Una vez más la escritora Cecilia Durán Mena nos deleita con su pluma calificada, y en esta ocasión, evocando la figura de Julio Cortázar.
“Solo en sueños, en la poesía, en el juego —encender una vela, andar con ella por el corredor— nos asomamos a veces a lo que fuimos antes de ser esto que vaya a saber si somos». Julio Cortázar (Rayuela).
“Julio Cortázar cumpliría cien años esta semana. Fue el gran juguetón de la palabra, le gustaba encajarlas unas a otras irradiando a veces tanta armonía que el lector se pierde en la ilusión de un pentagrama cuando en realidad está frente a un texto. Cortázar era un escritor y sospecho que también era un mago, una especie de ilusionista que nos hace creer que estamos frente a un juego cuando en realidad nos presenta los grandes temas de su tiempo con la potencia mítica del latinoamericano que se hospeda en París y se queda ahí para siempre.
La rayuela es un juego infantil de iniciación que representa el conocimiento de uno mismo, en el que se reflejan los ciclos de la vida. Los cuadros y los movimientos simbolizan el nacimiento, el crecimiento, los problemas, las dificultades, la muerte y la meta final que es el cielo.
Se pinta en el suelo la figura: un primer cuadrado que precede al número 1 donde escribe el nombre de Tierra y un último cuadrado después del 7 y el 8 al que llaman el Cielo, donde se puede descansar y apoyar los dos pies.
Hay diferentes formas de jugarla. En la más común se raya un cuadrado con el número 1 dentro, luego otro cuadrado con el 2, otro con el 3, intentando que sean más o menos iguales.
En el cuarto piso de la rayuela se pintan dos casillas, una con el número 4 y a su lado otra con el 5. La casilla superior la ocupa el 6 y las dos últimas son también casillas dobles con los números 7 y 8, sigue el 9 que está solo y por fin llega el 10 o el cielo. El juego comienza tirando una piedra pequeña, también llamada tejo, intentando que caiga dentro del cuadrado sin tocar las rayas.
Se comienza a recorrer la rayuela a pata coja sin pisar las rayas, guardando el equilibrio Hay que saltar y dar vuelta hasta llegar al 10 y deshacer el mismo camino hasta el número 1 donde nos agacharemos a por la piedra sin apoyar el otro pie.
Vaya alegoría de la vida en la que se sustentó Cortázar para legarnos la novela más experimental y juguetona que salió de su pluma. Leer Rayuela es entrar a un mundo lúdico, para sentir el vértigo de sus frases y la necesidad de encontrar el centro de equilibrio al recuperar; es conocer París a través del sonido de su lluvia, del golpeteo de las gotas contra el adoquín, del jazz y del humo del cigarro. Para entrar a Rayuela hay saltar de un lado al otro de las páginas, como se hace en el juego, ir de aquí para allá para entender la mente de un escritor que con generosidad quiso mostrar cómo se construye Literatura mostrando sus andamiajes.
Entre salto y salto se logra entender la manera en que se entretejen frases del calado de “No me parece que la luciérnaga extraiga mayor suficiencia del hecho incontrovertible de que es una de las maravillas más fenomenales de este circo, y sin embargo basta suponerle una conciencia para comprender que cada vez que se le encandila la barriguita el bicho de luz debe sentir como una cosquilla de privilegio.” Nos hace disfrutar de una cotidianidad extraña: “Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos
casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico”. En el vaivén del juego de Rayuela, Cortázar logra jugar haciendo Literatura en serio”.
Cecilia Durán Mena. ceciliaduran@me.com
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