Discurso completo de la señora Presidenta de Chile, Michelle Bachelet ante la Asamblea General del Poder Legislativo del Uruguay el 7 de julio de 2008.
«Es un gran honor para mí participar en esta sesión de la Asamblea General de la República Oriental del Uruguay, el más alto foro deliberativo de la democracia uruguaya.
Aquí está representada la diversidad del Uruguay, un país como pocos en América Latina, que ha sabido combinar una democracia vibrante con niveles de protección y cohesión social que constituyen un referente ineludible para toda la región.
Es cierto, nuestros países mantienen una amistad de larga data, que se funda en nuestras tradiciones democráticas y la sólida relación cultural que nos ha caracterizado a lo largo de esta historia común.
Ambos países, además, y en fechas parecidas, sufrimos los rigores de la dictadura, de la falta de libertad, de la violación sistemática de los derechos humanos fundamentales de miles de nuestros ciudadanos.
En ambos países, a la vez, llevamos adelante una exitosa transición de la dictadura a la democracia, y logramos afianzar nuestras instituciones.
En ambos países los partidos políticos tienen gran importancia en el desarrollo institucional y en la expresión de las corrientes y tendencias que dominan en nuestras respectivas sociedades.
En este proceso, los respectivos Parlamentos han tenido un muy destacado papel en la elaboración de una institucionalidad acorde con nuestras tradiciones, por un lado, pero a la vez, con las exigencias de la democracia, en un marco de equidad e inclusión social.
Nuestros Parlamentos buscaron soluciones propias para problemas propios, sin olvidar el peso del pasado reciente y el peso de lo que debemos reparar, ni tampoco olvidando los desafíos que nos plantea el futuro, en este contexto global y en la sociedad del conocimiento.
Son tantas las semejanzas, amigas y amigos, entre nuestros países, que hablar de ésta como una República hermana, nunca fue más acertado.
Uruguay y Chile, en estos años, hemos trabajado con intensidad en la erradicación de la miseria y la marginalidad y podemos exhibir resultados que nos enorgullecen, aunque no nos conforman, porque el horizonte de la justicia social siempre se reconfigura.
Nuestros países han logrado, con perseverancia y disciplina, incorporar cada vez a más personas en los beneficios del crecimiento y del desarrollo.
En el Índice de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, estamos muy cerca y, junto con Argentina, somos los tres países mejor situados en América Latina.
Hemos buscado recrear y repotenciar las estructuras de bienestar social para nuestros pueblos.
Hemos invertido en educación, en salud, en seguridad social.
Y hemos mantenido una mirada de integración latinoamericana ante todo. Con diferencias, claro, siempre las hay, pero con la voluntad firme de avanzar con pasos concretos y no con simple retórica.
En la visita que hoy encabezo al Uruguay, suscribimos diversos acuerdos específicos entre nuestras naciones, los que contribuyen a afianzar aún más esta vocación integradora que para Chile es muy importante.
Nuestros países deben aunar sus voces y actuar de manera concertada en el ámbito internacional, a fin de potenciar nuestro desarrollo y destacar, en ese ámbito, los valores y principios que compartimos.
Es así que entendemos la integración como un proceso de muchas dimensiones, que van más allá de la integración física y económica, por más que estos procesos son también de la mayor importancia.
De hecho, quiero aquí reiterar nuestro compromiso con la construcción de un corredor bioceánico y el consecuente desarrollo de infraestructura adicional que demanda, que permita unir los puertos uruguayos con los puertos chilenos.
Creemos que así se puede potenciar el comercio exterior de ambos países, abriendo ventanas y mercados hacia otras regiones del mundo.
De acuerdo a nuestra óptica de integración amplia, hemos participado con entusiasmo en el Mercosur político y social, instancia que ha mostrado un estimulante nivel de actividad y de capacidad para dotarse de instituciones y de llegar a acuerdos.
Acabamos de participar en la Cumbre de Mercosur que se celebró en Tucumán, Argentina, donde también nos reunimos los miembros de Unasur, bajo la actual Presidencia de Chile.
En estos encuentros revisamos las agendas de integración, apreciamos las dificultades, encaramos los problemas, buscamos soluciones.
Anunciamos un acuerdo para liberalizar los servicios entre Chile y Mercosur, que potenciará la integración económica y cultural entre nuestros países.
