Compartimos la ponencia de Raúl Legnani en el evento desarrollado por la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Representantes el lunes 28 de junio al reflexionar sobre “El golpe de Estado, bajo una mirada del exilio”.
En México me pasé ocho años buscando a Uruguay. Ahora van 26 años que trato de recuperar a México. Si no enloquecí fue porque resolví ser Urumex, donde aspiro ser una modesta síntesis de dos culturas, donde siempre va primero Uruguay. Hasta en el fútbol, donde soy hincha de la Celeste, pero no grito los goles contra México.
Es que soy (somos) Torres García y Diego Rivera, Paco Espínola y Juan Rulfo, Alfredo Zitarrosa y Amparo Ochoa, María, la indígena que hacía las tortillas sobre una de sus rodillas frente a mi casa, y Eduardito que hoy con una XO elige lo mejor de la basura de mi barrio, mientras registra su tragedia y dice cosas inteligentes.
Soy tequila y mate, huevos rancheros y pan con grasa, volcanes dormidos y llanuras, olor a tierra negra antes de las lluvias y olor a chile jalapeño en los mercados.
Soy (somos) los generales Líber Seregni y Lázaro Cárdenas, somos Artigas y Juárez.
Soy y somos el encuentro de dos culturas, de dos pueblos, cuya síntesis no supimos volcar a nuestra gente una vez que se produjo el desexilio, pero tampoco a nuestra gente le importó nuestra experiencia. Esa mi verdad. Dolorosa, pero es la mía.
Por eso esta iniciativa de la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Representantes, cobra una significación especial. Deseamos que no sea el final de algo, sino el comienzo de la recuperación de la memoria de un exilio – tanto humana como política – que tuvo su reconocimiento cuando el regreso de los niños, antes de que la dictadura cayera definitivamente, con Germán Araújo y su amplificación.
En Uruguay no es sencillo distinguir exilio de emigración. En la década del 60 fue mayoritariamente emigración, pero con una cuota política muy grande. “El último que se vaya que apague la luz”, pintaron unos emigrantes poco antes de irse a la desconocida Australia, demostrando la pérdida de credibilidad en el sistema político. “ Bordaberry: metete el Uruguay en el trasero”, fue otra, mucho más contundente.
En 1971 el Frente Amplio, consciente de lo que estaba pasando, lanzó su campaña electoral con unos spots que decían “Hermano no te vayas, ha nacido una esperanza”. Se fueron igual. Ganó Bordaberry. El que sería luego el dictador.
En los comienzos de los 70 comenzó a politizarse aún más la emigración, transformándose en exilio en todos sus términos. La primer puerta de huida fue Buenos Aires, después el Santiago de Salvador Allende Y Belela Herrera.. En 1973 se instala la dictadura y comienza a gestarse la Operación Condor.
En 1976 asesinan en Buenos Aires al Toba, a Zelmar, a Rosario Barredo y William Whitelaw, entre otros, como el doctor Liberof que lo desaparecen. Pero antes un 24 de diciembre habían asesinado a balazos a Raúl Feldman. Comienzan los crímenes, después los vuelos de la muerte, después los traslados a nuestro territorio para asesinarlos. Hasta los niños pasan a ser subversivos.
Dos situaciones en Buenos Aires muestran lo que fueron aquellos años del terror, donde con razón los hermanos argentinos hablan de los años de plomo.
Etore Pierri y Luciana Posamay se relacionan con Acnur, para escapar de Argentina rumbo a México. Llegan al aeropuerto con Raulito en brazos y un funcionario de la dictadura los para. “Su hijo no puede subir al avión, porque no es refugiado, es argentino”, les dijo, lo que era correcto porque había nacido en ese país.
La apreciación del funcionario era legalmente correcta. Conversan, dialogan y el funcionario se vuelve humano: “Yo ahora voy a ir al baño, cuando vuelva no quiero verlos”. Fue así que Etore y Luciana, con Raulito en brazos, subieron al avión, llegaron a México y a la Cuernaca de la eterna primavera y desde hace años volvieron a su (el nuestro) Uruguay. Hoy son abuelos.
En Argentina hubo exiliados y también unos extraños clandestinos, que se quedaron en ese país militando por el Uruguay. Algunos de ellos se las ingeniaron para entrar al país bajo plena dictadura y tener contactos directos con la dirección de la resistencia.
Voy a nombrar a dos de ellos, quienes lo han mantenido en reserva hasta hoy. Estoy autorizado a hacerlo. Me refiero a Roberto Pereira, director de La ONDA digital y a alguien que ustedes conocen. Me refiero al director del BPS, Geza Stary.
Los dos fueron pieza clave del Partido Comunista de Rodney Arismendi en Buenos Aires, verdaderos vasos comunicantes entre la resistencia interna y el exilio solidario. En su momento jugó ese papel, Esteban Valenti, que luego la siguió con otro equipo en Italia.
