Las 43 pinturas rupestres relevadas e inventariadas a la fecha en el área, tienen la singularidad de no estar en cuevas, aleros o lugares protegidos como en la mayor parte del mundo. Población humana ocupaba la zona 830 años antes del presente. El marco legal permitió que muchas de ellas fueran declaradas Monumento Histórico Nacional. Se aguarda además, su incorporación al Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP), informó la Presidencia de la República el viernes 21 de agosto.
Referirnos al arte rupestre quizás nos retrotraiga a las imágenes de algún texto liceal sobre las cuevas de la región de la Dordogne francesa o de Altamira en el Cantábrico español, las que bien pueden considerarse el Louvre de la Prehistoria. Invaluables representaciones prehistóricas también pueden encontrarse en África subsahariana, en Australia o aún más cerca, en nuestra región, en la Sierra de Capivara del nordeste brasileño, o en la Cueva de las Manos en la Patagonia, en Argentina.
Nuestro país no está desprovisto de estos invalorables documentos visuales prehistóricos. La Localidad Rupestre de Chamangá cuenta con la mayor concentración de pictografías del país y aguarda su incorporación al SNAP, lo que garantizaría su conservación e investigación. En la División de Biodiversidad y Áreas Protegidas de la Dirección Nacional de Medio Ambiente (DINAMA), se confirmó que a la fecha, la iniciativa “ha pasado todas las etapas previstas en el Decreto No. 52/005 de la Ley No. 17.234 que crea el Sistema Nacional de Áreas Protegidas. Estas se refieren a: presentación en la Comisión Nacional Asesora, puesta de manifiesto público, audiencia pública y preparación técnica del proyecto. Resta aún su redacción legal para que Presidencia de la República emita el Decreto de creación de Área Protegida.
A las diversas medidas que ha tomado nuestro país para la protección de su patrimonio arqueológico rupestre, la Intendencia Municipal de Flores (IMF) ha iniciado, además, las gestiones necesarias para lograr que sea reconocida como un sitio de Patrimonio Mundial por la UNESCO. A esos efectos, la Directora de Cultura de la IMF, Beatriz Río, adelantó que el 1º. de octubre recorrerá la zona la Jefa de Sección de América Latina y el Caribe del Centro del Patrimonio Mundial de ese organismo internacional, Nuria Sanz.
Colonia del Sacramento fue el primer sitio en nuestro país en ser declarado Patrimonio de la Humanidad en 1995 y Chamangá es otro de los sitios con que cuenta el país que podría aspirar a similar reconocimiento. Por ello, ya fue incluida por Uruguay en su lista indicativa como sitio de valor patrimonial local, que ameritaría un reconocimiento universal. El área ya ha sido visitada por expertos de UNESCO y otros destacados especialistas del mundo que han reconocido sus valores singulares en toda la Cuenca del Plata.
“Sería muy importante que se concrete este reconocimiento de la UNESCO y contar con otro sitio patrimonial de protección mundial en el mapa regional. Esto incrementaría el interés científico y la presencia de turistas del exterior que además de Colonia del Sacramento podrían visitar Chamangá”, dijo entusiasmado el arqueólogo Andrés Florines, que integra el equipo técnico del proyecto homónimo que funciona en la órbita de la Comuna trinitaria.
Sobre el valor del área, Florines puntualizó que “los valores sobre el Patrimonio Arqueológico siempre son relativos. No tiene un valor inmanente o natural sino un valor social. Es la sociedad quien dice si esto merece preservarse o no, por lo tanto, este valor no es algo que sea atemporal. En cada momento, cada sociedad va a definir que es lo que conservará. Los propios pueblos –agregó- reconocen en sus obras del pasado un valor universal”.
El informe “Paisaje Protegido. Localidad Rupestre de Chamangá”, elaborado en julio de 2006, señala que “Las diferentes investigaciones arqueológicas en el área han demostrado que ésta posee un enorme valor en representaciones pictográficas y decenas de emplazamientos con alto valor arqueológico donde se incluyen miles de artefactos líticos y cerámicos”.
Florines definió a las pictografías como “todo trazo antrópico de pintura (pigmento mineral natural) adherido al sustrato por un proceso de impregnación de sílice, independientemente del tamaño, forma y de que su diseño sea discernible o no”.