Pero las perspectivas de integración van mucho más allá, porque nos abre el camino para algo que creemos esencial, es para construir una voz latinoamericana en el ámbito internacional.
Y así lo hicimos ante las recientes decisiones del Parlamento Europeo que amenazan seriamente los derechos humanos de nuestros migrantes e incumplen, a la vez, los acuerdos internacionales.
Estamos, por lo demás, en una coyuntura internacional muy especial. Asistimos a cambios fundamentales en la política internacional. Y el dato fundamental, lo novedoso que trae este siglo XXI, es la emergencia de grandes países en desarrollo. Estoy hablando sin duda de quienes ustedes podrán imaginar, China e india, pero no sólo de ellos.
La emergencia del mundo en desarrollo está teniendo efectos muy profundos, no siempre bien aquilatados en el sistema internacional, pero, por sobre todas las cosas, está significando y significará una mejora sin precedentes en las condiciones de vida de miles de millones de personas que nunca antes en la historia accedieron al consumo de bienes que hoy comienzan a estar a su alcance.
Muchas veces se dice que parte del alto precio de los alimentos es porque millones de nuevas personas en Asia, en China, en la India, están comiendo. Qué bueno que están comiendo. Es verdad que tienen un elemento complejo, que es el alza de los precios, pero eso también nos está hablando de un mundo donde miles de millones de personas están llegando a tener un bienestar, un progreso básico normal.
Y esto, que incluso fue señalado en un reciente informe del Banco Mundial,, que decía que «el número de personas viviendo en ambientes de alto crecimiento o en países con ingresos en niveles de la OECD, ha aumentado en los últimos 30 años por cuatro, desde mil millones, a 4 mil millones (…). Plantea, entonces, que existe tal vez, por primera vez en la historia, una posibilidad razonable de transformar la calidad de vida y las oportunidades creativas de una vasta mayoría de la Humanidad».
Entonces, estamos, sin duda, ante un cambio de proporciones históricas, transformación que está teniendo y tendrá más consecuencias en todo el espectro de la política internacional.
El problema es, sin embargo, que este cambio desde la primacía de Estados Unidos hacia la multipolaridad, se está produciendo sin que hayamos sido capaces de crear un nuevo sistema de gobernabilidad global.
Por el contrario, subsisten viejas instituciones multilaterales de la post Segunda Guerra Mundial, muy limitadas a la hora de resolver los problemas globales; incapaces de afrontar de manera eficaz un número creciente de problemas; y muy limitadas en algo que a mi juicio es esencial, cuando estamos hablando de un mundo más justo, cual es la limitación en su capacidad para generar los bienes públicos globales que necesitamos con urgencia.
Y estoy hablando de construir un mundo más justo, de superar el hambre y la pobreza; de asegurar la paz y la seguridad, es decir, de hacernos cargo de viejos desafíos que aún están pendientes para amplias masas de la humanidad, pero, a la vez, hacernos cargo de nuevos desafíos muy complejos de resolver, para poder, justamente, equilibrar bien desarrollo, pero a la vez progreso social, cuales son los del cambio climático y el calentamiento global, uno de los desafíos más complejos que la Humanidad deberá resolver durante el Siglo XXI.
Entonces, la pregunta que yo aquí traigo es, y que creo que debemos hacernos: ¿Cuál es el rol que América Latina desea tener en todo este proceso de cambio? Y, ¿cuál es el camino para llegar a ser capaces de tener y poder ejercer efectivamente este rol?
Y lo voy a decir de esta manera: el mundo en desarrollo va a tener una voz que nunca antes tuvo en la creación del orden internacional del Siglo XXI.
Pero no todos en el mundo en desarrollo van a tener la misma voz, y América Latina está en una situación que yo calificaría de gran expectación, pero tal vez de claro retraso respecto a otras regiones emergentes.
Por eso que nuestra región tiene que luchar por asegurar su voz ahora.
Por eso la urgencia de la integración.
Por eso la necesidad de ser capaces, más que nunca, de construir la unidad en la diversidad.
Y por eso, queridos amigos, la importancia de nuestra relación bilateral entre Chile y Uruguay, de nuestro trabajo conjunto en MERCOSUR, en UNASUR, y en el Grupo de Río, único espacio latinoamericano y caribeño de integración, además del GRULAC, claro.