En octubre de 1975 se desata en nuestro país, con ferocidad, la represión contra el Partido Comunista de Rodney Arismendi. Me asilo en febrero de 1976 junto con mi esposa. Lo hago en la embajada de México, que estaba al frente un héroe, quizás no Urumex, pero si Mexur. Me refiero al embajador Vicente Muñiz Arroyo.
Hace pocos años se hizo un video de pocos minutos sobre el asilo político en la embajada de México en Montevideo, dirigido y bancado por Gonzalo Rodríguez. Creo que la diputada Daniela Payssé tiene una copia, que a lo mejor podría ser incorporada al sitio web de la Cámara de Representantes. Allí verán el drama de Laura Piedra Buena y su encuentro con su hija en el avión, una verdadera obra maestra del embajador mexicano. También hay una obra de teatro “La embajada”, de Marina Rodríguez y dos libros de Silvia Dutrenit.
No dudo que hubo un pacto –un buen pacto- de los países del socialismo real con México, para que fuera ese país el único que abriera las puertas de su embajada. “Se van por México, para que no haya confrontación diplomática, pero un porcentaje de los exiliados los recibimos en Cuba, la URSS, RDA y otros”, ese debe haber sido el contenido de la negociación. No lo dudo.
Una vez en México, comenzó la difícil tarea de construir la solidaridad. No fue sencillo, porque el mundo democrático ponía solo su atención en calmar el dolor de Chile y en impedir que la ola fascista no llegara a la frontera sur de Venezuela y Colombia.
A nosotros nos conocían por el Chiquito Mazurkiewics, los éxitos futbolísticos del Pepe De León y del Pulpa Echemendy, por las acciones de los tupamaros y la huelga general de 15 días con que la CNT y la Feuu habían enfrentado al golpe de Estado.
De Seregni sabían poco, aunque había vivido un año en la casa de Guillermo Aro y Elena Poniatowsca, en Puebla. Un grupo de destacados matemáticos conocían el valor intelectual de José Luis Massera.
A la vez descubrimos que Mario Benedetti y Eduardo Galeano, eran leídos masivamente por la juventud estudiantil, que en esos años aún no superaba el trauma de la noche de Tlatelolco de 1968.
Quiero destacar el gran papel que jugó la cultura uruguaya que vivió en la diáspora, que se expresó con fuerza en 1977 con las Jornadas de la Cultura Uruguaya en el Exilio, que se realizó en México. No fue, por cierto, la única actividad conjunta. También pasó lo mismo en Venecia y en otras esquinas del mundo.
La presencia de Mario Benedetti, de Atahualpa del Cioppo, de El Galpon, de Carmerata Punta del Este, de Alfredo Zitarrosa, de Daniel Viglietti, de Los Olima, de Numa Moraes, de Roberto Darwin, de Anhelo Hernández y Carlos Palleiro, de Carlos Quijano y Eduardo Martínez Moreno, puso a la cultura uruguaya en condiciones de dialogar con todo el mundo, asilando así a la dictadura. De esto y de otras experiencias pueden hablar con propiedad Galeano y Braulio.
Primero conseguir trabajo, después vivienda, para más tarde construir los Comités de Solidaridad con Uruguay en todos los continentes.
La segunda gran prioridad fue reconstruir los instrumentos históricos del pueblo y la izquierda uruguaya, pero esta vez en el exterior del país. Cada sector se reconstruyó, como ocurrió con el Partido Comunista al cual pertenecí.
De inmediato se conformaron a nivel mundial la CNT, la Feuu y el Frente Amplio, encabezados – este último – por Oscar Maggiolo, rector de la Universidad y Hugo Villar, director del Hospital de Clínicas, entre otros.
Yo participé de una estrategia para enfrentar a la contraofensiva fascista del imperialismo y el capital financiero, que recogió la enseñanza del búlgaro George Dimitrov y de la lucha en defensa de la República Española. Fue lo que Arismendi llamó “la unidad y convergencia de gobiernos, partidos y pueblos para enfrentar al fascismo”.
En este marco político se fue perfeccionando y ajustando el accionar de la izquierda junto a Wilson Ferreira Aldunate y su hijo Juan Raúl Ferreira.
Este relacionamiento ya se había iniciado en Buenos Aires, pero tuvo, posteriormente, dos etapas. Un primera, que fue la de golpear separados a la dictadura, para pasar a otra donde los golpes eran coordinados y muchas veces conjuntos.
Fue así que nació la Convergencia Democrática en Uruguay, integrada por hombres del Frente Amplio y del Partido Nacional. Esta organización, que no estaba por encima del FA y del PN, permitió incidir mucho más en el plano internacional, por su carácter de amplitud. Más con el triunfo del NO en el plebiscito de 1980.
Logramos en México reunir, en solidaridad con Uruguay y nuestro pueblo en lucha, a tres internacionales: la Socialdemócrata, la Demócrata Cristiana y la Liberal. Estas tres internacionales no se podían ni ver, por eso se negaban a firman un documento conjunto.