Ignorancia patrimonial
La Localidad Rupestre de Chamangá abarca un área de aproximadamente 120 kilómetros cuadrados y se encuentra ubicada al Este del departamento de Flores, próximo al límite con los departamentos de Durazno y Florida. Está comprendida por la cuenca del Arroyo Chamangá y sus afluentes, los arroyos Molles, Tala y Duraznito.
En la zona se relevaron e inventariaron 43 pictografías, incluyendo algunas que fueron posteriormente destruidas por la acción humana. La prospección sistemática abarcó además de los bloques con pictografías, cientos de puntos de interés arqueológico como canteras prehistóricas y artefactos líticos. En el área se recuperó una variedad de registros que incluyen piedra tallada, pulida y alfarería decorada. Su denominación de Localidad Rupestre de debe a la alta densidad de pictografías encontradas en la zona del arroyo del mismo nombre.
Las pictografías se encuentran sobre bloques de granito aislados y redondeados, que forman parte de los afloramientos rocosos característicos de la zona. En cuanto al estilo de las pinturas, éstas registran trazos y formas geométricas abstractas y presentan diversos tipos de diseño que se repiten, tales como elementos cruciformes y sus variantes. En Chamangá aparecen también diseños menos frecuentes como ser improntas o positivos de manos, pertenecientes a un panel destruido y otros también excepcionales con trazos grabados muy finos.
El color predominante de las pictografías es el rojo y la base mineral del pigmento es el óxido de hierro. La conservación a través de los años se debe a un proceso que combina la técnica de aplicación, la fijación en el sustrato con algún material que asegure su adherencia -por ejemplo, grasa- y luego un proceso natural donde el pigmento mineral se impregna de silicato exudado por la propia roca. La materia orgánica que eventualmente pudiera contener el trazo desaparece, quedando solo su contenido mineral.
Chamangá, según un viejo relato recogido por Orestes Araujo, es una deformación del nombre “Tía Mangá”, china vieja y semibruja que por el 1880 tenía su rancho en las cercanías de este arroyo. No obstante, hay quienes desacreditan esta versión y consideran la palabra de origen guaraní.
Datación por termoluminiscencia
Florines estima que al sur del Río Negro existen poco más de 60 pinturas rupestres de las cuales las dos terceras partes están en Chamangá. El procedimiento de rigor establece que una vez que las pictografías son localizadas se informa a la Comisión de Patrimonio del hallazgo, esta les asigna un número de catálogo para su registro y posterior preservación. “Si las queremos proteger no hay más remedio que declararlas una a una Monumento Histórico”, apuntó el especialista. Florines reconoció la labor pionera en la conservación de su colega de la Comisión de Patrimonio, Elianne Martínez.
Hacia fines de la década del 80, la Comisión de Patrimonio Cultural de la Nación del Ministerio de Educación y Cultura (MEC), a través de su Departamento de Arqueología, emprendió un plan para la conservación de las representaciones rupestres, pues la explotación industrial del granito acentuaba el riesgo de destrucción de los registros pictográficos.
Se logró la aplicación de la Ley No. 14.040 de Protección del Patrimonio, por la que, en un período de más de diez años, muchas pictografías fueron declaradas Monumento Histórico Nacional. En un principio se estableció un área de protección circundante de 80 metros de radio que, posteriormente, se llevó a 800 metros, que incluye no sólo la representación rupestre sino también su entorno paisajístico inmediato”.
“Uruguay conoce que tiene este tipo de manifestación prehistórica hace más de cien años. La primera pintura rupestre se da a conocer a fines del siglo XIX y la primera comunicación científica data de 1916. No es un tema nuevo para los viejos aficionados y los actuales profesionales de la arqueología”, sostuvo Florines.
En relación a la antigüedad de las pictografías, en 2001 Florines logró fechar en el año 1170 d.C. (830 años antes del presente) componentes alfareros con decoración recuperados en conjuntos superficiales de Chamangá. Lo hizo mediante un complejo procedimiento denominado termoluminiscencia, realizado en el Laboratorio de Física de la Pontificia Universidad de Chile. Esto no significa que la antigüedad de las pictografías sea exactamente la misma pero se toma ese fechado como referencia de una población humana que ocupó ese territorio. La termoluminiscencia es un método de datación absoluto que permite determinar la antigüedad de elementos que fueron sometidos en su manufactura a altas temperaturas, como la cerámica.
