Compartimos el discurso del senador Sergio Abreu (Alianza Nacional) en ocasión del
lanzamiento de la Lista 40 de Montevideo el 23 de abril de 2008.
«Quisiera hacer una pregunta que se repite en todos los rincones del país: ¿A dónde va el Uruguay? ¿qué país queremos para nuestra gente? En otras palabras: ¿qué ciudadano y qué gente queremos para nuestro país?
Esa es la gran pregunta
Una respuesta podría venir en un acto político partidario de nuestras tradiciones, de los líderes históricos que formaron el Partido Nacional durante 174 años en la vida institucional del país. Pero siendo muy importante para nosotros no creo que sea el tema central que permita ir al encuentro de las preocupaciones del país.
El mundo y la región han cambiado dramáticamente. El Uruguay se debe insertar en un escenario de abierta competencia, que lo hace más vulnerable y más desigual frente a países desarrollados e incluso en relación a nuestros vecinos. Todo lo que sucede afuera, lejano o cercano, incide sobre la vida de nuestra gente, aunque no lo creamos.
De allí que la definición del INTERÉS NACIONAL, no puede ser un ejercicio teórico, lejos del alcance de todos nosotros. Un proyecto de país debe ser entendido en forma simple; y el gobierno debe ser capaz de ejecutarlo interpretando las necesidades de la gente; pero fundamentalmente, de hacer de las opiniones discordes una voz de conciliación. Esa es una tarea intransferible. Nadie hará por nosotros lo que el sistema político no pueda acordar internamente.
Somos conscientes de que vivimos en una comunidad dividida por intereses políticos partidarios. Pero, ¿quién puede apropiarse del derecho a clasificar a la sociedad entre buenos y malos?; ¿conservadores y progresistas? ¿patriotas y entreguistas? Quién no está cansado de este ejercicio! Les debo confesar que estoy harto de confundir discrepancias con descalificaciones; de buscar siempre contra quién estamos para evitar pronunciarnos sobre a favor de qué estamos. El país es UNO solo (con 3 millones y medio de habitantes). Claro que podemos tener visiones distintas, pero no tanto como para no poder coincidir en algunos temas, dejando de lado el color partidario o la ideología. Se acabó el tiempo de recurrir al escapismo de buscar en los demás la causa de nuestro fracaso.
Quiero, a través de este enfoque, profundizar en tres temas:
En primer lugar, el rescate de la Constitución y la ley. Incluso en su solemnidad que habla de la dignidad institucional. La constitución, como algún referente importante dijo, no es un «chicle». No se puede estirar según las conveniencias. No es un corsé que constriñe y asfixia al ciudadano. Es la garantía de sus derechos; y éstos son de todos: de los amigos y de los adversarios de los gobiernos de turno. Los valores en ella incorporados no pueden licuarse sin afectar la base social, menos aún el de la familia, tan relativizada por los nuevos aires liberadores. La separación de Poderes y los derechos individuales no pueden verse como el derivado de una «sociedad burguesa» con la que hay que convivir a desgano. Al respecto, la diferencia de compromiso con la norma constitucional queda clara, ahora sí con esta acotación partidaria: el Partido Nacional luchó contra la dictadura desde el primer día; no estuvo en el Pacto del Club Naval y sacrificó a su candidato natural para reconquistar la Democracia. En 1985, apostó – contra muchas predicciones – a la gobernabilidad y a la reconciliación, sin necesitar para sus referentes y militantes ni amnistía por crímenes cometidos contra personas e instituciones, ni la caducidad de delitos cometidos en el marco de la dictadura cívico – militar.
La Constitución sigue siendo la garantía para todos y no el instrumento de ocasión de algunos. Y hasta la forma de referirnos a ella y a muchos de los problemas del país no admiten la impostada ordinariez ni la procacidad en la comunicación con la gente. Al perder el respeto por el decoro institucional le estamos faltando el respeto al pueblo.
En segundo lugar, la necesidad de reafirmar que los elementos básicos de un proyecto de país no pueden ser tan distintos. Los uruguayos, no entienden cómo no somos capaces de solucionar problemas comunes al diario vivir. Por ejemplo: la seguridad, el empleo y la educación. ¿Qué hay detrás de estas aparentes distancias? Yo pienso que juegan antiguas y superadas visiones ideológicas, en menor medida; pero fundamentalmente intereses de sectores de la sociedad que secuestraron al país, aún cuando planteen reclamos razonables.
¿Por qué la educación de niños y jóvenes la tiene que decidir un sindicato? ¿Por qué la autonomía y el co – gobierno (aún en su fundamento compartido) son el obstáculo para modernizar la enseñanza? Ya lo decía Carlos Quijano «no bastan mayores recursos y mejores edificios, es necesario también puesto los ojos en el país adecuar la enseñanza a la realidad. La reforma o la revolución que la enseñanza requiere será realista o no será». En esa línea, no se puede ignorar que la calidad, el contenido y la continuidad son los elementos que hacen la diferencia entre los países que saben y los que no saben. Se acabó el tiempo de educar para la revolución ideológica porque el estudiante de hoy debe educarse para la revolución del conocimiento. De otra forma sucede lo que sufrimos día a día. Los miles de jóvenes que se están yendo del país (lo mejor de nosotros) no eligen entre sociedades y Estados similares, simplemente deciden que el Uruguay en que viven está cada día más lejos de sus mínimas expectativas. Lo resumo desde mi visión angustiada como ciudadano uruguayo, hijo de un inmigrante, y padre de una emigrante con alta posibilidad de no volver.
