolanos –que recién ahí, a los 81’ pecaron de inocentes– el Nico la puso con la mano para el cabezazo de Raymundez (clave en su ingreso con Galli) que le dio un triunfo inolvidable. Un triunfo forjado en el Viera. Un triunfo con esencias de lo mejor del fútbol.
Fuente Contenido e Imagen: Diario El Observador. www.observa.com.uy