Florines advierte que a partir de los trazos de pintura no es posible realizar un fechado absoluto a través del método del Carbono 14 porque, como ya dijimos, el mismo está constituido por óxido de hierro (hematita) y carece de materia orgánica. El arqueólogo, que se ha dedicado a estudiar las pinturas rupestres de Chamangá desde el año 1999, destacó que las representaciones del área no están en cuevas, en aleros o lugares protegidos como la mayor parte de las pinturas en el mundo, sino que aparecen al aire libre, a la intemperie. Esta característica le otorga al sitio su singularidad. La pregunta resulta obvia, entonces. ¿Cómo fue posible que lograran perdurar? Las pinturas sortearon las adversidades climáticas y el paso del tiempo “por el tipo de roca”, indicó el entrevistado. “Estos granitos que hay en el centro del país son muy especiales, facilitan un proceso natural que impregna y cubre a la pintura con una delgada película de silicato transparente. Este proceso seguramente era conocido por los indígenas. Fue deliberado pintar allí donde sabían que se iba a preservar”, apuntó.
Las pictografías ubicadas en algunos de los afloramientos rocosos de la zona de Chamangá se encuentran afectadas tanto por agresiones antrópicas como naturales. Se estima que el 20% fueron destruidas o presentan algún daño irreversible. Algunas fueron destruidas para utilizar el granito y otras están quemadas, rayadas o coloreadas con graffitis por particulares que ignoran o desconocen su importancia patrimonial prehistórica.
Los relevamientos realizados en la zona lograron identificar una considerable lista de agresiones: grietas, escurrimientos, comunidades bióticas (líquenes, algas, musgo y microorganismos), alteraciones mecánicas producidas por el movimiento de árboles y arbustos cercanos a las pictografías, excremento de aves, grasa animal por rascado, bloques naturalmente quebrados, descascarados, con desprendimientos, superficies quemadas, panel destruido, con graffiti, entre otros.
Picapedreros y canteras de granito
La explotación del granito en esa zona del departamento de Flores se lleva a cabo de forma tradicional e industrial. En el primero de los casos, Florines advirtió que “no hay que olvidar que existe una actividad tradicional extractiva de los artesanos de la piedra o picapedreros, que elaboran postes de piedra que se utilizan en la construcción rural”. Este tipo de explotación ocasiona una “degradación lenta” de las pictografías. A diferencia del método industrial, donde “la destrucción es más acelerada porque se utiliza maquinaria y explosivos. Las canteras de granito arrasan varias hectáreas y lo que fue un afloramiento de granito, termina convirtiéndose en un paisaje lunar”, se lamentó.
“La explotación industrial implica -señala el informe-, mayores agresiones, tanto por el riesgo potencial de destrucción de registros aún cubiertos por líquenes o de difícil observación directa, como por el daño a los registros subsuperficiales que no se detectan por estar cubiertas con vegetación. La destrucción de este suelo arqueológico en la zona de los afloramientos podría destruir materiales que ayudarían a esclarecer el origen, hábitos de vida y edad de las poblaciones que habitaban el área y que posiblemente realizaron las pictografías existentes”.
En otro tramo del documento se informa que en Chamangá los afloramientos rocosos son acompañados por la flora arbustiva del monte aunque en forma más achaparrada, conformando matorrales en donde aparecen algunas especies indígenas. Las más características que se observan aquí son: Tala (Celtis tala), Tembetarí (Fagara rhoifolia) y Coronilla (Scutia buxifolia).
En el ecosistema de pradera, hay aproximadamente unas 80 especies de aves, entre las que se destacan el Churrinche y la Garza Blanca, a ésta última especie migratoria se la puede apreciar en los humedales y espejos de agua de la zona. Además, se constató la presencia de varias especies de la fauna autóctona como mulitas, zorros, zorrillos, lagartos, carpinchos y ñandúes, que requieren para sobrevivir de la relación monte-pradera (la pradera les proporciona alimentación y el monte ribereño protección y reserva de agua).
