Escribir sobre Wilson Ferreira Aldunate, para quien no lo conoció, para quien no vivió su etapa de actuación, para quien escribe a 23 años de su desaparición física, es un desafío. Mucha gente mucho más preparada ha escrito artículos, libros, discursos en su homenaje, destacando sus ideas, su personalidad, su capacidad de liderazgo, todas sus virtudes que conocían de primera mano. No pretendo por tanto ser original, sino tan sólo contribuir a que este 15 de marzo en que el Partido Nacional recuerda a Wilson a lo largo del día en la vieja sede de la Plaza Matriz y Concordia Nacional le realiza un homenaje a las 19:30 en la sede de Unidad Nacional, sea un día en que destaquemos a una figura central en la historia nacionalista y, más importante aún, sepamos desentrañar su mensaje para el hoy.
Wilson irrumpe en la vida política como líder en un momento clave para el Partido. Nos tocaba encarar el segundo gobierno del siglo XX en un momento en que los grandes líderes sectoriales habían desaparecido y nadie había llenado el espacio de jefe civil que durante tanto tiempo Herrera desempeñó formidablemente. Como Ministro de Ganadería Wilson se destacó con grandes proyectos, la obra de la CIDE y un empuje y capacidad de trabajo que lo llevaron al primer plano de la vida del país. A nadie extrañó que su candidatura a la Presidencia de la República en 1971 fuera mayoritaria entre los blancos y, en una elección cuestionada como ninguna en la historia contemporánea, pocos votos lo separaran del Partido Colorado. Pero entonces Wilson ya era Wilson. Le había devuelto a la vieja colectividad tradicional el optimismo, el sentido de su existencia, que generó una verdadera efervescencia de militancia juvenil que marcó el nacimiento de un nuevo líder partidario. Wilson era el Partido Nacional, más allá de discrepancias ideológicas, más allá del programa de gobierno, más allá de las infamias con que lo atacaron en aquella campaña.
Son varias las razones que explican el liderazgo wilsonista, sin dudas para empezar su propia personalidad, avasallante, carismática, llena de optimismo en el partido y el país. La coyuntura que vivíamos, en la que supo encarnar el ser nacional como no podían Pacheco ni Bordaberry, que ni siquiera batllistas eran, ni podía Seregni, apoyado por los tupamaros y sectores que descreían de la democracia. Pero seguramente la razón de fondo, es que Wilson supo hacer vibrar la fibra más íntima de los nacionalistas, supo interpretar las grandes ideas fuerza que desde el fondo de la historia lleva adelante nuestro partido. No hay dudas de que Wilson siempre fue conciente de que le tocó en suerte ser el máximo representante de una forma de ser oriental que es la que identifica al Partido Nacional en circunstancias muy especiales. Y estuvo a la altura de las circunstancias.
Para ser sintéticos. Así como Oribe representó la defensa del americanismo frente a los imperios de turno, Giró y Berro la modernización liberal desde el gobierno, Leandro Gómez la inmolación en defensa de la soberanía, Lavandeira el máximo sacrificio en defensa de la libertad de sufragio, Saravia la lucha por el voto limpio, Beltrán el idealismo frente al pragmatismo, Herrera la transformación del partido en popular manteniendo su esencia, Wilson es la lucha por la democracia. En imágenes es el discurso en el Parlamento la noche del golpe de estado, el sacrificio del exilio, sus gestiones por la restauración democrática, su vuelta al país para ir preso, la explanada de la intendencia al ser liberado 5 días después de las elecciones, el discurso de la gobernabilidad. En cada caso Wilson representa la mejor tradición partidaria a la que le da, por cierto, su impronta personal. El compromiso patriótico que hace, como más de una vez lo señalara el mismo, que no exista contradicción alguna entre los intereses nacionales y los del partido. Y es que cuando algo es de interés nacional, también lo es del Partido Nacional.
Luego del llanto y la amargura de su despedida cuando le tocaba lo que muchos sentía que merecía, la Presidencia de la República, vino la revalorización de su figura. Lincoln Maiztegui ha escrito que ha alcanzado una unanimidad que no le haría ninguna gracia. Pero pienso que mucho menos gracia le haría lo que algunos hacen en su nombre. Confundir la gobernabilidad que le dio en 1984 en que el gobierno de Sanguinetti tenía por delante la abrumadora tarea de recomponer la democracia sin mayoría parlamentaria y con grandes desafíos por delante, entre ellos, y no el menor, la propia sobrevivencia de la democracia, con la situación actual es un absurdo. El Presidente Mujica tiene mayoría propia y constantemente atropella el Estado de Derecho. ¿Están tan seguros que Wilson le daría al gobierno del Frente una gobernabilidad que no precisa? ¿No sería oposición firme como durante los gobiernos de Pacheco y Bordaberry?
Este martes, cuando recordemos su figura lo haremos con la convicción de que homenajeamos a un gran líder que cumplió con su papel en la historia. Lo hacemos también en la esperanza de que los que vendrán sabrán interpretar la razón de ser del Partido Nacional. El mejor homenaje a Wilson es saber interpretarlo, que es saber interpretar ni más ni menos que una forma de sentir y pensar al Uruguay de la que depende el futuro del país.
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