Lo mismo sucede con la Reforma del Estado; cada vez que hablamos de los problemas energéticos, o de la nueva visión articulada del país, con su sistema de transporte y de puertos, se plantea una resistencia burocrática que confunde derechos funcionales con privilegios propios de un clientelismo superado. Ni las Empresas Públicas ni sus sindicatos pueden sustituir o condicionar las políticas públicas.
Por otra parte, todos estamos de acuerdo en que la seguridad hace a la calidad de vida. La libertad está en juego cuando el temor y el riesgo de agresión son un componente cotidiano. Pero para tener firmeza, autoridad y jerarquía no debe verse al Instituto Policial como un remanente de tiempos de la dictadura. Es necesario encontrar la salida al círculo vicioso de bajos salarios y baja eficacia. ¿Es tan difícil aunar criterios sobre esta situación? La respuesta no puede agotarse en un Código de procedimiento policial, que es importante pero notoriamente insuficiente. Al fin de cuentas, el ciudadano, que somos todos, vivimos con una mano en el bolsillo para defendernos del impacto de la Reforma Tributaria, y con la otra en el picaporte de la reja que nos protege del robo o del copamiento.
En estos juegos de sector o de corporación, las sociedades se alejan del diálogo político. Cada uno se siente intérprete de su verdad y trata de imponerla. De ahí a la anarquía hay trecho corto. No quiero para el Uruguay, la lucha de plazas que se ha instalado en la sociedad argentina.
Por último, el país se ha transformado en una gran bisagra. O somos articuladores en la región con nuestros ríos, puertos, vías férreas y carreteras, o quedaremos aislados en un destino permanente de «Estado tapón». Qué le importa al uruguayo hacerse amigo de Bush o de Fidel Castro; de Chávez o del matrimonio Kirchner. Hasta ahora eso no se ha reflejado en una mayor prosperidad del país. La única prosperidad vendrá del realismo, la modernidad y el entendimiento en los temas básicos que hacen a la suerte del nuevo Uruguay. Inclusive la interpretación de una nueva vecindad, desapegada de la frase hecha del «más y mejor MERCOSUR». Tenemos que terminar con las ambigüedades que nos debilitan, y en particular, con el adormecedor conformismo de creer que podemos despegar con un capitalismo sin lucro, con la contradicción de querer atraer al inversor y demonizar al inversionista extranjero, y con un socialismo biodegradado en planes de emergencia que nada redistribuyen y desestimulan la cultura del trabajo y del esfuerzo personal.
En un tema de tanta importancia, como el de la inserción externa del país, también debemos alcanzar algunos acuerdos. No podemos caminar con un zapato en un pie y el otro descalzo. Y como lo expresáramos en febrero del 2005, ante la invitación del Presidente Vazquez, los principios del Derecho Internacional deben respetarse y hacerse respetar en el marco de un debido realismo y pragmatismo.
Los países no acumulan por sub lema, si no preguntémosle al gobierno argentino, incluso al brasileño y venezolano, que cuando el Uruguay fue bloqueado en violación de todas las normas del Derecho Internacional, miraron hacia el costado sin demasiado disimulo.
Todos los uruguayos somos conscientes de lo que nos hemos fragilizado en esta área en los últimos tiempos; por alineamientos automáticos y por falta de confianza en nuestra capacidad de propuesta. Nadie ignora el precio que hemos pagado. Una visión estratégica ha estado ausente del modelo de inserción del Uruguay; y ello ha repercutido sobre el posicionamiento de los negociadores uruguayos que han tenido que manejarse – la mayoría de las veces – sin instrucciones del Gobierno.
Por eso, amigas y amigos, en la noche de la Lista 40 he decidido compartir con ustedes estas inquietudes; como ciudadano y como Blanco. No para elevar muros de incomunicación sino para tender la mano una vez más, con una visión crítica -que de eso se trata la democracia – pero con la disposición de alcanzar los acuerdos políticos que nos devuelvan a la sintonía simple y exigente a los habitantes del país.
El 2010 nos pondrá a prueba. Y si somos Gobierno – que hacia ahí vamos – volveremos a insistir en la gobernabilidad y en la reconciliación nacional. Les deseo la mejor de las suertes a Juan Andrés, a Sebastián, a Rodrigo, a Javier en prédica y en votos, y en particular, a la tarea común de llevar a Jorge a la Presidencia de la República. La conducción del Partido ha tenido una mano maestra en el trabajo orgánico, y la oposición un actor político de primera magnitud con la misma firmeza para disentir como para acordar. Y de eso se trata. Y por eso somos ALIANZA NACIONAL en un Partido renovado y con visión de futuro».
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