Compartimos una vez más la columna de Diego Pereira, en este caso, bajo el título“Nos sigue faltando conciencia de pueblo”.
“A menudo me encuentro pensando en lo que nos falta crecer como pueblo, como uruguayos, como grupo humano que tiene características en común, tan propias que nos hacen distintos, pero tan nuestras que nos hace hermanos de los demás pueblos latinoamericanos. Es comprobada en la práctica la sensación interior de que estando tan cerca estamos tan lejos, de que siendo tan parecidos, somos tan distintos. Pero es más que una sensación, es parte de una realidad que nos duele a muchos, que nos hace buscar caminos que nos unan ya que solamente así podremos salir adelante y poder sobrevivir como pueblo. El gran problema a veces es la idea despectiva que se tiene de “pueblo”. Creo que, al menos en Uruguay, este título es rechazado por la mayoría, sobre todo por la clase media y alta. Nos hace la idea de ser inferiores, brutos, gente no socializada, ignorantes. Nos suena a masa de gente, nos huele a sudor de trabajo, de lucha, y también a pobreza.
En el imaginario social se rechazan aquellas ideas que nos hagan pensar en que somos un pueblo.
Desde hace años hemos sido una mezcla de inmigraciones extranjeras que fueron haciendo nuestro tejido social tan diverso como pocos pueblos de Latinoamérica. Españoles, portugueses, italianos, suizos; africanos, judíos, junto a muchos otros, se fueron entreverando y distribuyéndose a lo largo y ancho del país propagando sus tradiciones y costumbres. Trajeron su identidad y la defendieron ya que es eso mismo que los hace ser quienes son. ¿Y nosotros? Poco ha quedado de “lo nuestro”. Luego de las luchas por la independencia, donde fue utilizada la fuerza humana del lugar: los indios Charrúas, los dirigentes políticos de la nueva nación fueron haciendo limpieza de aquellos rastros de lo que no colaboraba con el nuevo orden. Con esta idea, mas la escusa de que los indios eran vistos como peligro para el orden social, en 1831 el Presidente, General Fructuoso Rivera, fue el mentor y actor de una de las matanzas más grandes de la historia: frente al arroyo Salsipuedes, bajo la mentira de un robo de ganado a los portugueses, encerró a los que antes habían luchado con y por él, y los aniquiló. Los sobrevivientes fueron hechos prisioneros y entregados a
familias como esclavos.
Así nacimos como nación independiente intentando aniquilar a los que usamos como hombres de lucha para lograr la libertad. Aquellos guerreros charrúas que antes habían unido sus armas junto al General José Gervasio Artigas, fueron vistos como malechores y ladrones, gente peligrosa que habría que eliminar para dejar atrás un mundo anterior al nuevo que se venía con la voz de la libertad y las ideas del siglo de las luces. Los nuevos hombres ilustrados traían sus ideas pero no le daban lugar al hombre y mujer autóctonos que poblaron estos campos y sierras desde antaño. Si así comenzamos a caminar históricamente, es normal que hasta el día de hoy existan diversos actores que siguen rechazando la idea de que existen descendientes de Charrúas en Uruguay. Conocemos algunos organismos que están pidiendo al Gobierno ser reconocidos como “Nación Charrúa” y que afirman ser hijos de hijos de Charrúas, pero siguen siendo ignorados,
incluso descalificados por algunos “expertos” en el tema. Basta recorrer el Uruguay, sobre todo por la zona de Tacuarembó, para encontrar hermanos nuestros con rasgos indígenas, con algunas costumbres propias, para poder ver que esto no es un invento, ni una locura. Pareciera que seguimos despreciando nuestra historia, como si ser uruguayo implicara estar “manchado” por el pasado.
Pero no vayamos tan lejos pues basta ver el rechazo de la clase media y alta hacia el actual Presidente Mujica ya que no cumple con los cánones establecidos por la burocracia política y social de la clase alta. Este hombre, antiguo guerrillero tupamaro que estuvo preso varias veces por
enfrentarse a varios gobiernos, es para muchos una “vergüenza” ya que sus modales y su presentación no es la del clásico político de traje y corbata, no habla elegantemente y no se mueve en autos de lujo, ni se lo ve en fiestas ni cortes especiales. Pero en realidad lo que se rechaza en esta imagen del mandatario es que nos recuerda lo que somos: “gente de pueblo”, que tenemos códigos propios de ésta nuestra tierra, que tenemos que esa mezcla entre el ciudadano de la capital y el hombre del campo, entre la tecnología de las computadoras y el carrito de caballos. Este hombre habla de los pobres que no queremos ver, de la discriminación social que todos practicamos, del egoísmo que cargamos en las venas, del poco amor que le tenemos al hermano, de lo poco solidarios que somos, y por eso lo rechazamos.
Todo esto nos hace reflexionar en que somos un pueblo del sur aunque sigamos mirando hacia el norte, que somos simples imitadores de costumbres ajenas que nunca serán nuestras, y mientras lo sigamos haciendo seguiremos sintiendo ese vacío interior, esa sensación de que
andamos sin patria, pues rechazamos nuestro ser pueblo y pueblo latinoamericano. Nos guste o no somos parecidos a los argentinos y a los brasileños, y parecidos también al boliviano y al peruano, a quien muchos de nosotros rechazan y discriminan. Mientras sigamos festejando Haloween, el conejo de pascua, papá noel, entre otras fiestas exportadas, seguiremos viviendo aquí en cuerpo, con el alma divagando por el mundo. Mientras sigamos viajando a New York y a veranear a Cancún para sentir que somos alguien, mientras miremos a Machu Pichu, a las playas de Cuba y Brasil sólo como lugares turísticos, sin pensar en los hermanos que siguen muriendo de hambre en esos pueblos, los indígenas que siguen siendo expropiados de sus tierras por no considerarlos hermanos, seguiremos viviendo equivocados. Ojalá el tiempo nos ayude a crecer en conciencia de pueblo con identidad propia, pero una identidad que nace de la Patria Grande, la que tantos mártires han defendido y que hoy nos toca defender a nosotros.
Diego Pereira. pereira.arje@gmail.com
Fuente Imagen: http://www.hotelesmontevideo.com
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