Compartimos “Del Escritorio de Cecilia Durán Mena”, con su peculiar estilo: “Cuatro horas y media”.
“La imagen recorre con rapidez el camino que va desde los ojos al cerebro y llega al centro del corazón. Me toma un segundo verla y sentir escalofríos. Es el resumen de más de mil historias, de millones de pasos y de infinitos sueños. Es un hombre que reúne en su efigie el anhelo de un sector de la población, amplio, muy amplio, que añora dejar su condición original y busca algo mejor. Es la metáfora perfecta de la perseverancia. También es la mejor alegoría de la amargura y Un hombre, uno de los diez subsaharianos que logró saltar la valla fronteriza de Melilla se llevó hace días la primera plana del periódico español El País. Saltó la barda de malla ciclónica que divide el aquí y el allá, que separa a los iguales de los diferentes, que indica dónde empieza Europa y en qué lugar se acaba África. El hombre traspasó la frontera, ya se sabe que lo hizo de manera
ilegal, y se encaramó en una farola. Se trepó al poste de una luminaria ubicada ya en territorio español, para que no lo detuviera ni la Guardia Civil ni el Cuerpo Nacional de Policía. Ahí se quedó cuatro horas y media.
¡Cuatro horas y media!
¿Qué habrá pensado ese hombre en esos minutos interminables? Doscientos setenta minutos, dieciséis mil doscientos segundos, minuteros y segunderos que daban vueltas y vueltas al reloj. Ideas, recuerdos y sueños girarían en esa mente que buscaba algo mejor.
El hombre, de quién no sabemos ni nombre, ni edad, ni ninguna seña de identidad, más que el sexo —masculino— y el tono de piel —negra—, nos muestra los rasgos más entrañables del que busca el exilio: la voluntad y la perseverancia.
Para entender a este hombre anónimo, que nos reúne a tantos y representa un todo, hace falta detenerse y ponerse en el lugar del otro. Se requiere una actitud empática que nos tire la venda de los ojos. Para comprender el valor representado en esa imagen hay que conocer el exilio. Hay que saber del arrojo que se requiere para dar el primer paso y voluntad que hace falta para dar el siguiente paso y el que sigue y el que sigue. La perseverancia para quedarse abrazado al extremo más alto de una farola por cuatro horas y media, a pesar de saber que el sueño se había acabado sin haberlo alcanzado. Cuatro horas y media enrollado, a diez metros de altura, haciendo fuerza con los brazos y las piernas para no caer, para no soltar todo aquello por lo que se emprendió el andar. Llegó a la meta pero no consiguió el éxito.
No fue la falta de voluntad ni la pereza ni la frivolidad lo que lo hizo bajar. Fue el agotamiento extremo lo que lo obligó a desprenderse de su sueño. Descendió exhausto y fue enviado al Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes.
Yo le rindo homenaje a un hombre del que apenas veo su rostro en una imagen plasmada en un periódico que se edita al otro lado del océano. Me inclino ante su fuerza y su persistencia e intentó imaginar lo que fueron esas cuatro horas y media en las que vio el fin de su sueño”.