En este caso Jorge Majfud alude a las políticas financieras bajo el título “La sombra de Jefferson”.
“Diferentes grupos, desde los libertarios —de izquierda y de derecha— hasta un grupo menos definido de opositores a las políticas financieras que llevaron a la crisis de 2007-2009, tratan de hacer circular los billetes de dos dólares como forma de protesta contra el Sistema de Reserva Federal. Una protesta débil, una parodia de las rebeliones antigubernamentales que defendieron los “padres fundadores”.
Los billetes de dos y de diez dólares recuerdan, casi en secreto, el ambiguo, contradictorio y siempre paradójico destino de la mayor potencia mundial, producto de revolucionarios y conservadores, ateos y religiosos, individualistas y colectivistas, anarquistas e imperialistas, de su genio creador y destructor.
Una de las razones que se ha dado a la casi inexistencia de los billetes de dos dólares es su impopularidad. Pero resulta que son impopulares porque la mayoría cree que han sido sacados de circulación décadas atrás y ya no poseen valor alguno. Hasta que los neorebeldes los reclaman en algún banco y los ponen en circulación.
El rostro de los billetes de dos dólares es el de Thomas Jefferson, tercer presidente de Estados Unidos (1801–1809), el principal redactor de la Declaratoria de la independencia (1776) y uno de los más influyentes “padres fundadores” de este país.
Alexander Hamilton, el otro personaje retratado en los populares billetes de diez, es el antagonista de Jefferson y el representante de las modernas políticas financieras del gobierno central. Ambos integraron el primer gobierno de Estados Unidos (1789–1797). Hamilton fue primer secretario del tesoro de George Washington y Jefferson secretario de Estado. Uno representaba la naciente burguesía mercantil e industrial y el otro la cultura y la economía rural del sur. Uno apoyaba un gobierno central fuerte y el otro la independencia de los estados y los individuos.
Hamilton encendió la polémica cuando propuso la creación de un banco nacional y tarifas proteccionistas que ayudaran temporalmente a la consolidación de la “infant industry” americana, al tiempo que criticó la ideología del “libre mercado” promovida por un imperio consolidado como el británico. Al igual que Franklin D. Roosevelt, Barack Obama y la izquierda contemporánea, para Hamilton el gobierno debía participar en la regulación del mercado, en la deuda y en el crédito público para estimular la industria y el comercio. De este lado también estaba el ex presidente G. Bush cuando en el 2008 envió a cada buzón de correo cheques por algunos miles de dólares para que los ciudadanos salieran de shopping, sin importar que se dedicaran a comprar los productos de China que monopolizan los comercios. En el 2009, entre tantos otros estímulos, el presidente Obama está poniendo en práctica el programa “Cash for Clunkers”, que significa que el gobierno te regala hasta 4.500 dólares por tu auto que no vale 1000 si compras uno nuevo y más eficiente, lo que ha elevado por primera vez, desde el comienzo de la crisis, las ventas de Ford y de Nissan.
Al igual que los discursos de Ronald Reagan, los Bush y la derecha conservadora, Jefferson sólo reconocía la importancia de un gobierno fuerte en las relaciones internacionales, no en los asuntos domésticos. El gobierno sólo debía garantizar y proteger la idea de que todos los hombres fueron creados iguales, aunque no debía intervenir en mitigar las desigualdades porque éstas eran una consecuencia de la libertad. Pero para Theodore Roosevelt, Ronald Reagan y los Bush, el principio mejor observado en la práctica era el de Hamilton: el gobierno central se reservaba el derecho de hacer todo lo que fuese “necesario y apropiado” a los intereses nacionales. Para lo cual nada mejor que un pequeño gobierno omnipresente y todopoderoso.
Contrario a la dirección y sentido establecido por el Iluminismo, Hamilton todavía admiraba la forma del gobierno británico y en el momento de la redacción de la constitución —al igual que Simón Bolívar en sus momentos de desánimo ante la irracionalidad de su propio pueblo— tenía en mente un régimen monárquico. Su percepción social era aristocrática, platónica, según la cual la masa ignorante no era capaz de gobernarse a sí misma, por lo cual era visto por los jeffersonianos como una amenaza a la excepcionalidad de la joven nación. Como todo hombre práctico, creía que la nación necesitaba a los ricos, los cuales no eran patrióticos mientras no pudieran hacer dinero.
Hamilton no creía en la igualdad porque es algo que se opone a la libertad (este falso dilema sigue dominando hoy en día). No obstante, fue secretario y presidente de la New York’s Society for the Promotion of the Manumission of Slaves, una sociedad que luchó de hecho y con leyes por la abolición de la esclavitud.
También su adversario reunía las contradicciones y ambigüedades de un tiempo de revoluciones y nacimientos. El progresista Jefferson representaba los intereses rurales, cuyos valores eran radicalmente conservadores. Defensor de la libertad y la igualdad, varias veces propuso abolir la esclavitud, empezando por el primer borrador de la Constitución, hasta que los señores del sur le enmendaron la letra. No obstante fue dueño de cientos de esclavos hasta su muerte y no fue capaz de liberarlos debido a sus innumerables deudas. Reconoció no estar preparado para integrar mujeres en su gobierno, rechazó el clasismo de las sociedades europeas y afirmó que los indios sin clases sociales ni gobierno eran más felices. Diferente al argentino D. F. Sarmiento, Jefferson era favorable al mestizaje, pero como presidente, y excusándose en el apoyo de los indios a los ingleses, aprobó la remoción de las tribus hacia el Mississippi. Procuró ampliar la participación popular contra el poder concentrado del gobierno y atacó la inmovilidad de las leyes y la constitución. Justificó cualquier rebelión violenta cuando los derechos naturales del individuo son amenazados por el poder. Para Jefferson, una resistencia o una rebelión podían estar equivocadas, pero siempre eran mejores que ninguna resistencia.
En respuesta al intervencionismo estatal de Hamilton, Jefferson se opuso al primer banco nacional. Para Jefferson, los bancos eran más peligrosos que los ejércitos y la sola idea gubernamental de gastar con la promesa de pagar a futuro bajo el nombre de la financiación no era otra cosa que una estafa a gran estafa. Por otro lado, nadie tenía la obligación moral de pagar una deuda heredada, y la inflación por emisión de papel moneda era una forma de imponer esta tiranía. En 1832 será Andrew Jackson quien destruirá el banco central y quiso hacer lo mismo con el dólar papel, por lo cual fue premiado en 1928 por el Departamento del Tesoro con la inclusión de su retrato en los billetes de veinte dólares que circulan hoy.
Es posible que los personajes que dominaron el capital y las finanzas del mundo en el siglo XX odiaran a Jefferson tanto como amaban a Hamilton. Incapaces de reemplazar su retrato habrán preferido sacarlo silenciosamente de circulación. De cualquier forma, hoy en Estados Unidos pocos usan dólares reales. Ya ni siquiera importa el símbolo de una promesa sino un número abstracto que mide el precio y el débito de algo. Paradójicamente, estos billetes son moneda diaria en muchos otros países, aunque Hamilton y Jefferson sean apenas dos apellidos gringos debajo de dos rostros de miradas claras.
Jorge Majfud”.
Agosto 2009.
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