Mientras los técnicos avanzan en la hoja de ruta para que la Localidad Rupestre Chamangá sea declarada Sitio de Protección Mundial por la UNESCO, se espera de un momento a otro que el área sea declarada Paisaje Protegido por la Dirección Nacional de Medio Ambiente (DINAMA). De concretarse, Chamangá “ingresaría al SNAP como la única área -hasta el momento- cuyo valor prioritario es el Patrimonio Cultural”, destacó Florines. “Eso es bastante singular porque implica el reconocimiento de que los valores culturales, -en este caso el Patrimonio Arqueológico- es tan frágil y no renovable como el Patrimonio Biológico del país”, aclaró.
Valor paisajístico y cultural
El técnico dijo que el territorio de la Localidad Rupestre es en su totalidad propiedad privada y abarca una región donde se practica la ganadería extensiva, como en toda la región centro-sur del país. Por lo que aquí se plantea una nueva interrogante: ¿cómo hacemos para compatibilizar un área que cuenta con un Patrimonio Cultural, en una región que tiene como característica ser 100% propiedad privada y en la que los propietarios aspiran a continuar su tradicional modo de producción?
Con esos parámetros, Florines respondió que se ha establecido una “alianza” con los productores ganaderos en busca del “equilibrio” necesario. Si bien éstos llevan adelante una explotación de tipo tradicional, son muy afines a incorporar nuevos usos y tecnologías agropecuarias. “Esto es del todo compatible en la medida que sea considerada la preservación del Patrimonio Arqueológico”, puntualizó el entrevistado. “Hemos llegado al consenso de que determinados valores de la naturaleza también tienen que ser preservados, como los entornos donde están las pinturas que presentan monte nativo, el cual está dañado y debe ser recuperado”, adelantó Florines. Y anticipó que entre los usos posibles del área se excluirán aquellos que son incompatibles con la preservación del paisaje cultural rupestre como la minería y la forestación.
En cuanto al turismo, se garantizará el acceso del público con fines educativos y recreativos. “Un turismo que no aspira a ser masivo sino de calidad, un turismo responsable, que le dará prioridad a los habitantes de la región y que prevé programas de desarrollo local”, apuntó Florines.
Hoy, las visitas son muy controladas, “para no poner en riesgo lo que se quiere preservar”. El profesional adelantó que se procura que el visitante que llegue al área incorpore elementos críticos. Además de la información científica que le aporta la visita se pretende que incorpore elementos para valorar la magnitud del lugar al que accedió”.
Florines dejó planteado a modo de sugerencia que “lo más importante para un visitante a una pintura rupestre es que reflexione, que signifique un aporte para el individuo y que no quede como una mera experiencia exótica. Tomar contacto con el pasado remoto del hombre contiene una enseñanza para el presente y el futuro”.
A la riqueza pictográfica y arqueológica, se suma el ecosistema de pradera natural con una amplia red de arroyos y cañadas existentes en el área, la mayoría de los cuales conservan el bosque galería nativo (corredor biológico del área). Esto implica la existencia de fauna autóctona asociada a estas formaciones vegetales y también a los afloramientos rocosos que cumplen funciones diversas en esas unidades “ambientales-territoriales” incluyendo la definición de las micro cuencas hidrográficas existentes”.
La inclusión de la Localidad Rupestre del Arroyo Chamangá dentro del SNAP posibilitaría su preservación, la cual no se asegura a plenitud con las figuras jurídicas que se aplican en la actualidad como la Ley de Patrimonio (No. 14.040) y el Reglamento de Impacto Ambiental (Decreto No. 435/994).
“No sólo se protegerían las pictografías, sino también los afloramientos, ecosistemas de praderas y cursos de agua que conforman un patrimonio paisajístico y cultural de características únicas, con valores relevantes y representativos de esta zona del país”, establece el informe.
Florines indicó que un equipo multidisciplinario, encabezado por la arquitecta Margarita Etchegaray elaboró un documento con las bases conceptuales para la gestión del área que servirá de insumo cuando esta Localidad Rupestre sea reconocida como Área Protegida.
