Compartimos la columna del ex edil nacionalista por Canelones, Fernando Lúquez bajo el título “La megaminería y el nuevo colonialismo”.
Quinientos años atrás los españoles canjeaban espejitos por oro y plata, en la zona de
América septentrional. Hoy, son otros los minerales codiciados: el hierro, por ejemplo. Los países industrializados piensan apropiarse de la soberanía mineral y productiva de países en vías de desarrollo (El Salvador, Costa Rica, Uruguay, etc.), conquistan voluntades otorgando cánones o compensaciones a los propietarios de las tierras cuyas capas serán removidas o desmanteladas para siempre, a pura explosión de dinamitas; actividad que generará polución ambiental, afectando integralmente a una región que abarca tres departamentos del sureste de nuestro país.
Sí hay quienes se quejan de la actividad forestal, con especies arbóreas implantadas por
la mano del hombre –en el caso de Uruguay- a fines del siglo XIX; la esterilidad o morbilidad de los suelos, de los cursos de aguas, de las napas, del ecosistema, de la población de dicha región y los cambios socio-laborales que se desencadenarán, merced a la megaminería de gran porte, no han sido puesto en consideración pensando en el país a mediano y largo plazo.
Para el 2030, el Uruguay –encanto de la Sudamérica- podría involucionar
drásticamente, volviendo a ser “Tierras de Ningún Provecho”, así conoció estas latitudes Juan Díaz de Solís o Juan S. Gaboto; esta porción de suelo ubicado al Conosur de este “Nuevo Mundo” parece estar condenado a una nueva colonización.
Colonización que ahora viene de India, del oriente del mundo. Región que, hace unos
trescientos años atrás fuera colonizada por occidente; hoy, en el siglo XXI, ellos son quienes dominan, junto con China y el Japón.
Millones de dólares se pretenden volcar en obras instrumentales (puerto de aguas
profundas en La Paloma, por ej.) a un megaproyecto que va a hincarle el pico y la pala a
recursos naturales no renovables. Se darían unos cuantos miles de dólares (los nuevos
espejitos) a los propietarios de los elegidos (o desgraciados) terrenos que desaparecerán
como superficie. Compensación cuyo dinero podrán disfrutarla por unos años. ¿Qué pasará con los hijos y nietos de esas familias? Por el momento, me imagino desolación y cráteres rocosos de unas cuantas decenas de hectáreas de extensión. Empezarán por “Valentines” ¿continuarán con que otra región del Uruguay? La extracción de recursos agotables equivale a la sustracción de riquezas finitas a cambio de ingresos también finitos, agotables. ¿Y después qué? La respuesta no la he encontrado en los informes que alientan, desde el gobierno, con inusitada avidez, este tipo de emprendimientos inéditos para la historia del Uruguay que desnudan además un futuro incierto.
Dr. FERNANDO LÚQUEZ CILINTANO.