Juan Raúl y el Colorado Echave, pusieron toda su creatividad y lograron, al mejor estilo uruguayo, el efecto deseado: cada internacional firmó por separado el mismo texto.
Marta Ponce de León desde Amnistía Internacional, Enrique Pastorino en la FSM y Benjamín Liberoff desde la UIE, se sumaron a otros y dijimos todos; Tarea cumplida.
En estos años de dictadura los uruguayos exiliados estuvimos vinculados a los grandes conflictos de la época. Vimos caer el colonialismo en Africa (hasta alguno de los nuestros fue protagonista en los hechos), conocimos de primera mano el triunfo sandinista (por ejemplo los comunistas Meme Altesor, que muere en el campo de batalla, Gastón Ibarburu y Juanjo Montano, Jerónimo y sus vuelos en los cielos de Niacaragüa, entre otros), conocimos la aparición del eurocomunismo y nos enteramos de las tensiones que se empezaban a vivir en la URSS. Supimos de la solidaridad cubana, encabezada por el gobierno de ese país y por Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, así como de sus primeras dificultades para acceder al progreso sostenido.
Se puede decir que establecimos lazos de afecto y políticos con un amplio espectro de personas y fuerzas democráticas. Aprendimos las formas de la diplomacia, para la cual no estábamos preparados. Pero fundamentalmente conocimos pueblos, que dejaron de tener nombres genéricos para tener cara de mujer, de hombre, de niños o de ancianos. Es que pasaron a ser vecinos o compañeros de trabajo. Hermanos del infortunio.
Fue una lástima que aquella experiencia vivida no haya sido de interés de los gobiernos democráticos, ni de la academia, ni de la población. En los primeros años posteriores a la dictadura, pudimos haber ayudado mucho a las cancillerías y a los partidos políticos, porque teníamos relaciones políticas y humanas con distintos gobernantes. No se nos convocó, ni siquiera para tomar un mate e intercambiar ideas. Hubiéramos ido, sin pedir nada.
Uruguayos del exilio, por sus propios méritos, llegaron a ocupar lugares importantes en el parlamento. Solo algunos nombres: Reinaldo Gargano (quien también fue Canciller), José Korzeniak, José Díaz, Alberto Couriel, Ernesto Agazzi, Juan Raúl Ferreira, Leopoldo Bruera, Marina Arismendi, Hector Tajam, Hugo Cores, Eduardo Viera, el Cholo Blasina y Gustavo Guarino, entre otros.
Hoy el exilio va a tener su primera intendenta, Ana Olivera. Antes lo había sido Tabaré González y Ricardo Ehrlich, también en Montevideo.
Rodney Arismendi y el Pato Quartino fueron electos, pero no pudieron acceder a sus bancas porque fallecieron antes.
Rafael Guarga y Rodrigo Arocena, llegaron al rectorado de la Universidad de la República. El doctor Jorge Venegas, es el actual subsecretario de Salud. También hubo tres embajadores: Juan Raúl Ferreira, José Ignacio Korzeniak y ahora Ariel Bergamino.
Solo reclamo permiso por una referencia más, que es un compromiso con la vida. Creo que me van a entender.
Hubo un médico del interior del país, que vivió una situación particular. Fue detenido y procesado. Como su salud no era la mejor, lo dejaron en libertad condicional. Luego le permitieron salir una vez al año a visitar a su familia exiliada en México, previo depósito de una determinada cantidad de dinero en dólares, a la vez que era amenazado con que algún miembro de su familia que residía en Uruguay podía no irle bien, si no volvía al país.
En uno de esos viajes murió, a causa de una aneurisma de aorta. Este médico ¿era preso, exiliado, turista o emigrante en el momento de morir?
No tenga respuesta. Lo único que puedo decir que era mi padre. Un perseguido por ser batllista y fundador del Frente Amplio.
Pregunto: ¿qué fueron Enrique Erro y Hugo Cores, que estuvieron presos y exiliados en Argentina? ¿Qué fue Leòn Duarte que estuvo exiliado, preso y hasta hoy es desaparecido?
Hagamos un esfuerzo y recuperemos la memoria. Quizás en las radios del Sodre se podría montar un archivo de la palabra, para que dentro de unos años alguien tenga la misma sensibilidad que esta comisión de derechos humanos.
Quizás este emprendimiento, si prospera, llegue demasiado tarde. Desconozco si nuestros hijos y nosotros mismos tenemos ganas de contar algo más.
El México florido y espinudo, al decir de Neruda, perdió la alegría y sus hermosos colores y olores, porque el narcotráfico le quitó los matices y el sentido a la vida.
Por ellos hay que hacer algo, porque ellos hicieron todo por nosotros.
Gracias. A todos gracias.
- Intervención realizada el lunes 28 de junio de 2010, en la sala Paulina Luisa del Anexo del Palacio Legislativo de Uruguay, en oportunidad de realizarse el evento “A 37 años del golpe de Estado, la dictadura desde la óptica del exilio”, organizado por la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Representantes, presidida por la diputada Daniela Paysée.
Fuente: www.laondadigital.info