Los objetivos que se persiguen son los de preservación, investigación, educación ambiental, recreación y turismo sostenible. Precisamente, se prevé la construcción de un centro de visitantes con guías locales debidamente entrenados. Además de las pictografías, los sitios arqueológicos superficiales pueden ilustrar al visitante acerca de la vida cotidiana de las personas que allí vivieron hace miles de años, como eran sus artefactos de piedra y su estrategia de supervivencia. Con esto, se busca incorporar elementos críticos al visitante para que pueda hacer una mejor lectura de la Prehistoria del país y no sólo de Chamangá. “Que pueda interpretar con mayor calidad lo que va a presenciar porque la visita a un sitio arqueológico es también una experiencia social y hasta emocional”, afirmó.
Marcadores territoriales
Antes de responder sobre quienes pintaron esos afloramientos de granito en el centro del país cientos de años antes del contacto, Florines aclara que si bien estas manifestaciones rupestres provienen de nuestro pasado prehistórico, no se las debe emparentar en forma simple con los grupos etnográficos históricos como charrúas, guenoas/minuanes o chanás. Por analogía estilística se estima que las pinturas de Chamangá podrían haber sido realizadas entre el año 1000 d.C. y el 1500 d.C. Existe una similitud con las representaciones de la Pampa y la Patagonia, conocidas como “estilo grecas”. El mismo presenta características geométricas y abstractas con signos escalonados, almenados y cruciformes. En Uruguay las pictografías solo excepcionalmente representan figuras humanas, animales o positivos de mano. Estas últimas corresponderían a otro estilo de representación probablemente más antiguo.
Los restos de alfarería encontrados en Chamangá, fechados en el año 1170 d.C., argumentan a favor de una ocupación humana contemporánea a la que pintó en la Patagonia con un estilo similar.
Florines invita a olvidarnos de los límites nacionales por un momento para imaginar un territorio que abarque la actual provincia de Entre Ríos, Uruguay y el Estado de Río Grande del Sur. Las piedras de granito de Chamangá eran pintadas en un área central de nuestro país contemporáneamente a las culturas emergentes de los cerritos de indios en el este y a la de los grupos alfareros muy complejos del litoral de los grandes ríos (Bajo Paraná y Bajo Uruguay). Por lo tanto tenemos establecidas dos culturas arqueológicas bien definidas en los flancos y en la zona central de estas manifestaciones de arte rupestre.
Florines sospecha y maneja la hipótesis de trabajo que quienes realizaron las pinturas no constituyeron un grupo diferente a los constructores de los cerritos o de los alfareros. Su presunción es que se trataba de una zona de frontera en donde se disputaba ese territorio central. De allí que esas pinturas obrarían como marcadores territoriales. Como si uno u otro grupo nos dijera a través de las pinturas: ‘este territorio es de uso exclusivo o prioritario de mi linaje, de mi parcialidad o de mi grupo’. “Posiblemente hubiera comercio, intercambio y disputas entre ambos. Habría todo lo que hay cuando dos grupos humanos comparten un territorio de frontera entre dos ambientes en los que se desarrollan”.
Sobre la visibilidad social de la Prehistoria, Florines dijo que debería significar un ejercicio reflexivo. Las pictografías están allí, invisibles al hombre de campaña que sin embargo domina como nadie su medio. Muchas de ellas son evidentes a más de 50 metros, pero no se percibe lo que uno no ha sido educado para reconocer. “Si nuestros pueblos van a tener algún destino, necesariamente tienen que ser mirados en su espejo más profundo, en sus raíces”, reflexionó. “Percibir la Prehistoria no es sólo reconocer una lasca, una boleadora, o una punta de flecha para luego exhibirla como un trofeo. La visibilidad social de la Prehistoria pasa porque el individuo la respeta y le adjudica un valor, en el sentido que los vestigios materiales nos hablan de la experiencia del Hombre en este territorio. Aquellos, sobrellevaron cambios dramáticos en el ambiente -extinciones masivas de fauna, cambios radicales en el nivel del mar- similares a los que ahora nos amenazan. Este legado del pasado está muy distorsionado en el imaginario de los ciudadanos y la tarea de transmitir la nueva información generada por la Arqueología es un proceso largo que no se construye a partir de acciones aisladas.
El conocimiento más integral del pasado prehistórico que hoy poseemos debe transmitirse a toda la sociedad”, finalizó.
Fuente: Presidencia de la República. http://www.presidencia.gub.uy
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