Cayó 1-0 ante Peñarol, en Montevideo, por un gol de Darío Rodríguez. El equipo de Gareca fue superior a su rival y buscó el empate hasta el final, pero chocó con una cerrada defensa. La revancha por la semifinal será en siete días, en Liniers, expresa la crónica de Oscar Barnade, enviado especial de Clarín a Montevideo, del partido disputado el jueves 26 de mayo.
El resultado molesta, pero no altera. El 0-1 parece una señal de alerta para una llave cerrada de semifinales. Sin embargo, Vélez se va a Buenos Aires entero en su identidad y con argumentos sobrados para poder dar vuelta la historia y acceder a su segunda final. La derrota con Peñarol, tal vez, ingresaba dentro de la lógica ante un equipo que hace bien su papel en casa.
La atmósfera, el escenario y ese clima con olor a Copa Libertadores. Peñarol salió a imponer las pautas de un Centenario colmado. A jugar con eso, con el contexto y con su libreto. Cortar, recuperar la pelota rápido, desconectar los circuitos de fútbol que siempre tiene Vélez. Presión, ahogo, presión en 15 minutos iniciales donde el equipo que dirige Ricardo Gareca intenta hacer pie con su idea.
Matías Mier, el hombre que empezó a condicionar a Fabián Cubero en su aventura de ir para adelante, fue claro por la izquierda y envió un centro que Alejandro Martinuccio tocó de primera y el balón le dio un beso al palo. Antes, el propio Mier había sacudido los guantes de Marcelo Barovero con un remate de media distancia. Eso fue Peñarol, mientras Vélez insinuaba luces de su juego cada vez que Ricardo Alvarez tomaba contacto con la pelota. Una ráfaga, tal vez lo mejor de los de Gareca, se dio cuando los planetas se alinearon y Ricky, junto con Juan Manuel Martínez y Emiliano Papa entendieron cuál era el camino. En la izquierda, donde germinaron jugadas para abrir el marcador con un remate del Burrito que Sebastián Sosa tapó con una mano y una deliciosa combinación que el lateral izquierdo definió con la derecha por arriba del travesaño.
A Vélez, que supo por momentos acomodar la estantería, le dolió ese córner del final. Luis Aguiar -el hombre que se hizo cargo de la conducción en el local- envió el centro para el anticipo de Darío Rodríguez sobre Santiago Silva y el cabezazo del defensor se coló por el palo izquierdo de Barovero. Desde esa parte final y el arranque del segundo tiempo, el conjunto que conduce Gareca sabía mucho de todo aquello que asomaba en la noche. Peñarol renunció a todo eso de la presión, de adelantar líneas para achicar espacios y generar superioridad numérica. A la espera de una contra y con todas las piernas al servicio del cero en el arco propio, de eso que en definitiva te da una ventaja cuando vas afuera. Entonces Vélez fue, con la misma convicción de ir con el trato de pelota al piso -pese a las malas condiciones del terreno-, con la pausa y sin la desesperación por buscar desde la locura.
Sin embargo, a todas esas buenas intenciones que desnudó le faltaron iluminados. En un centro de Augusto Fernández fue Martínez el que luego de que la pelota le diera en la mano -aunque sin intención- anotara el empate, pero el árbitro lo anuló entender que había sacado ventaja con su brazo. Al rato, un desborde del Burrito pareció encender los corazones, pero el cabezazo de Silva no fue al arco. Ingresó Ramírez, el que piensa y juega, pero ya era tarde. También Guillermo Franco, para una ilusión. No pudo, y se fue con la derrota que molesta, pero de la que sabe y tiene cómo salir.
Fuente: Diario Clarín de Argentina. www.clarin.com