Uruguay y Chile tenemos cercanía real que yo he podido palpar. Las veces que he estado acá, y una vez más a lo largo de esta visita. Y la verdad que esta amistad, amistad que, como señalaba yo en una actividad anterior, no es sólo parte de una tradición, también tiene que ver con la capacidad de reconocernos con nuestros sueños, con nuestras aspiraciones, con nuestras metas y también este abordaje democrático para avanzar hacia un país que pueda tener más progreso social para cada uno de sus hijos y, a la vez, con democracia madura y consolidada.
Y esta amistad, o estas bases sólidas, son una poderosa herramienta para seguir buscando juntos un mejor porvenir para nuestros pueblos.
La verdad, amigas y amigos de la Asamblea General del Uruguay, que es para mí como Presidenta de Chile, y para nuestro país y nuestra nación, es gratificante encontrar tantas similitudes en los trabajos parlamentarios de nuestros países.
En materia de derechos humanos, por ejemplo, hemos trabajado mucho y en forma similar. No sólo reparando las heridas del pasado, sino, sobre todo, afianzando un orden jurídico y constitucional que impida la repetición de sucesos que han manchado nuestra historia.
También hay coincidencias notables en el combate a la violencia doméstica, a la búsqueda de la apropiada protección a la mujer, así como en la discusión sobre la participación de la mujer en instancias políticas y gubernamentales.
Y tendré el gusto de intervenir, en esta misma sede del Parlamento, en un seminario sobre el tema de género, donde participan mujeres que están en el gobierno, parlamentarias, académicas y representantes de organizaciones no gubernamentales de Uruguay y de Chile.
Y como ustedes podrán imaginarse, y no tengo por qué explicar, es un tema muy querido para mí.
Y por eso que me alegra tanto ver que muchos otros, hombres y mujeres, que en distintos países coinciden en relevar el papel de las mujeres y en estimular su participación en los asuntos públicos, en los temas que nos atañen a todos.
Porque al final, el que hombres y mujeres puedan estar mejor representados en cada país, en cada instancia, nos habla de democracia más consolidada y más representativa.
También quisiera destacar un área que es central, y que ha sido lo que yo he calificado el sello de mi gobierno, que es nuestras coincidencias en la búsqueda de la protección social para todas y todos los habitantes de nuestros países, sin exclusión.
Todos sabemos de las profundas transformaciones que ha sufrido la estructura de riesgos sociales, no sólo en América Latina, sino también a escala global. Los cambios en las familias, de los mercados y en las capacidades institucionales de nuestros Estados, no han sido siempre acompañados de las reformas necesarias de nuestros sistemas de protección social.
Los supuestos sobre los que ellos se construyeron no existen más. Por eso trabajamos en reconstruir instituciones que nos permitan abordar las contingencias que afectan a nuestros compatriotas.
Y en Chile, acaba de entrar en vigencia una reforma previsional que protege especialmente a los adultos mayores de menores recursos, pero que tiene una perspectiva universal.
Está dentro de lo que en nuestro gobierno hemos calificado como de una manera distinta de hacer las cosas, y de colocar en el centro de las políticas las perspectivas de derechos, y que un Estado próspero y que se desarrolla, tiene que avanzar hacia garantizar derechos básicos universales a cada una de sus hijas e hijos, sólo por ser miembros de esta misma comunidad, en el caso nuestro llamado Chile.
Durante el gobierno de mi predecesor, Ricardo Lagos, iniciamos una profunda reforma al sistema de salud que hoy día estamos profundizando, y que a mí como ministra de Salud me correspondió encabezar.
Hoy, trabajamos en extender la oferta de cuidado infantil y de estimulación temprana de nuestras niñas y niños, con todos los beneficios que ello significa en términos de equiparar las oportunidades desde la cuna, incluso desde antes de nacer; y también con efectos evidentes y positivos en otra gran tarea que tenemos por delante que es aumentar la empleabilidad femenina, uno de los pilares del desarrollo inclusivo.
Es decir, en este sistema de protección social, lo que queremos hacer es luchar fuertemente contra las desigualdades que aún persisten en nuestro país.
Y estas desigualdades parten desde la cuna. Por eso que el trabajo con la infancia es un área de extraordinario interés para nosotros, es luchar contra la desigualdad desde la cuna y a lo largo de toda su vida, hasta aquella otra etapa de vulnerabilidad y dificultad, que es la vejez.
