Compartimos la columna de opinión del dirigente nacionalista Hernán Bonilla (Concordia Nacional) titulada “Después de 1872”.
“En el artículo anterior vimos como la fundación del Partido Nacional en 1872 fue simplemente una forma de modernizar y dar nuevo cause al Partido Blanco. Se recogía la tradición de Oribe, Giró, Berro y Gómez al tiempo que se le daba una definición principista y liberal en la declaración de principios. También anotamos que no era nacionalista en el sentido ideológico del término, sino en una acepción mucho más sencilla, que era pretender la representación de los intereses de la Nación en su conjunto. Veamos hoy otros aspectos del tema, en particular la evolución de las ideas luego de 1872, el papel de Herrera y la involución de los últimos años.
Luego del golpe de 1875 la vida política e intelectual del país se vio severamente limitada por los gobiernos de facto que verían su fin recién en 1890 con el retorno de un presidente civil y democráticamente electo, Julio Herrera y Obes. A la muerte de Lavandeira el 10 de enero se le suma uno días después la extradición de muchos de nuestros principales intelectuales liberales en la Barca Puig. La idea fue enviarlos a La Habana en una barca que difícilmente podía completar la travesía y con las reservas de aguas contaminadas. El nuevo gobierno aplicó las primeras leyes proteccionistas de nuestra historia, curso forzoso, limitó la libertad de prensa y un largo etcétera que marcaron claramente que la etapa liberal de nuestra historia había concluido. El país comienza su involución cultural. Con Latorre se afianza el proteccionismo, con Santos el estado interventor, Batlle y Ordóñez afirma el rumbo que había iniciado el militarismo, con el agravante de su enrome prestigio y arraigo popular.
El Partido Nacional sacudido por los hechos, pese a las buenas intenciones de su Directorio pierde pie la nueva situación, resurge con Saravia para caer en una situación comprometida hasta el surgimiento de Luis Alberto de Herrera como su nuevo caudillo, civil y popular. La influencia de Herrera en el pensamiento del Partido Nacional no puede ser exagerada, primero por lo prolongado de su actuación política, segundo porque el voto popular siempre le permitió la mayoría interna, tercero porque era un hombre de ideas claras, un profundo conocedor de nuestra historia y un teórico de vuelo, pese a advertir sobre los peligros de los teóricos en política.
La enorme obra intelectual de Herrera es imposible de abarcar en un artículo, pero hay dos libros que queremos destacar. La tierra charrúa, su visión juvenil de la historia de nuestro país, y La Revolución Francesa y Sudamérica, su mejor libro de teoría política. Herrera muestra en La tierra charrúa una interpretación de la historia del Uruguay que coincide plenamente con la de la carta de 1872. Destaca a los blancos liberales luego olvidadazos (resulta especialmente interesante el destaque que realiza del gobierno de Juan Francisco Giró) y piensa que el futuro del Partido Nacional deberá ser consecuente con sus principios liberales y populares.
Se ha dicho muchas veces y con razón que Herrera fue un nacionalista. ¿Cómo entonces se compatibiliza su nacionalismo con su liberalismo? Por razones similares a las que eran nacionalistas y liberales de Vedia y Lavandeira, porque para Herrera el nacionalismo era una defensa quisquillosa de la soberanía, de nuestra autodeterminación, el rechazo a toda ingerencia extranjera en nuestros asuntos, mantener buenas relaciones con todos los países, pero ninguna relación política. Ese nacionalismo tiene plena vigencia, más en la situación que vivimos en dónde el Frente Amplio vota alegremente integrar un Parlamento del Mercosur con integración proporcional a la población de los países miembros. ¡Cuánto bien le haría hoy al Uruguay una política exterior más herrerista y menos cipaya!
En cuanto a las ideas económicas Herrera defendió la Libertad frente a la ingeniería social del batllismo. Sabía que la prosperidad que le permitió a Uruguay tener un ingreso por habitante de primer mundo antes de Batlle había comenzado a caer producto de ideas profundamente equivocadas. Los monopolios públicos, los controles al comercio exterior, la entrega de la soberanía a los Yankees fueron combatidas con pasión por el jefe civil del Partido Nacional. Llegada la hora del gobierno, en 1959 el ministro de economía designado fue Juan Eduardo Azzini, que intentó con éxito muy limitado llevar adelante las reformas que revirtieran el camino de servidumbre seguido por el batllismo.
Antes y después de la dictadura militar Wilson Ferreira llena una página gloriosa de la historia partidaria. Más allá de la discusión vacua de si era de izquierda o de derecha, lo que se puede afirmar sin vacilación es que fue un gran representante de la tradición partidaria, un gran caudillo de masas con un profundo sentido nacional, o sea, y en definitiva, un gran blanco.
El gobierno de Lacalle constituye un nuevo intento de revertir la cultura battlista en nuestro país, nuevamente, con éxito parcial. Algo se avanzó pero las grandes reformas no pudieron realizarse. Le cabe el mérito al de haber encarado todos los temas importantes de la agenda pública, haber defendido la dirección acertada en cada uno y haber alcanzado algunos objetivos: desmonopolización de los seguros, ley de puertos, liberalización de algunos mercados. En este sentido, es claro que el gobierno de Lacalle siguió las grandes líneas que identifican a un buen gobierno nacionalista.
Llegamos al presente, y lo primero que constatamos es que el Partido Nacional tiene una desorientación notable: ¿somos oposición constructiva? ¿Decimos que no a todo? ¿Criticamos al gobierno populista o por insensible? El primer signo de la desorientación está en nuestra actual carta orgánica que nos define como liberales igualitarios. Esta definición, impulsada por Juan Andrés Ramírez es innecesariamente estrecha y contraria a nuestra mejor historia. Aceptando como liberal igualitaria la corriente teórica de John Rawls, es claro que un partido como el Nacional no necesita recurrir a un filósofo contemporáneo para definirse. Habemos muchos blancos que no aceptamos definirnos como liberales igualitarios, bastaría con decir que somos liberales, como en 1872, o simplemente decir que somos los continuadores de una tradición casi bicentenaria que en el Uruguay siempre defendió la Libertad. Tenemos que replantearnos nuestra carta de principios para definir un rumbo cierto. Tenemos que tener claro que la defensa de la soberanía y nuestra autodeterminación es un tema del siglo XXI. Tenemos que tener presente que no vamos a volver a ser gobierno siendo una mala fotocopia del Frente. Tenemos que tener claro que Bordaberry con escaso contenido pero un contundente mensaje opositor es más atractivo que nosotros caminando de la mano con Mujica. Tenemos que tener claro que la única alternativa a la mediocridad, el país del mas o menos, del empleo público mal remunerado pero seguro, es el Partido Nacional. O somos la alternativa que representa el país integrado al mundo, con productividad y salarios crecientes, fuerte apuesta a una educación descentralizada y eficiente, políticas públicas con resultados y no meros enunciados retóricos, o no somos nada. Siendo fieles a lo que somos y no corriendo la liebre de la opinión pública de atrás, tendremos más chance de volver a ser gobierno, y además será un triunfo que tendrá sentido. Ganar y que valga la pena, van de la mano”.