Mario Benedetti, Doctor Honoris Causa de la Universidad de la República (2004) y uno de los escritores uruguayos más reconocidos, falleció este domingo en su casa a los 88 años, tras una carrera literaria de seis décadas. «El dolor se dice callando», resumió el escritor Eduardo Galeano al llegar a la sala velatoria, el domingo 17 de mayo. 

Benedetti -que comenzó su carrera literaria en 1949 y fue también periodista, empleado público y vendedor- fue internado el año pasado en varias ocasiones debido a problemas intestinales y respiratorios. Había sido dado de alta a principios de este mes de un hospital privado tras una enfermedad intestinal.

Doctor Honoris Causa de la Universidad de la República

Mario Benedetti recibió el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de la República el 22 de marzo de 2004. Se trató del cuarto Doctorado recibido pero este tuvo un valor especial. «En los últimos años he recibido doctorados en tres universidades muy queridas para mí: Alicante, Valladolid y La Habana, pero este honor, que ahora me otorgan, viene de (esta) Universidad que es como decir el corazón de mi país y pasa a ser el huésped de mi propio corazón», dijo Benedetti en su discurso.

Según recordó el escritor -en la foto junto a la escritora Sylvia Lago al recibir el título-, antes del exilio se desempeñó como taquígrafo y secretario de actas de los consejos de las facultades de Química y de Humanidades, ganó un concurso como director del Departamento de Literatura Hispanoamericana de la Facultad de Humanidades, fue elegido miembro del Consejo de esa facultad y posteriormente integrante, en nombre de Humanidades, del Claustro Universitario, puesto que nunca llegó a ocupar porque lo impidió la dictadura militar.

El agradecimiento de Benedetti

«Sólo unas palabras para decir gracias. Al señor rector y en su nombre a esta universidad que después de todo es la mía; y también a Sylvia Lago por su generosa y lúcida aproximación a mi obra.

En los últimos años he recibido doctorados en tres universidades muy queridas para mí: Alicante, Valladolid y La Habana, pero este honor que ahora me otorgan viene de una universidad que es como decir el corazón de mi país y pasa a ser el huésped de mi propio corazón.

Mi tránsito universitario tuvo que ver sobre todo con dos facetas muy diversas, ambas vinculadas a la Facultad de Humanidades. Una de las profesiones con la que durante varios años me gané la vida fue la de taquígrafo, y con otro colega, mi entrañable amigo Mario Jaunarena, hoy desaparecido, formamos un equipo que atendía, por estricto concurso, a los consejos universitarios. En ese campo me tocó desempeñar durante un buen lapso la labor de taquígrafo y secretario de actas en el Consejo de la Facultad de Humanidades. Varios años después gané un concurso como director del Departamento de Literatura Hispanoamericana en la misma facultad, y más tarde fui elegido miembro del Consejo. O sea que primero taquígrafo y después consejero. Una silla enfrente de otra, y también una visión distinta de otra.

Posteriormente el profesor Arturo Ardao y yo fuimos elegidos, por unanimidad de la Asamblea, como integrantes del Claustro Universitario, pero nunca llegamos a ocupar esos cargos porque lo impidió la dictadura militar, yo creo que como una muestra de su claustrofobia.

Aparte de mi pasaje estrictamente profesional por Humanidades, hice allí muy buenas amistades, organicé varios seminarios durante los cuales enseñé y sobre todo aprendí, convocando a los más destacados narradores y poetas de este Uruguay único y siempre cambiante. Después vino desgraciadamente el exilio.

Aclaro que si menciono este historial no es para vanagloriarme de él, sino para que le haga modesta compañía a este honor que no sé si merezco, pero que viene a alegrar mi sobrevida.

 

Bagatelas de Benedetti, leídas por el autor durante el acto

 

Las hormigas trabajan sin cesar

porque no tienen sindicato.

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Mis alergias son pocas pero respetables.

Soy alérgico a la nuez,

a las polvaredas,

a la hipocresía

y al presidente Bush.

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Ninguna guerra empieza mientras la religión no la bendice.

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Lo mejor que le puede ocurrir a un cura es cometer adulterio con una monja.

Que esté buena, claro.

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Los extremos se tocan,

sobre todo con las extremas.

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No hay Marx que por bien no venga.

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En el velorio del millonario,

los deudos lloran a carcajadas. 

Fuente: Universidad de la República. http://www.universidad.edu.uy