Malvinas, 10 de marzo de 2013.
UN VIAJE AL SUR. MALVINAS
Intolerancia y el debate político menor, parecen haber atrapado buena parte de la política uruguaya. Opinar de un tema, sin agraviar o provocar al otro con algún insulto parece que fuera “muy liviano”. Para ser un «pesado» hay que decir alguna grosería. Estoy visitando Malvinas y algunos de los que practican ese estilo salieron a destilar intolerancia y por supuesto insultos.
Gracias a nuestras luchas históricas, y por ahora…, para visitar algún lugar no tengo que pedir permiso. Lo hago y punto. Tampoco lo hacen los gobernantes, que van -y no sabemos muy bien a qué-, en muchas ocasiones en misión institucional o de gobierno o de militancia política a participar de eventos, difíciles de discernir, incluso a reunirse con regímenes violadores de derechos elementales o apaleadores.
Mientras aquí comenzaba un acto electoral resuelto por los habitantes de este lugar, yo estaba visitando el cementerio que guarda los restos de soldados argentinos muertos en este cercano territorio del atlántico sur, apenas 450 kilómetros de su propia costa. Conscriptos, jóvenes que dieron su vida al influjo de una guerra desigual, convocada por la dictadura argentina a Plaza de Mayo repleta.
Junto a la enorme cruz que domina el escenario, una corona de amapolas colocada por británicos. El lugar es cuidado por un argentino residente. Dos horas más tarde, estaba en el cementerio inglés, donde se guardan los restos de algunos de los caídos en esa misma guerra. Coroneles, Capitanes, Ingenieros mecánicos, Médicos. ¡¡¡Vaya si habrá sido desigual esa guerra por el territorio!!!
De regreso, una motoniveladora repara el camino y otra un poco modificada trabaja, desde hace 30 años, quitando minas antipersonales sembradas como almacigueras.
Un rato más tarde, con llovizna pertinaz, fui hasta Groose Green y de allí a San Carlos, donde un pequeño museo guarda algo del armamento argentino e inglés, boinas, fotos y hasta jabones que usaron los soldados. Es un pequeño contenedor, todo junto, en un mensaje póstumo, todo junto.Un pasado de dolor y muertos, ahogados por el ensordecedor grito belicista; infame, que alienta la confrontación sin medir consecuencias. Los que aprietan abajo para hacerse espacio arriba, verdaderos constructores de las lápidas.
No vine aquí a validar ni a repudiar nada. Vine a conocer a una población pacífica, pastoril y pescadora. No me esperaban para que los respaldara. No tengo una sola diferencia con la posición de mi Partido, que, en el gobierno o en la oposición, ha defendido respecto a la reivindicación de soberanía argentina sobre las islas.
No pretendo debatir, y menos con intolerantes, sobre Malvinas. Sólo conocer, saber que es de este pueblo, mucho de cuyos integrantes han estudiado y vivido en Montevideo, otros que conocen -por comerciar en el pasado- todos los rincones de nuestra capital. Británicos, argentinos, chilenos, colombianos, uruguayos y los aquí nacidos, conviven en paz y en armonía una vida simple y sin lamentos. No voy a preguntarles a los argentinos que viven aquí, que opinan, no estoy para eso.
La ensayista Beatriz Sarlo y la socióloga Graciela Rohmer, argentinas, trabajan aquí para construir lazos entre los pueblos, un admirable ejemplo de pacifismo.
El vuelo que me trajo aquí, despegó de suelo argentino. Eso no es posible desde Montevideo a pesar que lo reclaman. Hace pocos meses, comerciantes uruguayos vinieron hasta aquí para hacer negocios, también Académicos y Agrónomos.
Como testimonio de las antiguas relaciones entre los hombres, más allá de las barreras, en Montevideo tuvimos la plaza Lafone, aquí la Lafonía. Originadas en el mismo personaje presente en Montevideo y en Malvinas; es que hay trazos de historia que unen a los pueblos y a los hombres, y otras luchas, por poder o por pedregales, que desunen. Soy un pacifista, en vez de viajar a Aruba, protectorado de los Países Bajos en plena América Negra; vine a sentir el frío del sur. El frío, aumentado por el bloqueo, tan rechazado por todos nosotros en cualquier latitud, pero un poco ignorado por estos lares.
Las luchas, por territorios, en claves geopolíticos, o de valor económico, o simple ocupación expansionista, han sido una rutina en la historia del hombre. Todas construidas sobre muertos, sangre derramada, familias desintegradas, poblaciones perseguidas o confinadas. Millones de personas deambulan a esta hora en el mundo sin saber a dónde van, son los invisibles hijos de la guerra.
Los que creemos en la paz, no alentamos el enfrentamiento promovido por lenguaraces que encienden espíritu, dejan huérfanos, construyen lápidas.
Volveremos a nuestro pueblo sin pamento, luego de conocer a una población que vive sin llaves ni rejas, que tiene una salud pública gratuita admirable, una educación gratuita básica que desearía tuviera en América su continuidad universitaria.
Una población pastoril y pescadora en un paisaje cuya rutina, está solo rota por el exceso de cementerios.
Postdata: De los agravios del Ministro de Defensa, que alguien se ocupe, no tengo tiempo que perder.
José Carlos Cardoso
Representante Nacional.
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