El eje de articulación de todo este proceso de rediseño de nuestro sistema de protección social, como ya decía, es el enfoque de derechos garantizados. No queremos una sociedad donde cada cual tenga que rascarse con sus propias uñas, donde de acuerdo a sus posibilidades de ingreso tenga acceso o no, no sólo a servicios, que en nuestro país existen, pero de buena calidad.
Y es por eso que hemos planteado este enfoque de derechos garantizados, se habla de acceso, de cobertura, pero también habla de calidad.
Y es por eso que en cada una de las políticas hoy día, en algunas tenemos que aumentar cobertura, pero en la gran mayoría, nuestra tarea es colocarnos pantalón largo, podríamos decir, es la calidad.
Y en la política habitacional, que ha sido uno de los ejes centrales, más que bajar la brecha de quienes no tienen casa, que también es una tarea, esas nuevas casas de más metros cuadrados, de mejor calidad, de construcción de barrios, de mejor urbanización, en fin, todo aquello buscando aquello de garantizar derechos, calidad, bienestar, dignidad. La palabra fundamental para nosotros es dignidad.
Y esta óptica la verdad que tiene un doble quiebre:
Por un lado, el hablar de derechos sociales significa un quiebre con las políticas asistencialistas propias de un individualismo más extremo que por un momento existió en mi país.
Pero, por otro lado, el hablar de derechos garantizados significa un quiebre con esa retórica tan propia de nuestros países, donde muchas veces nos preocupábamos de proclamar derechos, más que de asegurarlos efectivamente.
Y nosotros vemos en este camino que queremos seguir recorriendo juntos con el Uruguay, un camino de progreso y justicia social que compartimos. Porque hoy más que nunca, crecimiento y cohesión social son los términos que definen el desarrollo humano.
Y yo no sólo creo que es esencial tener un sistema que otorgue mayor justicia social, porque es éticamente fundamental, porque es políticamente central, porque va en los valores y principios más importantes, que en el caso mío a mí me mueven en la vida, pero porque creo que es necesario unir ambos factores permanentemente.
Nosotros decimos en Chile: queremos crecer para incluir, queremos incluir para crecer. Y creemos que no hay que hacer un trade off, no hay que o crecer o incluir, o crecer o justicia social, o crecer o calidad y dignidad. Creemos que es posible ir de la mano con crecimiento, con cohesión social, con protección social, con justicia social.
Y cuando yo converso con los empresarios, muchas de estas medidas la verdad que son un factor de justicia social, pero también incluso son un factor de competitividad. Porque personas de buena salud, mejor calificados, bien preparados, también desde el punto de vista de la economía, es un elemento beneficioso extraordinario.
La verdad que hemos venido al Uruguay a renovar la amistad que nos une. Hemos venido a construir un futuro compartido a partir de esta historia que nos liga, desde Artigas y O´Higgins hasta nuestros días.
Y hoy más que nunca, en este marco de mundo global, es apremiante que aprovechemos la rica herencia cultural y política que compartimos, para potenciarla y hacerla valer en el diálogo entre las naciones.
En América Latina tenemos aquella ventaja. Tenemos un sentido de comunidad regional.
Pero también tenemos viejos prejuicios y antiguas divisiones que es preciso superar.
Uruguay y Chile, por el contrario, tenemos todas las condiciones y excelentes herramientas, como el nuevo Acuerdo de Asociación que hemos suscrito en esta visita, para ampliar aquellos espacios de cooperación, de entendimiento y de integración.
Y es por eso que soy una convencida que Uruguay y Chile podemos ir un paso más adelante en el sueño de una integración más plena para toda la región. Paso esencial para avanzar hacia una región más incluyente y más justa, capaz de tener una voz que se escuche y que no sólo se escuche y ojalá incida, para ir hacia un mundo más seguro y más justo para todos.
Así que, muchas gracias, y esperamos seguir trabajando muy fuertemente entre Chile y Uruguay, entre nuestros gobiernos, entre nuestros Parlamentos, entre nuestra sociedad civil, de manera de juntos enfrentar este camino de una región mejor para cada uno de sus hijos».
Muchas gracias.
Fuente: Oficina de Prensa del Poder Legislativo.